“La poesía está en las calles”
Cuando, en 1973, llegué a París, aún reverberaba en el aire el espíritu de Mayo del 68. Una tarde, mientras compartíamos un café en el mítico Les Deux Magots, Julio Cortázar me habló de la emoción con que había vivido aquella utopía colectiva desatada en las calles.
Los 60 habían sido años de prosperidad económica sin precedente en Francia. Sin embargo, hacia el final de la década, la adormidera capitalista no lograba ocultar sus tumores. La crisis industrial era severa. En 1968, los desempleados alcanzaban la alarmante cifra de 500.000. La calma chicha de un gobierno autoritario impedía prever la magnitud de lo que se avecinaba, razón por la cual lo que aconteció tomó por sorpresa al mismísimo presidente de la república. Y no hablamos de cualquier advenedizo, sino del general Charles de Gaulle, líder de la resistencia francesa contra la Alemania nazi de la Segunda Guerra Mundial y gran estadista que devuelve la democracia y funda la V República. Amén de que fue un temprano constructor de la Unión Europea.
Todo comenzó en las afueras de París, cuando los estudiantes de la Universidad de Nanterre (la mayoría, provenientes de familias obreras) protestan contra la Guerra de Vietnam. El rector cierra la universidad y hace juicio sumario a los revoltosos, que son detenidos. Lo que siguió fue inesperado. Los jóvenes exigen la inmediata liberación de sus compañeros y marchan hacia la Sorbona, cuyos estudiantes dan su apoyo irrestricto, y salen a la plaza y a las calles.
Se ordena una represión encarnizada que, lejos de amedrentar a la juventud, la enfervoriza. Los estudiantes toman la universidad, se enfrentan violentamente a las fuerzas policiales. El 10 de mayo, “día de las barricadas”, levantan los adoquines de las calles para atrincherarse. El rectorado y los profesores se unen a los jóvenes para exigir que se retire la policía. Solo entonces se suman las centrales obreras. El 13 de mayo acontece la huelga general más grande de la historia, que paraliza al país: ni trenes, ni escuelas, ni fábricas, ni aeropuertos. Se unen hombres y mujeres de todas las ciudades y de todos los estratos sociales: 10 millones de franceses en las calles.
Esa juventud se levantaba contra el capitalismo, el consumismo, el imperialismo, el autoritarismo, que solo generaban más desigualdad, más frustración, más infelicidad embozada. No pretendía ni tomar el poder ni derrocar al gobierno. No respondía a ningún partido político, a los que desautorizaba. Pero entendía que “todo es político”. Era la política en su pura consustanciación con el pulso de la vida. Las leyendas en las paredes aspiraban al arte de lo cotidiano: “La poesía está en las calles”; “La imaginación al poder”; “Seamos realistas: exijamos lo imposible”. Y lo imposible era la libertad verdadera, el derecho de la mujer, el ambientalismo, el fin de la violencia, de las guerras y del armamentismo. La hermandad de los pueblos. La reforma universitaria. El amor.
El 14 de junio, los estudiantes liberan la universidad y despejan las calles, cuando De Gaulle firma los Acuerdos de Grenelle, reconociendo derechos y mejoras a los trabajadores. Pero claro, era De Gaulle. Supo escuchar. Supo ser para Francia. Dimite y convoca a elecciones anticipadas.
Todo esto recordé al ver a nuestros estudiantes haciendo alta política, marchando en defensa de su derecho a estudiar y de lo que les pertenece: el futuro. Y la Argentina. El presente es angustiante y los días por venir serán oscuros. Urge que la ciudadanía sea realista hasta el punto de exigir lo imposible: una clase política al servicio de la patria, que sepa escuchar la poesía que ya está en las calles.