La primera pandemia 2.0
La del Covid-19 es la primera pandemia 2.0 que sufre la humanidad. Esto no quiere decir que no haya habido otras pandemias en este siglo, como la gripe A, de 2009. El mundo también ya fue testigo de epidemias de coronavirus, como SARS en 2003 y MERS en 2012. Lo que hace distinto al Covid-19 de todo lo anterior no es su expansión geográfica y ritmo de contagio, elementos que son apenas diferencias de grado y no de esencia. Lo que realmente lo distingue es el hecho de que es la primera catástrofe global en la era de las nuevas tecnologías de comunicación y las redes sociales. Nunca antes en nuestra historia una manifestación de estas características había convivido con WhatsApp, Twitter, Facebook e Instagram como fenómenos mundiales y métodos de transmisión de información, pero también de noticias falsas, incertidumbre y angustia. Jamás estuvimos, al mismo tiempo, tan informados y tan ansiosos, conviviendo en la sensación colectiva de que no hay capacidad para nada que no sea la pandemia.
Pero hay discusiones que no pueden esperar: el Covid-19 volvió inevitables las preguntas sobre la rivalidad entre Occidente y China, la capacidad de las democracias liberales para responder a desafíos, el equilibrio entre libertad y privacidad y la compleja relación entre gobiernos, empresas y libertad de expresión. No son debates para algún futuro lejano, son absolutamente coyunturales.
Para algunos, por ejemplo, la gran puja ideológica de este siglo se dará entre democracias liberales y autoritarismos digitales. Estas son las categorías amplias en las cuales se enmarca la rivalidad entre EE.UU. en particular, y Occidente en general, y China. Hasta la evaluación de respuestas nacionales a la pandemia se da dentro de este esquema interpretativo. Muchos analistas creen que podría crecer el atractivo del modelo autoritario digital, que permite el monitoreo constante de la población a través de la inteligencia artificial sin recaudos por la privacidad del ciudadano, si es que este se confirma como el esquema más exitoso para combatir al Covid-19. No obstante, una de las grandes lecciones que debería dejar la pandemia es que gobiernos de partido único que no ofrecen garantías constitucionales, silencian críticos, y no permiten la libertad de prensa ni de expresión pueden constituir una amenaza, no solamente para la salud de sus poblaciones, sino la del mundo entero.
Hay que reconocer que las democracias liberales tampoco han exhibido gran capacidad para anticipar y manejar esta crisis. Pero no sufren de los problemas estructurales que padecen los autoritarismos como sistemas de gobierno cerrados. Las democracias, en cambio, presentan sistemas de contrapesos y de crítica interna, y eso hace que estén más abiertas a corregirse y renovarse.
Por su propia dinámica local, las reacciones ante la crisis de Estados Unidos, España, Italia, Alemania, Corea del Sur, Francia y el Reino Unido, solo por citar algunos casos, son discutidas desde múltiples puntos de vista y con gran cantidad de información. Amitav Acharya remarca, en particular, que la pandemia muestra que las dos tradicionales fuentes de poder de los países, el poder económico y el poder militar, son insuficientes para enfrentar el desafío actual. Lo que hace falta es mejor gobernanza, que incluye la capacidad de generar lazos de cooperación con otros países y con organismos para enfrentar problemas transnacionales, así como la capacidad interna de un Estado de incorporar la consideración de amenazas futuras al proceso de toma de decisiones. Debemos dejar, en las palabras de Daniel Innerarity, de "considerar el futuro como el basurero del presente, como espacio de descarga, lugar donde se desplazan los problemas no resueltos y se alivia así el presente." Con contadas excepciones, pocas naciones han demostrado estas cualidades.
Las democracias liberales, además, enfrentan una tensión con pocos precedentes al verse presionadas para adoptar sistemas de monitoreo similares a los de los autoritarismos digitales para garantizar la salud durante la pandemia. El riesgo para los derechos de los ciudadanos es enorme: la misma inteligencia artificial que permite a una empresa personalizar avisos y publicidades es utilizada por el gobierno para dar seguimiento a las conductas y las preferencias de un individuo: a dónde va, qué compra, con quién habla, qué escribe, etc. A raíz de la pandemia estos sistemas se han profundizado hacia el interior del sujeto: ya no se trata solamente de rastrear lo que una persona hace, sino cómo se siente.
Yuval Harari alerta que el coronavirus podría marcar "una transición dramática de la vigilancia "sobre la piel" a otra "bajo la piel". Ni el sistema de crédito chino se había animado a tanto, pero ahora ese tabú se rompió: en China, de hecho, aplicaciones de delivery muestran la temperatura corporal del repartidor. Este avance de la tecnología sobre el cuerpo humano tiene un precedente en, paradójicamente, EE.UU., en donde el principal asegurador de salud ofrece pólizas con descuentos si puede monitorear tu régimen alimenticio y de gimnasia a través de brazaletes y celulares.
Finalmente, esta discusión no sólo implica a Estados. En el marco de la discusión pública, las grandes empresas de redes sociales y tecnología son tanto o más importantes. Hoy el ciudadano se informa cada vez más a través de plataformas como Facebook, Google y Twitter. Antes de la pandemia no ejercían un control de veracidad firme de la información, a pesar de que una parte significativa de lo que circula es falso, erróneo o incluso busca engañar. Facebook llevó esta política de laissez faire a un extremo cuando afirmó, a pesar de una avalancha de críticas, que no iba a chequear la fidelidad de avisos políticos pagos porque hacerlo hubiera limitado la libertad de expresión. El Covid-19 cambió esta política. Ahora Facebook, Google y Twitter eliminan—o sea censuran—posteos que contienen información espuria sobre el coronavirus. Twitter, Facebook y Youtube llegaron a borrar publicaciones del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, criticando medidas como la cuarentena. Estas empresas constituyen el espacio de discusión pública más grande del mundo—son para el siglo XXI lo que fueron las plazas y los cafés del siglo XIX y XX. Por eso, cualquier cambio en como manejan los contenidos de sus portales impacta directamente en el acceso y en la calidad de información de la ciudadanía.
No cabe duda de que los desafíos de este siglo son globales. Las pandemias, el cambio climático, el impacto de la inteligencia artificial, la crisis de refugiados, ninguno se puede enfrentar exitosamente al simple nivel del Estado-nación. En 2014 el brote de ébola en África se contuvo con una coalición de 50 países que cooperaron en materia de salud, finanzas y logística. Sin embargo, hay quienes creen que la lección que brinda el Covid-19 es que la globalización es peligrosa y que por ende habría que cerrar las fronteras y el intercambio e ir hacia una mayor autosuficiencia. La enseñanza correcta es precisamente la opuesta—hace falta más cooperación en cada uno de estos rubros, no menos. En la respuesta tecnológica y política a la pandemia definiremos la dinámica global de las próximas décadas.
Filósofo y exdirector de Argentina 2030 en la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación