La política en la calle. ¿Vitalidad de la democracia o síntoma de sus problemas?
Las movilizaciones recientes, en su heterogeneidad, entrelazan transformaciones estructurales con lógicas de coyuntura, e interpelan a todo el sistema político
En cuanto la noticia del asesinato de Micaela García se hizo pública, llegó la reacción: una movilización a Plaza de Mayo para pedir justicia, que se repitió en otros puntos del país, en el eco de las marchas de #NiUnaMenos. Al día siguiente, el mismo músculo se tensó después del violento desalojo de los docentes en la Plaza de los Dos Congresos: un abrazo al edificio del Congreso, una marcha al día siguiente. Salir a la calle, ocupar el espacio público, desplegar allí la fuerza de una multitud en protesta y provocar con eso un "hecho político" se ha convertido en los últimos meses en una herramienta política clave.
Una tradición argentina de política callejera se actualizó como parte del repertorio posible de la acción de grupos y ciudadanos sobre demandas diversas y, sobre todo, interpela a los políticos, obligados a escuchar, a responder o al menos a demostrar que tomaron nota. Es casi una suerte de nuevo diálogo: habla el Gobierno, responde la calle; falla la Justicia, responde la calle; se vulnera un derecho, responde la calle. Incluso, las marchas hablan entre ellas: a los piqueteros, sindicalistas y movimientos kirchneristas les responde el "1-A". Al acto de la CGT le sigue la convocatoria a un paro.
¿Hay algún lazo que una las movilizaciones que se sucedieron desde marzo: la marcha organizada por la CGT, la del Día de la Memoria, las movilizaciones por la educación y los reclamos docentes, los piquetes en distintos puntos del país y la ciudad de Buenos Aires, el 1-A? Más aún, ¿hay algo que, como sugieren algunos analistas, vincula estas marchas con otras de los años recientes -la marcha Blumberg, el 8-N, los cacerolazos de 2012 y 2013, las movilizaciones durante la crisis del campo, las marchas por #NiUnaMenos- y que esté marcando una nueva fisonomía de la política callejera?
Más o menos organizadas, aunque nunca espontáneas, de convocatoria rápida y eco amplificado en las redes sociales, heterogéneas en sus demandas y en sus modalidades de expresión, aglutinando a veces clases sociales diversas y con saberes distintos en el uso político de la calle -el piquete, la movilización sindical, la marcha ciudadana-, las movilizaciones políticas de la Argentina más reciente pueden ser leídas a la vez como síntoma y consecuencia.
Pueden, al mismo tiempo, expresar la poca confianza en instituciones que podrían canalizar demandas, como los partidos políticos; el estallido de pequeñas comunidades de reclamos que se quieren hacer oír, y la creciente conciencia de derechos. Dan voz, también, a lógicas políticas coyunturales, y en ese sentido ponen en un lugar incómodo al Gobierno, que desestima esas manifestaciones como resabios de la "vieja política" pero toma una marcha en favor como el resultado de un plebiscito.
Dicho con una pregunta: ¿las movilizaciones representan un dato auspicioso para la democracia o una señal de sus déficits?
Tradición callejera
Como bien saben los historiadores, casi todo ya sucedió antes. La política en la calle tiene una tradición larga en la Argentina, que atraviesa todo el siglo XX -las movilizaciones socialistas y anarquistas, el 17 de octubre, las distintas resistencias a las dictaduras, los piquetes como forma novedosa de protesta nacida en los años 90- y que construye un repertorio, un saber colectivo, que se pone en uso en estas semanas. Sin embargo, para algunos analistas, la crisis de 2001 fue un parteaguas en las formas de protesta social que, al erosionar las identidades partidarias y escenificar el repudio a las instituciones y la política, "hizo que la conducción de la ocupación del espacio público, un recurso arraigado en la sociedad civil argentina, se volviera más desordenada", como dice Sergio De Piero, politólogo y profesor en la UBA y la UNAJ.
Coincide y amplía Pablo Semán: "Mi hipótesis es que después del 19 y 20 de diciembre de 2001 hay un nuevo tipo de eventos. Ejemplos como las movilizaciones durante la crisis del campo o las de #NiUnaMenos no son típicas de las que hace un partido cuando reafirma principios para sus integrantes. Son expresiones que conmueven a toda la sociedad e inciden en los procesos de discusión pública y en las decisiones de políticas", apunta Semán, antropólogo y profesor en la Unsam. "Es un Parlamento complementario de la calle que los dirigentes miran. El macrismo, de hecho, cambió su dinámica política después del 1-A."
No todos lo ven igual. Para Vicente Palermo, politólogo y presidente del Club Político Argentino, por ejemplo, "puede ser que esto sea el canto del cisne de la movilización callejera. No es que no vaya a haber otras, pero no van a tener la importancia que tuvieron este mes. Probablemente haya sido un pico en el que se conjugó un esfuerzo grande del kirchnerismo, con la CGT y la marcha del 24 de marzo, al que le siguió la reacción del 1-A", dice.
¿Estructura o coyuntura, entonces? Como suele suceder en los fenómenos sociales, la respuesta parece ser "ambas". En su coreografía desordenada, las marchas dicen más que sus consignas. Hablan, por ejemplo, de la implosión de los partidos políticos, la fractura estructural de la pobreza y el empleo precario e informal, el estallido de demandas de pequeños grupos por sus derechos. Y escenifican a la vez una grieta política que no hace más que ensancharse, fogoneada por los que ocupan ambos extremos. En ese entramado de voluntad de expresión y debates pendientes e incómodos sobre cómo regular el derecho a la protesta se enredan intereses coyunturales y chocan ideas contrapuestas sobre la legitimidad de ocupar el espacio público.
Algo tienen en común estas movilizaciones de la Argentina más reciente: las demandas se vuelven heterogéneas, se participa con intensidades, repertorios y hasta disposiciones corporales diferentes, incluso en la misma marcha. "La identidad individual se reprocesó en movimientos políticos populares en el siglo XX. Cuando esas identidades caen, emergen los ?pedazos'. Cada uno tiene su demanda y quiere que se escuche. La idea de comunidad pequeña se mantiene aunque se rechaza la comunidad nacional", dice De Piero.
"Está claro que el campo de la movilización se volvió más complejo y que no todos se movilizan por las mismas cosas. Esto se debe a causas estructurales que se empiezan a dar en los años 90: la fragmentación de la clase trabajadora y las transformaciones culturales de los sectores medios y altos. Nadie los representa -dice Ana Natalucci, socióloga, investigadora del Conicet en el Instituto Gino Germani y profesora en la UBA-. Pero también hay factores coyunturales: uno de los legados del kirchnerismo es que para conseguir algo hay que movilizarse. Cambiemos encarna todo lo contrario: es un cambio abrupto del sistema político que no se sintetiza igual de rápido en la sociedad. La gente no se vuelve inmediatamente a la casa."
Para Natalucci, esto tiene un doble efecto. "Por un lado, revitaliza la democracia, porque las sociedades están mutando a un ritmo muy acelerado, pero los sistemas políticos van a otro ritmo. Estos sectores interpelan al poder político. Pero, por otro lado, si eso no se procesa políticamente, el conflicto se va agudizando sin salida y se entra en una espiral conflictiva."
"La situación política y económica abrió la puerta a la heterogeneidad de las demandas -dice Palermo-. Había algunas situaciones contenidas por el tipo de política del kirchnerismo, pero con una política económica con aspectos de ajuste y sin un actor que oriente claramente a la oposición, eso se dispara."
A eso se suma otra heterogeneidad: "Hay organizaciones que vienen de otra época política, como los sindicatos, e incorporan las lógicas digitales a lo que ya tienen; hay partidos políticos, como Pro, que son casi digitales o que incorporaron esas lógicas más rápidamente. Y #NiUnaMenos es directamente digital, nació en las redes", dice Semán. Quizás por eso en las movilizaciones conviven los bombos y atriles con los distintivos y consignas difundidos en las redes y las performances artísticas.
¿Señal de salud democrática?
¿Tenemos en la Argentina una democracia más sana porque sus ciudadanos están listos para movilizarse por lo que creen justo, por sus preocupaciones e intereses? ¿O la política en la calle es una señal de todo lo que no funciona bien?
"No me parece que la movilización callejera sea una alternativa ni un complemento de la representación política -dice Marcelo Leiras, politólogo y director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés-. Es otro modo de representar. Uno tiende a pensar que hay una elección más representativa, la del Presidente, pero el electorado elige a diputados, senadores, gobernadores, legisladores provinciales, presidente en dos vueltas, y una parte pequeña se moviliza en favor y en contra. Me parece bien que haya organizaciones que se movilicen para manifestarse y defiendan sus intereses. Es parte de los recursos de representación y de gobierno que tiene la Argentina."
"Es auspicioso el nivel de movilización porque muestra grados de participación. No tengo claro que sea autónomo de toda organización o partido. Al contrario, las personas participan en organizaciones de distinto tipo, la democracia está muy viva -dice Semán-. Pero el resultado es ambiguo. Hay una tensión sobre el espacio público. Más allá de piquetes y carpas docentes, desde la política se percibe que las movilizaciones son efectivas y se trata de bloquearlas. Y está el tema de que las minorías intensas puedan conseguir cosas que la mayoría silenciosa no. Pero la calle no impone directamente las decisiones. La política las dimensiona."
En ese sentido, ¿qué desafíos supone la política en la calle para Cambiemos, cuyo partido principal, Pro, prefiere la comunicación en singular con cada ciudadano, a través de los medios, las redes, el timbreo o los encuentros con vecinos? Los desafíos pertenecen, al mismo tiempo, al terreno de las ideas sobre la política y la sociedad, y al de la estrategia del día a día. El 1-A puede haber aliviado al Gobierno tanto como haberlo puesto frente a un dilema central.
"En la sociedad argentina hay confianza en que el Estado resuelve los problemas. La mayor dificultad de Cambiemos es que no construye mediaciones con la sociedad. Existen intentos de mostrar empatía, pero no la hay. El macrismo no mira a la sociedad civil; logró reemplazar la ausencia de territorio con el uso de medios y redes, pero gobernar recurriendo siempre a situaciones tensas es difícil", apunta De Piero.
El desafío sería, quizás, convertir movilización en participación, que abre canales alternativos para procesar demandas y exige un ida y vuelta con organizaciones y grupos de ciudadanos.
Para Palermo, "lo mejor que puede hacer el Gobierno es no meter las manos ahí, no entrar en la dinámica de generación de movilizaciones. Lo que tiene que hacer es corregir lo mucho que hay para corregir, dando respuesta en otro lado, en distintas políticas". Regular el uso público de la calle parece ser una respuesta a una lectura del 1-A. Una lectura que puede ser riesgosa.
El punto es que organizar una movilización se ha vuelto más sencillo: las redes viralizan una convocatoria y actúan como caja de resonancia. En ese escenario, para algunos expertos, los políticos de todo color no deberían sobreestimar su propio Patio de las Palmeras: los que se movilizan son muchos, pero no son todos; aprueban o rechazan algo, pero no todo.
"Hoy cualquiera tiene una Plaza. El encierro microclimático a partir de la movilización es riesgoso. En general los políticos creen que porque tienen muchos a favor tienen a todos. Y cada uno se ahoga en su propio termo. Es una sensibilidad que deben desarrollar los dirigentes para poder leer estas movilizaciones", dice Semán.
Es lo que Leiras llama un "esfuerzo de interpretación sobria" de distintas formas de expresión, desde las encuestas hasta las movilizaciones. "Las movilizaciones no reemplazan ni complementan las elecciones. Me preocuparía que en conversaciones que no trascienden el Gobierno tuviera el mismo ánimo exaltado que tienen en las que sí trascienden".
"El 1-A se movilizaron las bases de Cambiemos, pero con las bases no se gobierna. Ése fue también el problema en los últimos años de Cristina. Al hacer referencia al choripán el Gobierno juega una interna y no se pone por encima de los conflictos. Se puede antagonizar para ganar las elecciones pero eso no garantiza gobernabilidad después. La protesta indica algo. Demonizarla desde el vamos es un problema", dice Natalucci.
Ni una revolución ciudadana ni más de lo mismo. La política exige sutilezas que la polarización y el conflicto desdibujan.