La Presidenta no quiere responder
Por si alguien todavía no reparó en este detalle, hay preguntas que nuestra señora Presidenta jamás responderá, aun cuando uno se lo pida por favor, encarecidamente, o bien como gauchada. ¿Y por qué la señora Presidenta persiste en comportarse de ese modo, negándose a contestar ciertas preguntas?
Porque ella tiene sus limitaciones y se bloquea.
En realidad, eso de sufrir bloqueos intelectuales es algo bastante común entre los seres humanos, sobre todo si se trata de seres humanos argentinos. En nuestro país, las limitaciones que traen aparejados bloqueos intelectuales son harto comunes y obedecen a una misma sintomatología: a uno se le nubla la entendedera, se vuelve verborrágico y distorsiona la realidad, a extremos de acomodarla a su antojo.
No sólo eso: a menudo uno interrumpe o impide la consecución de un diálogo en tanto ese diálogo amenace enfrentarlo a sus limitaciones. Es lo que le pasa a nuestra señora Presidenta. Y no sólo a ella. Según parece, una amplia mayoría de personalidades del Gobierno es portadora de limitaciones que derivan en bloqueos intelectuales, una flaqueza que sin embargo no los aflige ni los perturba. Por el contrario, es una flaqueza que se complacen en exhibir, casi siempre con encomiable naturalidad.
Pero ¿es esto algo grave? Clínicamente, ¿las limitaciones y los bloqueos son algo que debemos observar con preocupación? No, para nada. Nuestro decadente estilo de vida, un bartolero sentido de la argentinidad y nuestra deplorable educación pública han convertido en moda eso de andar por la vida cargando una desvencijada mochila de limitaciones y bloqueos. Hay prueba científica de que a muchos argentinos les encanta ofrecer esa imagen, ya que no encuentran manera más cómoda de acreditar su naturaleza humana.
Entre los sustanciales rasgos de imagen que profesa nuestra primera mandataria figura el de reconocerse imposibilitada de contestar ciertas preguntas. Por lo tanto, si se presta al interrogatorio periodístico muy a las cansadas, y sólo en Harvard, nadie suponga que es porque los periodistas, esos inquisidores, hagan que le brote la urticaria. No, nada que ver, no es por eso. Lo que en realidad le ocurre es que ciertas preguntas (cuando provienen de periodistas del montón y no de periodistas militantes) le producen un colosal bloqueo, una inhibición recurrente, que la obnubila.
Por favor, nadie se alarme. Percances de esa índole nutren un soberbio manantial cívico, de aguas pesadas y lodosas, en el que hoy por hoy chapotea y hace la plancha el plenario de la dirigencia política nacional.
Seamos hipotéticos y veamos una de las tantas preguntas que podrían enmudecer a la señora Presidenta: "A ver, excelencia -podría uno indagar-, ¿por qué no manda imprimir billetes de 200 y 500 pesos? Dado que un rectangulito de papel que diga 500 rinde cinco veces más que uno que diga 100, con el previsible ahorro de tinta y mano de obra, ¿por qué se emperra en seguir despilfarrando rectangulitos de papel?".
La respuesta obvia (que jamás pronunciaría, por ese bloqueo) sería ésta: "Porque si imprimiera billetes de más alta denominación estaría admitiendo que la inflación es un flagelo que hemos sabido agravar". Lo cual revela que los bloqueos inhibitorios de raíz intelectual marchan a la par de la realidad que no se quiere ver.
Otras preguntas sobre un mismo tema podrían ser éstas: "¿No le parece ridículo que quitar de ahí el monumento a Colón (como le sugirió el finado Hugo) se haya vuelto una cuestión de Estado? ¿No le importa que este asunto contribuya a que su gobierno sea motejado de intolerante? Piénselo: así como dos monumentos, la Pirámide y el de Belgrano, comparten la Plaza de Mayo, ¿no hubieran podido estar juntos, en esa otra plaza, don Cristóbal y Juana Azurduy?".
Cuando el sentido común trastabilla, no hay respuesta sensata.
Aquí va otra ristra de preguntas sobre un mismo asunto: "¿Tendría a bien enumerar cuáles fueron los méritos culturales, ideológicos y/o partidarios que la decidieron a preferir al señor Amado Boudou como compañero de fórmula presidencial? ¿Qué merecimientos distinguieron a este bonito muchacho, aunque un poco tarambana, para que usted lo designara (por encima de mucho otro conspicuo y probo dirigente del PJ) compañero de rubro?"
¿Alguien supone que la señora Presidenta podría dar una respuesta más o menos convincente? El interrogante luce agravado por el hecho de que, por estas horas, la señora Presidenta quizás esté dudando de que aquella predilección haya sido la más acertada, la conveniente.
Por último, otra pregunta sin respuesta podría resultar ésta: "¿Cómo puede ser que culmine ocho años de Gobierno sin que haya ofrecido nunca una conferencia de prensa y sin haberse prestado al diálogo público -ante una platea no tan hegemónica, no tan chupamedias- con referentes políticos de otros partidos? Siempre tan dispuesta al monólogo, mediante la tracalada de cadenas de radio y televisión, ¿en serio se reconoce como una auténtica exponente de la vida en democracia?".
Si la llamada "televisión pública", la del Fútbol para Todos, es apenas la televisión del monólogo oficialista, vale deducir que la susodicha emisora se identifica a la perfección con el más notorio rasgo de la personalidad que transmite la señora Presidenta: el de las abismales limitaciones.