La política de la polarización: ¿se invierte el teorema de Baglini?
Vivimos una era político-electoral caracterizada por narrativas tajantes, con escasos matices, estructuradas en argumentos encendidos y aun extremos. En democracias maduras y en entornos institucionales más endebles, tiende a predominar un rechazo a formas y valores hasta hace poco considerados incuestionables, con estrategias deliberadas para lograr una diferenciación no solo dentro, sino entre espacios o partidos políticos. Esto no desplaza del todo las posturas más moderadas ni la importancia central de los electorados independientes, que en general carecen de una formación o de un interés por aspectos ideológicos, dado que están preocupados por asuntos personales o familiares. Ambas dimensiones suelen solaparse y convivir de forma desordenada, aunque en términos comunicacionales impera la lógica de los discursos duros y divisivos. En especial, pero no únicamente, en el caótico ecosistema de las redes sociales.
Curiosamente, no son las fuerzas con pocas chances de llegar al poder las que recurren a estas estrategias de manera sistemática, sino aquellas que aspiran a gobernar. Esto cuestiona el “teorema de Baglini”, que hasta hace poco parecía irrebatible: los políticos que están cerca del poder tienden a moderar sus propuestas; por el contrario, cuanto más lejos se está de administrar la cosa pública, suelen sostener argumentos más dogmáticos, principistas o ideológicos. Se trata de un baño de real politik que inmortalizó el talentoso y recordado legislador mendocino que da nombre al principio, fallecido en enero de 2021, dueño de una oratoria envidiable y de una peculiar destreza para manejar los asuntos presupuestarios.
La elección de este domingo en Brasil presenta una síntesis de estas tendencias divergentes. Lula da Silva giró hacia posiciones ultramoderadas para capitalizar las credenciales controvertidas que caracterizan a su rival, Jair Bolsonaro. Con la designación de Geraldo Alckmin como su compañero de fórmula, la incorporación de Henrique Meirelles (un hombre de las finanzas que presidió el Banco Central de su país y fue luego ministro de Hacienda con Michel Temer) y su oposición a la despenalización del aborto, Lula rechaza cualquier identificación con la izquierda populista latinoamericana, en particular con la malograda Argentina, uno de los latiguillos más incisivos con los que Bolsonaro lo atosigó a lo largo de toda la campaña. El actual mandatario, en cambio, fue siempre fiel a sí mismo y encaró el desafío de buscar su reelección enfatizando todos y cada uno de los ejes discursivos con que logró su resonante triunfo hace cuatro años. Es cierto que en materia de política social hubo un aumento significativo de gasto para mejorar sus chances electorales, que crecieron al calor del notable éxito de su política económica, particularmente en la reducción de la inflación. Pero gane o pierda dentro de apenas dos días, Bolsonaro (como ocurrió en su momento con su espejo norteamericano, Donald Trump) pasará a la historia como un líder que redobló su apuesta y fue, guste o no, auténtico y coherente con sus convicciones.
Será interesante monitorear el caso de la flamante primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que se esfuerza en sus primeros días de gobierno por enviar señales “prosistémicas” para acotar la inquietud que generó su abultado triunfo, en especial en su relación con la Unión Europea. Su énfasis por descartar cualquier empatía con la experiencia fascista llevó algo de tranquilidad al establishment de su país, pero los inevitables tironeos dentro de su diversa coalición podrían limitar la elasticidad para mantener la gobernabilidad frente a una agenda doméstica e internacional tan embarazosa, comenzando por la cuestión energética y las migraciones.
En nuestro país, el interrogante respecto del grado de polarización que caracterizará el próximo proceso electoral desvela tanto a los protagonistas como a quienes intentamos identificar las preferencias dominantes de la opinión pública. Por un lado, aparecen indicios muy claros de que la sociedad, obsesionada como no puede ser de otro modo con la altísima inflación y la incertidumbre respecto de la situación económica, está dispuesta a apoyar un programa de reformas ambicioso que logre salir de esta larga decadencia en la que está encastrado el país. Más: existe una demanda para que las propuestas sean claras y directas, aunque resulten dolorosas. Sin embargo, la experiencia argentina sugiere que la falta de consensos políticos y sociales amplios sobre políticas de Estado conspiró contra la sostenibilidad de programas que en su momento contaron con el aval político y electoral de un segmento mayoritario de la sociedad. Eso ocurrió con las reformas promercado implementadas en la década de 1990 por la administración de Carlos Menem. Reelegido en 1995 luego de triunfos resonantes en las elecciones intermedias, la Alianza triunfante en 1999 logró la alternancia justamente por proponer la continuidad del régimen de convertibilidad. Paradojas del destino: fue el mismo peronismo que la avaló y la sostuvo política e ideológicamente el que desmontó a partir de 2003 sus bases ideológicas e institucionales para regresar a un modelo aislacionista y de intervencionismo estatal extremo, que impera hasta hoy a pesar de los groseros desequilibrios macroeconómicos acumulados.
¿Polarización o moderación? ¿Se trata de cuestiones mutuamente excluyentes o pueden combinarse con alguna alquimia que reconozca que las principales coaliciones incluyen segmentos plurales que se identifican con ambas opciones? Joe Biden consolidó su candidatura cuando la jerarquía de su partido advirtió que era el candidato más apropiado para vencer a Trump precisamente por sus credenciales moderadas. Así quedaron postergadas las aspiraciones del senador Bernie Sanders, uno de los referentes del ala más izquierdista (“liberal” en la jerga local) de los demócratas. La fórmula con Kamala Harris (mujer, afroamericana y de origen indio, como Rishi Sunak, el primer ministro británico que reemplazó a Liz Truss), buscaba dar una señal a esos segmentos, vitales para movilizar el aparato partidario y asegurar recursos para la campaña. En suma: ¿tendremos fórmulas presidenciales “puras” o “mixtas”?
Según un estudio reciente de D’Alessio-IROL/Berensztein, la Argentina se caracteriza por tener algo más de un 20% de la ciudadanía que no se identifica con ninguna de las ofertas electorales existentes. Son sectores apartidarios, pero no siempre apolíticos. Algo menos de la mitad está “desafectado” (desinteresado, autoexcluido) del debate político: tiende a rechazar al sistema en su conjunto por sentirse decepcionado luego de haber confiado en varias oportunidades y haber sufrido dolorosos desengaños. No siempre deciden no votar, anular su voto o hacerlo en blanco. La otra parte orienta su preferencia en líneas generales como lo hace el resto de la ciudadanía. Otra de las preguntas fundamentales que despierta la próxima elección es si la opinión pública preferirá poner un corte tajante a este largo período de debilidad y fragmentación en el Poder Ejecutivo o si definiremos el nuevo liderazgo por escaso margen y acaso en segunda vuelta.