La preocupante fragilidad de las instituciones
Hace muchos años que en el imaginario colectivo se instaló la idea de que en la Argentina puede hacerse cualquier cosa, que todo da lo mismo. Se ha pensado y escrito mucho sobre esta cuestión tan argentina de no tener consecuencias ante los propios actos porque, según quién mire, da lo mismo ser derecho que traidor.
En estas últimas semanas, ese rasgo de la argentinidad desembarcó -también- en el imaginario institucional, donde vemos que los límites del decoro, de la prudencia y del respeto a las normas están, como mínimo, borrosos. El avance de los gobiernos sobre las instituciones del Estado no es un invento nacional: en Estados Unidos el presidente Trump dijo que va a evaluar si se va del gobierno en caso de perder las elecciones. Y como esa hay muchos ejemplos en la región y en el mundo.
Ese rasgo de la argentinidad desembarcó -también- en el imaginario institucional, donde vemos que los límites del decoro, de la prudencia y del respeto a las normas están, como mínimo, borrosos
La calidad democrática se envilece y todas las semanas hay algún escándalo con relación al funcionamiento institucional que involucran a la Corte Suprema, a las dos Cámaras del Congreso, a la propia Presidencia, a jefes comunales, a ministros de carteras muy importantes, como Salud y Seguridad. Lo del exdiputado Ameri es el emergente brutal de una gran cantidad de displicencias institucionales que no tienen la desmesura de aquello, pero que también erosionan el escenario público y, con él, a la política en su conjunto.
En el debate posterior, sea en los medios de comunicación, o entre los referentes de la opinión, muchas veces todo termina reduciéndose a una división absurda: lo que llaman la grieta. El rasgo más preocupante de esta visión binaria que simplifica todo es que las instituciones que deberían procesar y resolver democráticamente estas diferencias, parecen estar saturadas por ellas.
Una democracia sana y madura necesita del disenso para funcionar. Que en los cuerpos representativos se manifieste la diversidad de demandas, preocupaciones y propuestas de la sociedad no solamente es esperable sino necesario. Pero cuando las reglas del ámbito deliberativo, la camaradería y el respeto entre colegas se resienten ante disputas coyunturales, la fragilidad de las instituciones aumenta al tiempo que la calidad del debate democrático se va a pique.
Lo que sucedió en el Congreso impresiona por el tenor de los acontecimientos y el momento en que tienen lugar, en medio de una crisis generalizada de la que nada ni nadie sale indemne. Pero la realidad es que las legislaturas provinciales y los concejos municipales muchas veces también son terrenos de lucha y búsqueda de lucimientos personales antes que de soluciones para los vecinos.
El estado actual de las instituciones es tanto síntoma como causa de una Argentina que no termina de afirmarse en el lote de países emergentes en el concierto mundial, que sistemáticamente boicotea su potencial de desarrollo y no puede asegurarles a las nuevas generaciones una vida mejor que la de sus padres.
Cualquier acuerdo político de cara al futuro, que establezca objetivos claros para los próximos años en los grandes temas de la agenda pública, como educación, salud, producción y seguridad, deberá apoyarse en un pacto original: una regeneración institucional de fondo, en la que las diferencias políticas sean absorbidas por las normas vigentes y no viceversa.
Por allí pasa el desafío más importante de quienes ejercemos la función pública. Recuperar la transparencia y la predictibilidad de las instituciones es fundamental para ser mejores. No hay éxitos partidarios ni individuales que puedan anteponerse al funcionamiento aceitado de la democracia.
Diputado de la provincia de Buenos Aires (UCR) y presidente del bloque de Juntos por el Cambio