La política sirviéndole la mesa a Milei
“Si llego a segunda vuelta, les gano a todos”, afirmó en las últimas horas el candidato libertario, Javier Milei. Esta chance electoral, que hasta no hace mucho parecía un pronóstico basado en el optimismo y el voluntarismo de una fuerza política nueva, hoy puede ser una realidad.
En los últimos días comenzaron a aparecer encuestas que lo muestran muy encumbrado entre los jóvenes, donde mide por encima del kirchnerismo, el sector elegido por ese grupo etario en las últimas dos décadas. Ese creciente favoritismo lo pone en condición de competir en una segunda vuelta con el candidato de Juntos por el Cambio, porque podría desplazar al Frente de Todos del segundo lugar. Algunos analistas ponen paños fríos a este escenario anticipando que hoy “se mide más la bronca que el voto decidido” y Milei interpreta mejor la bronca que sus adversarios. Aun así, son pocos los consultores que se animan a asegurar que el libertario esté resignado a realizar solo una buena elección que lo coloque en un meritorio tercer puesto. Siente que está para más.
Ahora, de todos modos, Javier Milei no es un dirigente digerible para un sector de la sociedad que busca representantes que transmitan tranquilidad y propuestas viables. Su idea de combatir la inseguridad sumando la libre tenencia de armas o la polémica alrededor de la comercialización de órganos, entre otras, no predisponen favorablemente al público más politizado. Para el periodismo es un personaje que “mide”, es polémico y de algún modo transgresor, calienta la pantalla con su presencia, pero también se sale bruscamente de su rol de entrevistado que tiene todo el derecho a contestar como quiera o simplemente a no hacerlo, no está obligado, así es el juego. Pero Milei no tolera las preguntas incómodas, habla de “emboscadas”, levanta la voz, se vuelve irascible sin necesidad. La labor del periodista es preguntar y si esa pregunta incomoda al poder con más razón debe hacerse. Así es natural que nos preguntemos cómo reaccionaría ante un problema de gobierno, un planteo sindical o sectorial de los que se nutre nuestro complicado andar cotidiano o ante una crisis real, si solo le basta una pregunta incómoda para perder el control. Algunos empresarios no guardan un buen recuerdo de su reunión privada en el Coloquio de IDEA, donde levantó la voz varias veces ante algunos cuestionamientos de un miembro en particular. ¿Será esa su personalidad? ¿O será que ese enojo mide bien entre un público que también está enojado con la realidad?
Milei tiene un mérito para estar dónde está, encontró en su propuesta anti-casta política un espacio que prendió, a pesar de que las últimas incorporaciones y candidatos locales provengan de esa mal llamada “casta”. Su diatriba outsider para el acostumbrado debate de la política local lo hizo competitivo porque representa la canalización del hartazgo, el desgano de un sector de la sociedad cansado de los fracasos políticos. Pero lo que verdaderamente encumbra a Milei son dos hechos concretos: primero, el estrepitoso fracaso del gobierno de Alberto Fernández que hizo implosionar al peronismo, cooptado por el egoísmo y el personalismo de Cristina Kirchner, al punto de ponerlo por primera vez en su historia lejos del piso electoral de 35 o 40 puntos que lo mantuvo como la fuerza política más poderosa. Gracias a ese piso electoral desde 1983 el PJ, en todos sus formatos y propuestas camaleónicas, mantiene el control del Senado de la Nación. Y, en segundo lugar, la pelea interna del Pro, que viene llenando páginas y horas de aire en todas las coberturas de la actualidad política. Para su electorado es incomprensible que tan cerca del poder, a tan pocos metros de la línea de llegada de lo que figuradamente sería una carrera de posta, en lugar de correr en equipo se esconden el testimonio en ese pase de manos solo para retrasarse en la corrida. Al Pro le llevará más tiempo que el previsto asumir la convivencia entre su líder natural y el candidato elegido, todo esto con serias repercusiones en sus principales aliados: la UCR y la Coalición Cívica.
El crecimiento de Milei también influye en los planes de las dos principales fuerzas políticas. En el oficialismo algunos lo celebran: “Estamos rogando que Milei saque muchos votos, eso habla de que hemos perdido el Norte político”, dijo días atrás Fernando “Chino” Navarro del Movimiento Evita. Quieren eso, por más que se encuentre en las antípodas de sus ideas, porque ven así la posibilidad de que crezca sobre el votante de Juntos por el Cambio generando un posible escenario de tres tercios que le permita ser más competitivo ante lo que muchos creen será una catástrofe electoral. En la principal coalición opositora divide aguas, hay sectores del Pro que lo visualizan como un aliado potencial, sobre todo para derrotar al FdT en la provincia de Buenos Aires, a pesar de que creen que sus propuestas son fuego de artificio ante la crisis y no tengan ninguna chance de ser realizables, mientras que en la UCR y la Coalición Cívica se sienten tan ajenos y lejanos a su propuesta de modelo de país, tanto como Milei de ellos, que lo ubican como un adversario a vencer con el que sería imposible acordar algo. Ambos se equivocan: si Javier Milei crece sobre el abatimiento social, lo hace sobre ambas fuerzas y, cualquiera sea el resultado electoral, será imperioso tener puntos de contacto para poder gobernar un país que tiene a su economía, la educación y la seguridad en una pendiente que aún no tocó fondo.
Este presente era impensado si tomamos como punto de comparación la última elección de medio término en 2021. Pero acá estamos, con una sociedad cansada y recelosa ante un cambio de pronósticos y chances electorales que confunden, porque es como si el peronismo y Juntos por el Cambio se hubiesen puesto de acuerdo en correrse para que el hombre liberal, del curioso peinado y de ideas discutidas se encamine a ser parte de la discusión real por el poder. Parece inexplicable, porque si se propusieran hacerlo peor necesitarían pulir mucho más el ingenio.