La polarización resta en el escenario externo
Por qué la política exterior argentina es tan oscilante... ¿Por qué le cuesta tanto al país mantener un rumbo en la conducción de sus relaciones internacionales? Se pueden tomar múltiples métricas internacionales y todas arrojan el mismo resultado: el país ha perdido importancia e influencia, poder y prestigio. Esto ocurre en los planos comercial y financiero, pero también social, político y hasta cultural, tanto a nivel regional como global. Los logros son esporádicos y espasmódicos, atribuibles más a genio y esfuerzo individuales que a dirección institucional y estrategia de largo plazo.
En principio, una cierta dosis de cambio en política exterior no solamente no es negativa, sino que hasta constituye un signo positivo. El mundo cambia, el poder se redistribuye y en ese devenir, es prudente que quienes tienen a su cargo las relaciones exteriores sepan observar -incluso anticipar- esos cambios y diseñar estrategias efectivas para salvaguardar el interés nacional. Las coyunturas cambian y con ellas las maneras de alcanzar los objetivos estratégicos. Existen dirigentes sumamente preparados -académicos, diplomáticos, políticos y empresarios- que conocen las más diversas realidades globales y saben las oportunidades y los desafíos que otros países presentan a la Argentina.
El problema no es de capacidad sino de voluntad. De voluntad política. La política interna en la Argentina se fagocita en una dinámica centrífuga cualquier consenso. Una visión antagónica en los proyectos de país ha generado una dinámica política que se legitima por destruir con vehemencia refundacional la herencia de alianzas y alineamientos del gobierno anterior. La modificación silenciosa, gradual y pragmática -como Deng Xiaoping desmantelando la China de Mao- no sirve en un sistema político como el argentino. Evaluación del pasado, gestión del presente y visión del futuro.
En política exterior, la Argentina ha sido cambiante entre tipos de gobierno, entre partidos políticos y aún entre miembros de la misma pareja. El gobierno militar de facto vendió trigo a la URSS al tiempo que entrenaba tropas en Centroamérica. El menemismo fue negligente en la investigación de los atentados terroristas. El canciller kirchnerista negocia con el país acusado las condiciones para hacer justicia por la AMIA.
Esa falta de coherencia y seriedad genera incertidumbres y aprensiones por parte de competidores y socios a la vez. El país acaba por ser percibido como poco confiable e imprevisible. La inestabilidad no es un rasgo que se valore internacionalmente. Participar activamente en las reglas del mundo no implica aceptar todo de forma pasiva o irrestricta. Pero utilizar un discurso democrático para ocultar la inoperancia y la improvisación es tan falaz como cuando detrás de un discurso de unidad y patriotismo se justificó una aventura militar con resultados tan heroicos como devastadores. La sobreactuación es necesaria para arengar tribunas internas, pero destruye la unidad de propósito que requiere una nación para avanzar en el mundo. La polarización puede ser una gran estrategia para construir autoridad nacional, pero resta de la acción internacional. El clivaje no es izquierda o derecha, conservadores o progresistas, ALCA o ALBA, pro Estados Unidos o pro China. Es entre proyectos serios y modelos improvisados, entre inserción efectiva en el mundo o indiferencia autista a la realidad global.