Reseña: Ramitas, de Carlos Battilana
Cuando el ruido de los años noventa apenas alcanza a producir un eco ligero en la poesía que se escribe en estos días, cuando algunos de los nombres que brillaron entonces proyectan hoy una pálida luz sobre el presente, la obra de Carlos Battilana (Paso de los Libres, 1964) sigue mostrándose como un proyecto activo, resistente al combate con el tiempo, en diálogo constante con el pasado que le dio origen y con lo que, abierto y sin forma aún, se espera que llegue.
Ramitas. Poesía reunida (1992-2018) constata todo eso. Nueve libros que cubren más de veinticinco años de escritura, y ponen de relieve algunas constantes: el tono sosegado, si se quiere menor, que de ahí obtiene justamente su potencia. La asechanza de las palabras al mundo material; la formulación de una épica sin heroicidad, asentada en el universo familiar. Otro tanto ocupa en su obra lo que a falta de otro nombre se llama naturaleza. Pero lo cierto es que en Battilana, ese signo es observado como desde un laboratorio, como si una playa, el bosque, un jardín, el Ártico completo, fueran introducidos en ampollas de vidrio para su estudio y posterior descripción. Lo natural se vuelve en cierto modo, abstracto, como el frío, otro elemento central de su poética.
En su reticencia, Battilana también ha dicho, sin alzar la voz, algo sobre el tiempo histórico que le toca vivir. Como en el poema "El Estado", en el que se lee: "La poesía no es/ epifanía/ ni un recuento/ de revelaciones. Eso/ es falso. Calibrar/ con precisión/ aquello/ que como un gusano/ roe/ lo más preciado/ del dolor, ésa/ parece una forma/ de decirme/ puntillosamente/ que no todo/ está en paz".