La pobreza del modelo populista
En 1990 los economistas Rudi Dornbusch, alemán, y Sebastián Edwards, chileno, escribieron “La macroeconomía del populismo en América Latina”. En su ensayo, publicado en el Journal of Economic Perspectives, explican las diferentes etapas del ciclo populista, que, como todo ciclo, vuelve al punto de partida. Comienza con una expansión fogueada por un crecimiento no sostenible del Estado; le sigue el estancamiento, cuando el modelo empieza a evidenciar sus falencias ante la falta de incentivos a la inversión. Y, finalmente, la crisis, cuando el modelo colapsa bajo su propio peso ante la imposibilidad de generar crecimiento genuino.
Dicho ensayo refleja con bastante precisión la historia económica argentina de los últimos 20 años. Y así quedó de manifiesto con la publicación del último dato de pobreza. Al segundo semestre de 2023 el 41,7% de los argentinos estuvieron bajo la línea de la pobreza, un porcentaje similar al que tenía el país en 2004. Casi dos décadas para que, con idas y venidas, volvamos a la misma tasa de pobreza.
Para salir de este ciclo se necesita, primero, un diagnóstico correcto. Muchas veces se confunden las soluciones con los paliativos. Por ejemplo, hablamos de pobreza y pensamos la asistencia social. Hablamos de indigencia y discutimos el rol de los comedores. Está bien hablar de eso, son medidas importantes, más aún para aquellos que las necesitan. Pero no hay que perder de vista que son los paliativos diseñados para ayudar a las personas que están en una situación vulnerable. No son la solución.
La variable que mejor explica la mejora en la calidad de vida, la reducción de la pobreza, la mejora en la salud, acceso a educación y demás, es el crecimiento económico. O sea, sin crecimiento, difícilmente podamos apostar algo más.
¿Cuáles son las implicancias para la Argentina actual? Que necesitamos ordenar la macro y empezar a crecer para empezar a hablar. Apostar a una reducción de la pobreza sin tener la macro sobre rieles es como querer contener una inundación con un balde. Ayuda, pero no cambiará la tendencia. El país necesita una verdadera revolución del crecimiento, sin la cual los debates sobre el desarrollo, la salud, la educación, la inclusión, terminan siendo prácticamente estériles.
Lo positivo es que tenemos un gobierno que, teniendo un diagnóstico acertado, se ha dispuesto a hacer gran parte de las reformas que se necesitan. Lo malo es que la transición de un modelo económico populista, con elevada intervención del Estado y una economía cerrada, a otro de economía abierta y competitiva no es gratuita. Buena noticia es que hoy hay desplegada una red de contención estatal que, aunque desordenada y con sus ineficiencias, es mucho más amplia que en otras épocas. Si se la orienta correctamente, permitirá que la transición sea menos dolorosa para muchas familias.
Los recursos productivos de la nación deben reorientarse hacia las actividades más competitivas, lo que implica abandonar otras que fueron impulsadas por las rentas del proteccionismo. Y el sector público debe cambiar su lógica de funcionamiento para dejar de ser un generador de rentas para grupos particulares y, en cambio, ser un garante de reglas de juego para todos los argentinos.
Aunque en este momento estemos viviendo los costos de la transición, no hay que perder el norte. La reforma no se hace pensando solo en las generaciones actuales, sino en las futuras. Pagar los costos del cambio de modelo implica que los hijos de la Argentina de hoy vivirán mejor. Y sus nietos, mucho más. La Argentina tiene el potencial para hacerlo. De crecer a tasas del 5% anual y reducir ampliamente la pobreza. Cuanto más apoyo haya a este cambio de rumbo, más pronto veremos la recuperación.
Economista jefe de la Fundación Libertad y Progreso