La política es un hospital, no una guerra
Elige a tu enemigo" es la máxima que guía hoy la comprensión de la política. Esta idea viene de la historia profunda, pero se reforzó cuando el pensador alemán Carl Schmitt encandiló a derechas e izquierdas con su amigo-enemigo como cubito de caldo concentrado para entender la acción política.
En el siglo XIX la identidad entre guerra y política encontró su referente en un militar prusiano llamado Carl von Clausewitz. Y, a principios del siglo XX, un pensador italiano tan influyente como Antonio Gramsci reforzó la metáfora y usó la "guerra de posiciones" de la Primera Guerra Mundial como idea para una revolución cultural que superara la estrategia violenta para la construcción del socialismo.
Pero hoy este prisma guerrero nos hace subestimar dimensiones centrales de la política, y además puede haber contribuido a cavar una fosa de profundidad oceánica entre la actividad política y los ciudadanos. Hace veinte años que se estudia la "espiral del cinismo" que se difundiría en la sociedad cuando el periodismo analiza la política como una guerra, en que uno gana y otro pierde.
La metáfora de la guerra es insuficiente porque la política es más interesante que pelearse con alguien. La política es también un hospital, adonde llegan las víctimas de todo tipo y se las rescata, se las atiende, se las cura, se intenta reparar su dolor y se realizan cuidados paliativos. Desde esta perspectiva, el éxito político ya no es la derrota del enemigo o adversario, sino el rescate o la mejoría de la víctima, entendida como todo ciudadano o ciudadana a los que se les reconoce una demanda legítima para reclamar.
Hay políticos destacados que desarrollaron el arte de curar: el oncólogo uruguayo Tabaré Vázquez , quien atendió pacientes como presidente, o el clínico Arturo Illia; fueron médicos los chilenos Salvador Allende y Michelle Bachelet , ambos incluso sirvieron como ministros de Salud. Quizás parte del mito peronista tiene que ver con la eficacia de la política pública del primer ministro de Salud de la historia argentina, el santiagueño Ramón Carrillo, durante el primer gobierno de Juan Perón . La primera médica argentina, Cecilia Grierson, fue una pionera en la lucha por los derechos de las mujeres, entre ellos, el sufragio femenino. Ni hablar de la vocación pública del médico Roque Pérez, quien presidió el Comité de Salubridad que gobernó Buenos Aires durante la fiebre amarilla en el trágico año 1871, servicio que lo llevó a la muerte por esa enfermedad ese mismo año. Eso sí que fue alta política.
Si la política es un hospital, el triage de la guardia sería la zona clave donde los periodistas se cruzan con la política. Allí se clasifica a las víctimas, se les da rápida entrada o se las posterga, se jerarquizan sus dolencias, o se las devuelve a sus casas negando que sean víctimas.
La metáfora del hospital no es mejor que la de la guerra. Las dos dejan afuera aspectos relevantes de la política. Pero pensar la política como un hospital de víctimas potencia aquello que está devaluado en el análisis: qué es lo que efectivamente se hace por las personas, que es lo que más honra, más atrae y más se necesita de la acción política. Por supuesto, siempre hay que tener en cuenta que la protesta más ruidosa no es necesariamente la voz genuina de las víctimas. Una de las tensiones de la vida pública es la disputa por representarlas. Puede haber mucha protesta en la calle, una gran tensión, y quienes llevan los carteles no están defendiendo necesariamente a las víctimas. Al contrario, pueden estar agravando su situación. Los líderes de organizaciones vecinales, empresarias, sociales y políticas que defienden diferentes personas o grupos sociales pueden manipular, instrumentar o, solamente, errar en su representación. Como cualquier hospital que por mala praxis agrava la salud de un paciente, lo mismo puede ocurrir con la política, empeorando el estado de las víctimas.
En definitiva, analizar la política como un hospital no erradica los conflictos que existen, sino que les da sentido: mi enemigo no sos vos, sino el dolor de las víctimas. Así como en el fútbol, para no desorientarse, hay que mirar la pelota, en la política la obsesión debe ser mirar a las víctimas.
Pero tu odio al enemigo político te puede derribar aunque le ganes. Si logró sacarte de tu foco de rescatar a las víctimas, logró vaciar el sentido de tu acción política. Y si pasa eso, podés decir como U2 en su tema Sunday, bloody Sunday: "Hay muchas pérdidas, ¿puede alguien decirme quién ha ganado?".