La profecía del nono
"Crisis significa muchas veces cambio y no necesariamente catástrofe", es lo que suelen decir psicólogos, psiquiatras y tiradores de cartas del tarot. Cada vez que sale la carta de la muerte, la del ahorcado o la de la torre incendiada, los profesionales de estos procedimientos quirománticos advierten la expresión de temor y pánico en el rostro del atribulado cliente y se apresuran a decir que muerte no es siempre deceso sino que puede significar el fin de algo y quizás el comienzo de otra cosa, si no mejor, al menos distinta, el ahorcado puede indicar un conflicto angustioso y no una sentencia de muerte y la torre incendiada tiene múltiples significaciones que van desde una mudanza a un "cortar por lo sano" situaciones no deseadas.
Los psicólogos usan otros razonamientos, digamos más intelectuales, y tratan de aminorar la mala prensa de la palabra crisis pero por más vueltas que le den cada vez que por cambios de gobierno, por conflictos sociales de toda índole o por finales de ciclos políticos que ocuparon el poder por un largo período, la sociedad tiembla, se ocupa y preocupa y muchas veces se sumerge en un torbellino de especulación, paranoia y precipitaciones que a la postre suelen ser remedios peores que la enfermedad.
Desde los lejanos tiempos de la infancia del gerente que esto firma, o sea que estamos hablando de más de sesenta años atrás, las crisis atravesaron la historia autóctona representadas por aquellos golpes militares o los rumores de revolución que venían precedidos por vuelos rasantes de aviones que eran comentados con expresiones que iban desde "¡hay lío!" hasta la orden maternal que clamaba: "¡a comprar fideos, aceite y huevos!" como si se acercara la tercera guerra mundial.
Luego llegaron las inflaciones, las deflaciones, el desabastecimiento, las estatizaciones, las privatizaciones, la deuda externa, la interna y la interna-externa, la plata dulce, la amarga, el todo importado, el todo por dos pesos, el hambre de la dictadura, las cajas del pan, el hambre del menemismo y la chica desnutrida de Tucumán que recorrió las pantallas de la televisión mundial, el corralito, los saqueos, las manifestaciones, los piquetes, el hambre post K, los desnutridos de Formosa con cero de pobreza según los políticos de turno, y ni que hablar de los cambios de moneda, el lecop, el patacón, el dólar igual al peso, el sobrevaluado, los subsidios que a la larga son suicidios, el dólar blue, el turístico, el de ahorro, los ajustes, la sintonía fina, la magia que no fue magia y ahora el cambio, no sabemos bien si es cambio chico o cambio y fuera y la crisis sigue, en realidad nunca se fue pero cuando estamos por explotar algún psicólogo o alguna tiradora de cartas por la tele nos anuncian cambios positivos que no hacen más que confirmar aquello de que crisis no es mala palabra, que es cambio y el cambio puede ser doloroso pero es necesario, que quien no cambia no es un ser humano sino un robot y que ¡Dios proveerá! Por lo que no hay que preocuparse.
País generoso lleno de penas y olvido que es, como decía mi abuelo (¡fíjense de que época hablo!) un corchito, flota, no se termina de hundir y tampoco remonta demasiado. Pero mientras los transatlánticos gigantescos como el Titanic naufragan estrepitosamente el corchito sigue ahí sin importarle mucho a nadie pero sigue "¡así es la Argentina!", así decía el nono y todos pensábamos que estaba un poquito gagá pero la historia siempre otorga una parte de razón a los jovatos. Nadie es profeta en su tierra pero el nono era italiano por eso la pegó.