La rana y la cuarentena
Esa mañana de 1923 en Münster, Renania del Norte, Alemania, sonaban las campanas como casi siempre, cuando el estudiante de teología alemán, Martín Niemöller, exoficial submarinista de la Gran Guerra, asomado a la ventana que daba de frente al Palacio de Erbdrostenhof, pensó que el dicho popular tal vez se ratifique. Dice la gente del lugar que "en Münster o llueve o tocan las campanas y cuando los dos coinciden, es domingo". Cuando comenzó a llover, con los tañidos de fondo, Niemöller supo que era domingo.
En los inicios de su actividad religiosa, fue anticomunista, antisemita y nacionalista, le creyó a Hitler cuando en una audiencia con el genocida, representando a la Iglesia Protestante, el asesino le dio su palabra de honor de proteger a las Iglesias y no permitir pogromos, aunque sí algunas restricciones para los judíos. Niemöller pasó toda su vida arrepentido de aquella primera licencia que sobre las libertades le concedió al monstruo.
Luego, hasta su muerte y mucho más aún cuando salió de la cárcel de la Gestapo, fue un ferviente defensor de los derechos humanos, impulsor del movimiento pacifista europeo.
Lo traigo al presente, aunque nadie lo recuerda, pero muchos lo mencionan. No a él, si a su poema, que trata sobre las consecuencias de no ofrecer resistencia a los primeros intentos de autoritarismo y en su último verso dice: "Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar".
Consultado años más tarde sobre qué inspiró el famoso sermón y el posterior poema, Niemöller contestó: "Dejé pasar aquel primer argumento de Hitler pensando que no era tan grave y llegamos al Genocidio. Aprendí con inmenso dolor que debemos ser inflexibles frente a la primera señal".
Este grito de conciencia frente a los autoritarismos, que en el relato de los años setenta quedó atribuido a Bertolt Brecht y en realidad fue un sermón que dio Niemöller en la Semana Santa de 1946 al que llamó ¿Qué hubiera dicho Jesucristo?, me remitió al famosísimo síndrome de la rana hervida usado en medicina clínica y psicología.
Una analogía que describe el fenómeno ocurrido cuando ante un problema que es progresivamente tan lento que sus daños puedan percibirse a largo plazo o no percibirse, la falta de conciencia sobre el resultado, genera que no haya reacciones o que estas sean tan tardías como para evitar o revertir los daños que ya están hechos. La premisa es que si una rana se pone repentinamente en agua hirviendo, saltará, pero si la rana se pone en agua tibia que luego se lleva a ebullición lentamente, no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte.
Mientras el mundo escucha a Ángela Merkel advirtiendo los riesgos de combatir la cuarentena con mentiras y los límites a los que está llegando el populismo, vemos el espectáculo argentino de quienes nos gobiernan, buscando culpables entre runners
¿Seremos la rana en la olla cocida en el fuego imperceptible que esconde una estrategia política atrás del encierro sanitario? ¿Es oportuno que en medio del confinamiento sanitario interminable se liberen detenidos de toda índole inmensamente cuestionados por la sociedad, poniendo a prueba nuestro acostumbramiento a la temperatura del agua de la olla a presión en la que se está convirtiendo el humor social? ¿Están los gobernantes que hablan de unidad nacional, dándose cuenta de sus limitaciones de liderazgo para resolver problemas de sus gobernados que exceden al Covid-19?
Mientras el mundo escucha a Ángela Merkel advirtiendo los riesgos de combatir la cuarentena con mentiras y los límites a los que está llegando el populismo, vemos el espectáculo argentino de quienes nos gobiernan, buscando culpables entre runners o judicializando la protesta de 300 manifestantes mendocinos que, como miles de argentinos en decenas de ciudades, manifiestan su hartazgo en fecha patria, tratando de poner su voz, su grito en el cielo, para frenar lo que consideran peligrosos límites a las libertades republicanas y a la democracia. Se manifiestan cuestionando esta cuarentena, a la que algunos políticos, sindicalistas y empresarios, entre susurros, denominan "boba", acusándola de ser injusta por castigar más con el encierro a los sectores humildes.
Parafraseando el poema de Niemöller, vastos sectores de la sociedad no esperan que vayan por ellos cuando no quede nadie más que pueda protestar. Saltan con reflejos republicanos intactos, de la olla capaz de cocinarlos.
Directora del Instituto Latinoamericano Paz y Ciudadanía