La privacidad, un bien a preservar en un mundo hiperconectado
"Imaginá que Internet sabe todo sobre vos. ¿Importa? ¿Qué podés hacer para proteger tu privacidad?" La hipótesis distópica y las preguntas desafiantes encabezan la presentación de MyPrivacy, el sitio donde la London School of Economics and Political Science (LSE) pretende revertir lo que parece irreversible: el avance continuo y omnipresente de empresas y gobiernos sobre nuestros datos personales. "¿Sabías que la Red guarda información que quizá no querías compartir?", sigue interpelando la página, que recuerda cómo Instagram, Twitter y WhatsApp recolectan datos sobre nuestro celular -ubicación, preferencias y búsquedas- aun cuando estamos durmiendo.
Cada vez que activamos esas aplicaciones o visitamos una página web, "se ubican pequeñas piezas de datos (cookies) en nuestro dispositivo, para rastrear y grabar lo que hacemos", informa el sitio. A veces se usan para vender nuestra información -copiada, analizada, almacenada y combinada- a los anunciantes que, por efecto acumulativo, saben más de nosotros que nosotros mismos. Spotify, por ejemplo, permite que más de 60 compañías, incluyendo Google, Amazon y Facebook, inserten cookies. Los interrogantes sobre el verdadero significado de la privacidad online y la educación en derechos digitales empiezan a emerger con una potencia inédita.
Con foco en niños y adolescentes, MyPrivacy sugiere repensar cómo configuramos los perfiles en las redes, borrar las apps que no usamos, limpiar cookies e historiales y -como mandato básico- dar siempre la menor información posible. También vigilar a los vigilantes. Todos tenemos derecho a términos y condiciones sencillos, a que las plataformas borren nuestros datos y a rechazar su procesamiento automático.
"Cuando hablamos de privacidad y seguridad digital, solemos hablar de la pertinencia de compartir nuestros datos. Quizás esté bien que el gobierno sepa tu número de obra social, pero no quién es tu vecino", compara desde Londres Seeta Peña Gangadharan, del departamento de Medios y Comunicaciones de la LSE. "Europa tiene, por lejos, el sistema de protección más completo para asegurar prácticas informativas justas", sostiene. Y aporta ejemplos: resguarda el uso seguro de información sensible, asegura su procesamiento adecuado y señala un curso de acción para rectificar los usos incorrectos de las empresas. Experta en derecho a la comunicación, Peña Gangadharan tiene una posición tomada: "La privacidad es un derecho humano fundamental, que debe ser valorado más allá de los contextos. Protegerla es un problema de voluntad política".
En la Argentina los datos personales están resguardados por el artículo 43 de la Constitución: "Toda persona podrá interponer acción expedita y rápida de amparo [...] para tomar conocimiento de los datos a ella referidos y de su finalidad". Cuando los responsables de almacenarlos incumplen el plazo de diez días hábiles para contestar las solicitudes de acceso a la informacio?n, se puede iniciar una acción de hábeas data que, además, permite exigir supresiones, rectificaciones, actualizaciones o confidencialidad. Esos derechos también están amparados en normativas tan fundamentales como la Declaracio?n Universal de Derechos Humanos o el Pacto de Derechos Civiles y Poli?ticos de la Organizacio?n de las Naciones Unidas. En resumen, cualquier tratamiento de los datos es ili?cito si no prestamos consentimiento. ¿Por qué entonces estamos donde estamos? Básicamente, porque aceptamos los términos y condiciones que nos imponen.
Lo dijo Tristan Harris, exresponsable de ética del diseño en Google: "La gratuidad en Internet es el modelo de negocios más caro que hemos creado". Mariela Reiman, directora de la ONG Chicos.net, no tiene dudas: "Los placeres de la vida digital se pagan con el precio más alto: nuestra privacidad y nuestra libertad. Es un modelo de negocios basado en algoritmos sofisticados para el cual aún no estamos preparados". Uno en el que niños, niñas y adolescentes son datificados desde chicos, en una dinámica que "vulnera un amplio abanico de derechos de infancia relacionados con privacidad, salud, educación, información, libre elección y expresión", analiza.
En formas más o menos conscientes, la dinámica se potencia dentro de las familias. El neologismo sharenting (por la combinación en inglés de "compartir" y "crianza") refiere a aquellos padres obsesionados por publicar todos los movimientos de sus hijos. En 2017, según la revista Time, el 92% de los menores estadounidenses ya tenían una identidad digital cuyas huellas, en más de la mitad de los casos, permitían descubrir su ubicación. Además de los peligros evidentes, estos comportamientos debilitan cada vez más un derecho consagrado -la privacidad- y otro más lábil pero igualmente atendible: el olvido.
Educar al soberano
En un video subido a Educ.ar, el portal del Ministerio de Educación de la Nación, la especialista en protección de datos Beatriz Busaniche explica a los padres algunas claves para una navegación segura: diferenciar contenidos apropiados según edades y niveles madurativos, transitar junto a los hijos un camino de controles declinantes y autonomía progresiva. Hay una guía con actividades de concientización sobre huella digital y otra, preparada por Google, sobre bu?squeda de informacio?n, contrasen?as seguras, engan?os virtuales y ciudadani?a digital responsable.
Como MyPrivacy, el sitio hace preguntas sugerentes a los chicos: "¿Publicari?as tus fotografi?as en las calles de tu barrio?", "¿Contari?as cosas importantes de tu vida o de tu familia a personas desconocidas?" Para pensar las respuestas, sugiere crear memes y grabar videos cortos, que -viralización mediante- logren influenciar a sus amigos. También hay recomendaciones para los alumnos de nivel inicial (no hablar con extran?os en las redes, usar avatares en lugar de fotos); primario (recordar que "un contacto no es lo mismo que un amigo"); y secundario (no aceptar a desconocidos porque "es ma?s divertido y co?modo hablar con personas de nuestra confianza").
Ante la consulta para esta nota, el ministerio envió un mail donde reconoce que "los derechos digitales todavía están en construcción en muchos países, de manera que aún no hay una base concreta para transmitir en el currículum escolar [?]. El tema se aborda en general desde el área de formación ética y ciudadana, cuyos docentes deberían capacitarse para incluirlo en sus clases". En cuanto a iniciativas de concientización sobre privacidad online en las aulas, la cartera educativa menciona cursos de navegación segura para docentes. ¿Los alumnos participaron en el diseño de alguna de estas iniciativas? Desde el organismo respondieron que se dieron "algunas discusiones en Parlamentos Juveniles" (programas que promueven la participación en temas de agenda) aunque, agregaron, "no aparecieron en ninguno de los documentos finales".
En su búsqueda por impulsar un uso seguro y significativo de las tecnologías digitales, Chicos.net (que también trabajó con Google y Facebook), se guía por una obsesión de Reiman: que los menores entiendan que Internet parece gratuito, pero no lo es. El uso se paga con información personal. Bajo la lógica de "programar o ser programados", el objetivo es ayudarlos a tomar el control de su vida digital con espíritu crítico.
Por otra parte, los modelos de negocios no se humanizarán por sí solos. Se necesitan regulaciones que presionen a la industria para generar productos más transparentes y menos invasivos. "El primer paso es abrirse a un debate democrático", plantea Peña Gangadharan. "Si salvaguardar el derecho a la privacidad es un asunto de voluntad política -continúa-, debemos escuchar el abanico completo de ideas y argumentos. Esto significa dejar de decir cosas como ?la privacidad está muerta' pero también dejar de hacer la vista gorda ante las compañías tecnológicas. Colonizaron el debate sobre la privacidad e hicieron que parezca que los derechos sobre nuestros datos sea algo imposible de lograr". Hay que revertir esa ventaja. Los celulares no duermen: es el momento de despertar.
Los desafíos de la alfabetización digital
La alfabetización digital es una competencia compleja. Incluye una dimensión instrumental (el dominio de herramientas), otra ética (los usos de la información) y otra social (las demandas de democratización), plantea el informe "Acceso universal a la alfabetización digital", que el Ministerio de Educación publicó en 2007.
A diferencia de la lectoescritura, cuya enseñanza fue monopolizada por la escuela, la alfabetización digital sucede primero en casa. Un saber donde los hijos pueden superar a los padres. "Si los niños ya vienen alfabetizados, ¿qué tiene que transmitir la escuela?", se pregunta el documento. La clave está en dejar de enfocar únicamente en las herramientas y orientar los sentidos hacia proyectos pedagógicos y sociales. La ley de Educación Nacional plantea que el acceso equitativo a las tecnologías digitales es crucial para la igualdad y la calidad en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Mariana Landau (coautora de aquel informe y profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA) confirma que uno de los derechos digitales fundamentales se centra en "la posibilidad de acceder y utilizar estas tecnologías para el pleno desenvolvimiento personal, laboral y social", algo que "puede significar cosas muy distintas para diferentes sectores sociales". En su rol de regular los saberes a transmitir, los Estados deben tomar decisiones complejas: cuáles son legítimos, quién los selecciona, quién los enseña, cómo y durante cuánto tiempo.
En el medio, una dinámica inasible: "Las tecnologías digitales cambian rápidamente, con lo cual muchos saberes se vuelven obsoletos al instante. En este escenario, se desvanece el supuesto según el cual se debe favorecer el aprendizaje de determinados saberes que serán utilizados en el futuro. Los contenidos vinculados a las TIC son de presente efímero, no de futuro", agrega. Un desafío que se extiende a los docentes, expuestos a un crecimiento exponencial del conocimiento.
Obsesionado con las sociedades del futuro, este presente efímero también habilita el regreso de algunos pasados. El énfasis que el Estado dio a la educación en programación durante los últimos cuatro años resuena en el que tuvieron los lenguajes LOGO y Basic décadas atrás. "¿Volvimos atrás?", se pregunta la especialista en tecnología y comunicación. "De ningún modo: las ?tecnologías inteligentes' vinculadas con la inteligencia artificial y los robots imponen nuevos saberes, que es necesario desarrollar. La pregunta es qué permanece y qué es lo nuevo. A partir de eso, los Estados deberán dar respuesta a las demandas que emergen".