La presencialidad, un rito irremplazable entre profesor y alumno
Cada 17 de septiembre celebramos el Día del profesor, en homenaje a José Manuel Estrada, quién precisamente falleció el 17 de septiembre de 1894. Además de profesor, Estrada fue historiador, orador, escritor, periodista y un destacado intelectual de su tiempo.
Este año, la pandemia que vivimos hizo especial el Día del profesor, dadas las limitaciones pedagógicas impuestos por un virus desconocido, omnipresente e intratable. Lo especial radica en que, imprevistamente y como se pudo, se tuvo que recurrir a la implementación intuitiva de una educación digital remota entre aislamientos de profesores y alumnos.
La reciente ley 27.550, al suprimir arrebatadamente el artículo 109 de la ley de Educación 26.206/06, es otra señal que ratifica lo dicho. En efecto, el precepto suprimido establecía que "los estudios a distancia como alternativa para jóvenes y adultos solo pueden impartirse a partir de los dieciocho (18) años de edad…"
Ante los efectos de esta pandemia, hay que adecuar operativamente la ley 26.206 al flamante régimen de teletrabajo, Ley 27.555, singularmente vg., a su art. 9 "Elementos de trabajo": "el empleador debe proporcionar el equipamiento-hardware y software-, las herramientas de trabajo y el soporte necesario para el desempeño de las tareas, y asumir los costos de instalación, mantenimiento y reparación de las mismas, o la compensación por la utilización de herramientas propias de la persona que trabaja".
Conservar el espíritu y acervo de la educación presencial es también un singular desafío para la comunidad educativa, al menos, para atemperar la despersonalización y encontrar la mejor manera de sostener el vínculo "profesor, alumno y familia" durante el tiempo de virtualidad por la pandemia; un tiempo ya de seis meses que ha impedido la concurrencia regular a los establecimientos educativos.
Es que una vinculación pedagógica positiva se ha caracterizado por la presencialidad, el afecto, el respeto, la escucha paciente, la contención, la atención, la generosidad y aplicación, así como por expectativas realistas del profesor sobre las capacidades y posibilidades en cada uno de sus alumnos. En la educación presencial, la participación es directa (sin "delay"´), más ágil, dinámica y cooperativa, con franco intercambio de gestos e ideas.
Para un profesor, pocas cosas podrían superar el gozo intelectual de una clase con docencia presencial en la que cada gesto cobra un sentido y cada cruce de miradas un significado con complicidades espontáneas e inolvidables propias del aula y los recreos o intervalos de tiempo libre. Mayoritariamente, los estudiantes se han manifestado decididamente partidarios de la actividad formativa presencial cuanto de conservar el estudiantado como una forma y disfrute de la vida juvenil.
Sin negarme a la realidad, una enseñanza íntegramente a distancia no podrá lograr esa comunicación completa ni satisfacer las expectativas de nexo emocional entre profesor y alumno.
Enseñar es un acto de amor que nos hace mejores a todos, particularmente cuando participamos en la docencia convencidos que el valor "ético-solidario" es transversal a saberes, bienes, servicios y enseñanzas que compartimos porque ¡Cuando enseñamos, aprendemos! (Cicerón y Séneca).
Finalmente, "la educación y sus profesores no son nada si no son útiles y beneficiosos a la sociedad y ésta se negaría a sí misma si no valora apropiada, digna y oportunamente a los mismos" (Miguel de Unamuno).
Investigador Cijs / UNC. Experto CoNEAU/Cooperativismo