La política debe recuperar el diálogo
La crisis de 2001 aún no fue superada. Entonces la insatisfacción general se expresó en el lema "que se vayan todos", sin hacer discriminaciones y englobando al conjunto de los cuadros políticos. Todavía subsiste la desconfianza. Pero ahora el reclamo consiste en que los diferentes sectores políticos que integran la oposición se unan. Este anhelo comenzó a concretarse a través de la alianza FA-UNEN, que reúne a distintas variantes que comparten el respeto a la Constitución y el rechazo a la corrupción y a la impunidad.
Las posibles coaliciones deben sustentarse en una base común a fin de evitar que, luego de alcanzar el poder, se diluyan por discrepancias irreductibles. Esto requerirá el armado de propuestas que deberán lanzar a la Nación hacia el futuro para liberarnos, así, de los tentáculos con que el gobierno actual nos ató a una coyuntura ligada al crecimiento de las fortunas que exhiben sin pudor figuras prominentes del régimen imperante; lucen más desvergonzadas ante la indigencia y pobreza que soporta más de un tercio de la población.
La armonía con los aliados también debe practicarse con otras agrupaciones políticas. En esa línea es factible mencionar al Frente Renovador (Massa), que expone una concepción revisionista del Frente para la Victoria; a Pro (Macri), y al justicialismo en sus dos vertientes: la identificada con el FPV, aunque en una adaptación más moderada (Scioli) y la que tiene una postura crítica respecto del FPV( De la Sota, Duhalde)
En este escenario, la etapa kirchnerista (2003-2015) es un anacronismo histórico porque representa una versión desactualizada de la primera fase autoritaria del peronismo (1946-1955). Hoy sin herederos, el kirchnerismo, que hundió al país en el charco del encono, de la venganza y de una gestión inoperante, enfrenta el fin de su ciclo. Se abre así una oportunidad para producir un cambio real, sin maquillajes hipócritas.
De toda esta movilización surgirán coincidencias y desprendimientos que irán delineando el perfil político del comienzo del siglo XXI. Esto había sucedido con la crisis de 1890, de la que surgieron la UCR, el socialismo y la democracia progresista. Luego, el "fraude patriótico" de la década del 30 provocó el golpe de Estado de 1943, que culminó con el alumbramiento del justicialismo. Ambas circunstancias habían modificado el tablero político de la Argentina, que subsiste con variaciones, aunque está requiriendo urgentes modificaciones.
Los actores políticos han empezado a mostrar una flexibilidad que es imprescindible, si se considera que en la elección general de 2015 ninguno de los agrupamientos logrará más del 50% de los legisladores de las cámaras del Congreso. Éste es el número necesario para que las leyes, como sucede en la actualidad, puedan ser aprobadas solamente por la mayoría oficialista sin necesidad de tener que recurrir a otros apoyos.
En este contexto, las mayorías serán móviles. Así, para la aprobación de una ley determinada pueden coincidir los bloques políticos A, B y D, mientras que el consenso para otra norma se lograría por la confluencia de las agrupaciones B, D y E.
En esta novedosa conducta, las diferencias no serán antagonismos rígidos, sino opiniones que enriquecerán el diálogo, porque nadie es dueño absoluto de la verdad. Además, una configuración pluralista del Congreso es indispensable para que pueda ejercer su función de control de la gestión del Poder Ejecutivo. Cuando el partido oficialista domina el Parlamento, éste no cumple con su función indelegable de controlar al Poder Ejecutivo. Esto hace que se desborde la corrupción y aumente la impunidad. Un ejemplo claro al respecto es la situación del vicepresidente Boudou.
Dentro de este enfoque, que exalta la diversidad y la búsqueda de coincidencias, se destaca que los sectores de la oposición deben quedar habilitados para celebrar acuerdos provinciales amplios, que se pueden extender a los niveles municipales, con la finalidad de obtener la mayor cantidad de gobiernos locales. Estos triunfos son indispensables para impulsar y realizar transformaciones desde el poder nacional, pues éste verá debilitada su posición si no recibe el apoyo de las provincias
Dichos alineamientos y la búsqueda de consensos anuncian el cambio hacia un estilo más civilizado de la acción política. Atrás quedarán la soberbia y los agravios que nos prodiga el régimen autoritario kirchnerista.
No se trata de plantear un mundo idílico. Los conflictos siempre estarán al acecho. Tampoco, de creer que una elite, por sí sola, pueda superarlos. Como decía Alvin Tofler en La tercera ola: "Se necesitarán las energías de pueblos enteros" para mejorar las condiciones existentes. Alcanzar ese propósito impone dejar atrás las turbulencias que nos separaban, para no quedar atrapados en el pasado. Lograrlo requerirá olvidar lo suficiente y recordar lo necesario a fin de no volver a incurrir en los errores cometidos.
La unión hace la fuerza. Ganar el porvenir requiere la unidad de todos los compatriotas. Es el legado que nos dejaron Balbín y Perón, que había retornado a su patria desprovisto de rencores y bregando por una convivencia en concordia. Cuando falleció Perón, Balbín pronunció una frase en su discurso de partida que fue una profunda invocación a la fraternidad: "Este viejo adversario viene a despedir a un amigo...Porque vino a morir para el futuro. Para servir a la permanencia de las instituciones argentinas". Alfonsín enarboló la misma bandera, procurando cobijar, bajo su manto, a los argentinos sin exclusiones. Con el vigor de esa convicción colocó a nuestra Argentina en el umbral de la esperanza. El camino fue trazado. Es cuestión de retomar ese sendero abandonado.
El autor es constitucionalista
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