La política en tiempos de cólera
La cólera siempre supone un sentimiento de enojo muy grande y violento. Montan en cólera los que se enfadan con facilidad, los iracundos. Personas que pierden capacidad de análisis y sólo encuentran en la ira un escape a todo lo que les disgusta.
Por todo lo que conlleva de irreflexivo, la cólera no es un buen mecanismo para afrontar problemas. Sirve para descalificarlos, pero no para resolverlos. Los anestesia un instante, pero no logra superarlos.
En la acción política, la cólera es la peor de las plagas. Cuando asoma, la razón se pierde y recuperan valor los insensatos. Es ése el momento en que el enojo insulta al problema, pero jamás lo supera.
Tal vez la cólera haya hecho presa al Gobierno. Sumido en la lógica de que los problemas ocurren por la acción deliberada de los enemigos, Cristina, sus ministros y sus seguidores sólo son capaces de encerrarse en un discurso meramente descalificador. Sienten que todo lo que ocurre en la Argentina acaece por la maldad de los adversarios o simplemente de los que no participan de sus ideas. Jamás se detienen a observar que muchos de esos problemas se originan en las múltiples causas que el mismo Gobierno genera.
La pobreza que no se invisibiliza funda en ellos la peor cólera. Piensan que las personas en situación de pobreza aumentan porque un observatorio da a conocer estadísticas y un diario reproduce ese informe en primera plana. Les cuesta reconocer que sin inversión y con una producción que merma, el trabajo primero se precariza y después se pierde, con lo cual deja sin amparo al desempleado.
La cólera atrapa al oficialismo cuando la inflación acaba por empobrecer a los asalariados. Piensan en el Gobierno que los precios suben sólo por la voracidad empresaria sin entender que en ello mucho tiene que ver un gasto público desmadrado que no encuentra un financiamiento genuino.
También montan en cólera cuando asoma el malestar ciudadano. Entonces emprenden una nueva cruzada contra diarios, radios y canales de televisión a los que les atribuyen el objetivo y el resultado de deprimir el espíritu público con "información negativa".
Finalmente, la cólera los hace presa cuando advierten que también ellos deben respetar la ley. Obnubilados por la realidad, son capaces de descalificar reglas constitucionales y hasta de recomendar el cierre del Parlamento si es que los congresales no acompañan sus aventuras.
La cólera no es buena consejera. Produce conceptos furiosos que sólo intranquilizan la conciencia social. Escuchar al jefe de los ministros afirmar que la pobreza ha sido erradicada debe preocuparnos porque nos indica que el Gobierno gestiona sin tener en cuenta a los sectores más vulnerables que ven peligrar sus trabajos y mermar sus ingresos con la inflación. Saber que el ministro de Economía estima intrascendente "andar midiendo cuántos pobres hay" debe preocuparnos a todos, porque supone que ya no se necesitan políticas públicas de inclusión. ¿Quién se ocupará de atender a los necesitados si los que gobiernan presumen que no existen?
Siempre he pensado que la política supone el ejercicio de administrar la realidad. Según sea el pensamiento y los valores de quien la practica, la política intentará sostener la situación imperante (conservadores), cambiarla para construir una sociedad más justa (reformistas) o eliminarla para imponer nuevos esquemas de funcionamiento social (revolucionarios).
Cualquiera que sea la posición que se esgrima, la política necesita asumir la realidad. Cuando se la niega, sólo se construyen relatos que inexorablemente sirven para hacer más crítica la realidad circundante.
Que Cristina vocifere, a través de las redes sociales, que existen "fuerzas ocultas" que desestabilizan su Gobierno sólo deja al descubierto su debilidad y su enojo con el presente. Su incapacidad para revertir los problemas. Ya advertimos su dificultad para entender lo que pasa.
Es precisamente su ira mal disimulada la que no la deja advertir que nada debilita más a su Gobierno que la defensa de un vicepresidente que sólo puede hacer gala de sus inconductas; que el apañamiento de una mala gestión de la economía; que la tolerancia a los energúmenos que proponen cerrar el Congreso o el aplauso con el que se corona el discurso que reclama desatender las reglas constitucionales.
Cristina debería entender, en procura de un mejor futuro para todos, que por más que cueste, es imprescindible asumir la realidad tal cual es, sin aditamentos, para poder administrarla. Debería darse cuenta de que un problema no atendido se potencia tanto como la enfermedad no medicada. En ambos casos, hacer de cuenta que todo está en orden cuando no lo está intranquiliza la cotidianidad y pone en serio riesgo el mañana.
Es cierto que hacer frente a los problemas sin eludirlos es una buena manera de vivir, pero es además una condición central para el desarrollo de la buena gestión. Una condición que siempre se pierde en los tiempos de cólera.
El autor fue jefe de Gabinete de Néstor y de Cristina Kirchner