La prioridad educativa que se incluyó en el Pacto de Mayo
Estamos ante un riesgo: ¿cómo definirá la política a la educación?; hoy, el conocimiento requiere de mucho más que contar con mejores escuelas
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El último retoque para acordar la firma del reciente Pacto de Mayo fue la inclusión de la educación como prioridad común. Enhorabuena. Aunque estamos ante un riesgo: ¿cómo definirá la política a la educación? El planeta vive diversas revoluciones simultáneas. Hace unos meses escribió Thomas Friedman (en The New York Times) que asistimos a un momento “Prometeo”, que genera un cambio de tal magnitud respecto de lo que existía antes que no podemos aseverar que está cambiando “algo” sino que hay que cambiarlo todo. Sostiene el autor que ésta no es la primera “era prometeica” de la humanidad, pero –mientras las anteriores fueron la invención de la imprenta, la irrupción científica, la revolución agrícola combinada con la revolución industrial, la expansión de la energía nuclear, la informática personal e Internet– la actual es la más diferente porque este momento disruptivo no está impulsado por una sola invención sino por un superciclo tecnológico.
Es posible que muchos argentinos, tan propensos a concentrarnos en las anécdotas cotidianas, no concedamos a tal transformación planetaria la relevancia que tiene. Y el problema ante tal deserción no es intelectual sino práctico: si no nos preparamos no estaremos listos para el desafío. En el último Global Knowledge Index 2023 (Índice global de conocimiento, en el que Suiza es el líder mundial), publicado por UNDP y MBRF, la Argentina está ubicada apenas en el puesto 69. Además de estar superada por muchos países de todo el planeta que otrora estuvieron debajo de nosotros, hoy en nuestra región estamos séptimos, superados por Chile –el mejor ubicado–, Uruguay, Colombia, Panamá, Perú y Bolivia.
Mas allá de eso, algo significativo del ranking es que los ítems evaluados para calificar el conocimiento global incluyen la instrucción formal pero también la investigación, el desarrollo y la innovación, las tecnologías de comunicación e información, la propia organización económica y las condiciones ambientales y organizacionales. Esto es: el conocimiento requiere de mucho más que contar con mejores escuelas. En las sociedades exitosas el “conocimiento” apropiado hoy es bien diferente del que supimos desarrollar. Ya no surge monopólicamente en el sistema educativo, ya es más performativo que formativo (y mucho más que informativo), ya no solo es necesario para el mundo del trabajo sino para ser un ciudadano exitoso.
Son hoy atributos críticos para el éxito de las personas administrar tecnologías, generar asociaciones virtuosas, emprender, convivir con los diferentes (no solo nacionales sino generacionales), desarrollar virtudes laborales nuevas, lograr un saber crítico, desarrollar competitividad personal (entendiendo la competitividad no ya como la capacidad de competir contra otro sino de ser competente para la generación de realidades personales y sociales) y, especialmente, lograr (lo que es fundamental para no criar ciudadanos frustrados e incomprensivos) una adaptación virtuosa al capitalismo global. Sería un error, pues, confinar meramente la educación al sistema educativo. Como es un error, en este mundo borderless, confiar cualquier disciplina a una única entidad formal “correspondiente”. Entre los grandes cambios que vivimos, uno es la pérdida de la unidisciplinariedad y la consolidación de la multidisciplinariedad.
Eso no supone, por supuesto, desvalorizar el sistema educativo (que es un pilar de la creación de saber y al que hay que mejorar endógenamente y –a la vez– adaptar exógenamente). Pero el llamado sistema educativo hay que integrarlo en una cosmovisión cruzada: el saber de la época tiene en los sistemas vinculares espontáneos e interactivos que ocurren en la sociedad unos activadores no menos poderosos en la creación del nuevo saber. Y un actor cada día más relevante en ellas son las empresas que en el mundo desarrollado invierten en generación de conocimiento más que el propio sistema educativo. Lo que no es sino una manifestación más de un asunto transversal de la época: hoy, los mayores acontecimientos evolutivos planetarios no ocurren por acción gubernamental sino en el plano científico-tecnológico que se asienta crecientemente en entidades privadas y no gubernamentales (incluyendo los movimientos interindividuales como la interdifusión en internet y la cocreación en las redes sociales).
Todo esto no es nuevo. Ya entendía Alberdi que la instrucción (que es provista por el sistema formal) difiere de la educación (que se construye en convivencia constante con la civilización). Criticaba el gran tucumano a muchos próceres que “han confundido educación con instrucción, el género con la especie”. Lo que, pensó Alberdi, lleva al error de desatender la educación que se opera por la acción espontánea de las cosas, la educación que se hace por el ejemplo de una vida más civilizada que la nuestra, la “educación fecunda”.
El año pasado, en un blog del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Alejandro Adler y Robert McGrath publicaron un trabajo en el que promueven las skills for life (habilidades, destrezas, atributos para la vida). “Una habilidad se puede definir como cualquier cosa que una persona hace bien”, dicen. Trabajan sobre 30 condiciones críticas para el éxito en la vida. Mencionan entre ellas: mindfulness (la capacidad de conocernos, concentrarnos y desarrollarnos nosotros mismos), adaptabilidad, capacidad para resolver conflictos, empatía, creatividad, capacidad de cooperación, visión global, motivación individual, valores éticos, proactividad, responsabilidad, habilidad para asumir riesgos, pensamiento crítico prospectivo, eficacia individual.
Así, el éxito que esperamos requiere, además de escuelas mejoradas, una supraorganización social, política y económica que promueva a empresas competitivas globalmente que invierten en las personas, a universidades abiertas al mercado, a personas y asociaciones que patentan inventos, a lideres virtuosos y funcionales y al crecimiento de espacios sociales no gubernamentales donde la creatividad llega a la innovación (y que participen de las global innovation networks).
Podemos preguntarnos, entonces, cómo deberían proceder los prestadores y proveedores de instrucción formal. Pues redefiniendo. La dinámica en curso hace crecer el campo de lo que sabemos que sabemos, pero nos obliga a investigar sobre lo que sabemos que no sabemos y –mucho más– nos enfrenta al abismo de trabajar en lo que no sabemos que no sabemos. Dice Rita Gunther McGrath que para aprender se requiere desaprender.
Así, y como un desafío integral, puede enlistarse propositivamente a 7 saberes críticos para el éxito nuevo: los saberes básicos (lengua, matemática y lógica), los operativos (gestionar los nuevos aparatos de la revolución tecnológica), los profesionales (el de nuestro oficio o especialización), los transversales (es cada día cada día más requerido lograr saberes multidisciplinarios), los creativos (innovar y disrumpir), los íntimos (la administración y gestión positiva de las emociones ante tiempos desafiantes) y los sociales (integrar y desempeñarse en equipos y coaliciones humanas).
El desarrollo de esos saberes surge hoy desde una conjunción de actores. Dice Friedman que la globalización de hoy requiere formar “coaliciones complejas adaptativas”. La incorporación de la educación en el Pacto de Mayo debería generar algo mucho más profundo que algunas cuantas decisiones ministeriales consecuentes. Mas bien, debería encaminarnos a algo parecido a lo que Karl Popper llamó la sociedad abierta.
Analista económico internacional, director de la Maestría en Dirección estratégico tecnológica del ITBA