La política unipersonal
Desde el 10 de diciembre de 2023, los comentarios periodísticos cotidianos, ciertos análisis de coyuntura y algunos pretendidos debates en las redes sociales giran, casi exclusivamente, en torno a la figura del presidente de la Nación. Esta situación tiene una explicación institucional: la agenda y los actos de gobierno de un mandatario son temas de interés público que, como tales, generan información relevante.
Esta razón de Estado convive con dos variables que se conectan y retroalimentan: la dominante estrategia comunicacional del oficialismo y el vacío político que, al menos por el momento, parece estar dejando el variopinto arco opositor.
En una encuesta reciente, la consultora Opinaia preguntó: ¿quién es el líder de la oposición al gobierno de Milei? El 47% de las personas consultadas respondieron: “Por ahora nadie”. Esa percepción colectiva, en algún sentido, se enlaza con otras cuestiones que merecen atención.
En primer lugar, hay que considerar la escasa identificación partidaria de la ciudadanía. Según datos de la Cámara Nacional Electoral (CNE), a finales de 2022 había más de 35.000.000 de electores registrados en todo el país. De ellos, solo el 23% estaba afiliado a una fuerza política. El guarismo representa 250.000 personas menos que en 2001, cuando surgió la reaccionaria consigna “que se vayan todos”. Como contrapartida, el esquema posicional izquierda, centro o derecha está vigente a la hora de expresar preferencias ideológicas.
A lo anterior se suma una aparente desconexión entre los debates que promueven los dirigentes y las demandas sociales más urgentes. Probablemente, la habilidad de Javier Milei haya sido bautizar de modo clasista esta situación. En efecto, la idea de casta, en tanto supuesta elite gubernativa que se habla a sí misma y vive en un microclima palaciego, penetró en amplios sectores de la población.
Hay otro factor clave: todas las sociedades, en algún momento, atraviesan un cambio de época que impacta en la representación. Algunas cifras dan cuenta de ello. En un artículo publicado en noviembre de 2023 en El País de España, firmado por Borja Andrino y Montse Hidalgo Pérez, se menciona un relevamiento de la consultora Atlas Intel, difundido días antes del balotaje presidencial en la Argentina. Allí, el fundador de La Libertad Avanza sumaba el 69% de la intención de voto en el electorado de 16 a 24 años. En tanto, en la franja de 25 a 34 años llegaba al 54%.
En este marco, además, parece un error de interpretación medir las acciones del elenco gobernante sin tener en cuenta el pasado reciente. Desde hace varios lustros, la corrección discursiva, los modales cívicos y el respeto por la disidencia son víctimas de la polarización extrema.
La impronta libertaria, en realidad, se nutre de una matriz de intolerancia que, desde el conflicto agropecuario de 2008 en adelante, fue alimentada y utilizada por quienes, siendo a su turno oficialismo u oposición mayoritaria, apostaron sistemáticamente a la confrontación. El mileísmo, entonces, representa una nueva versión de esa lógica de grieta y fanatismo.
Asistimos, en consecuencia, a la configuración de un presidencialismo faccioso; un modelo donde lo importante es el contacto directo del líder carismático con sus seguidores, tanto en la realidad concreta como en el ciberespacio. Así, arropado por la masa o las redes sociales, quien ejerce el poder repite consignas y gestos, descargando su furia contra quienes lo critican.
Así las cosas, desde el arribo de Javier Milei a la Casa Rosada, la democracia de candidatos, esa que bien definió el politólogo Natalio Botana, exhibe un nuevo rasgo distintivo: la política unipersonal; un protagonismo sobreactuado y permanente, ideado para ser noticia y borrar del escenario a todos los adversarios.
Lic. Comunicación Social (UNLP) La Plata