La persecución del español en Cataluña
WASHINGTON
El pasado domingo, día 12, una familia de Canet de Mar, un pueblo a 40 kilómetros al norte de Barcelona, hizo pública una carta abierta que comenzaba con el enunciado “Estimada Cataluña” y en la que se explican las razones por las que han solicitado que su hijo de 5 años reciba el 25% de su educación en español, aceptando que el 75% restante siga siendo en catalán. La familia tomó esta iniciativa después de varios días en los que había sido objeto de amenazas y acoso por parte de varias personas que consideran que, con su demanda, estaba poniendo en peligro a la lengua catalana e insultando a Cataluña. Ante la impasibilidad del gobierno de Cataluña y del gobierno de España, que se limitaron a comentarios genéricos sobre la inconveniencia de acciones violentas, conocidos activistas del nacionalismo llegaron a pedir apedrear la casa de la familia mencionada y dejar solo en la clase al niño que reclamaba una educación parcial en español. Los muros de su escuela, el colegio Turó del Drac de Canet, amanecieron un día con un grafiti en el que se exigía hablar catalán.
“Queremos decirles a los padres de la clase –afirma la carta hecha pública– que, ¡compañeros!, no estamos en contra del catalán, lo amamos y disfrutamos de la gran riqueza que comporta para nosotros como individuos y como sociedad. Pero somos bilingües, y también amamos el español”. Y añaden en catalán: “Nuestra motivación no es otra que intentar que el español también forme parte de la actividad educativa con normalidad, de la misma forma que pasa en la sociedad catalana”.
La carta incluye un párrafo que refleja la gravedad de este asunto y el grado de deterioro político y moral al que se ha llegado en Cataluña desde que, hace ya casi una década, el nacionalismo, que había disfrutado de una situación de privilegio desde la recuperación de la democracia en España, decidió elevar su apuesta y reclamar la independencia. “Os agradecemos los gestos de apoyo –dice la familia de Canet–, pero os queremos pedir un poquito más. Lo que nos decís en privado, hacedlo en público también. Nadie quiere ser héroe (nosotros tampoco), queremos ser padres, pero para que nuestra sociedad sea libre debemos vencer esta espiral de silencio que nosotros mismos creamos”.
Silencio, intimidación, temor a ser señalados –como efectivamente ha ocurrido– simplemente por reclamar el derecho a recibir una parte menor de la educación de su hijo en su lengua materna, el español, que resulta ser, además, la lengua oficial del país en el que viven, España, como es lengua oficial el catalán, con la diferencia de que el español les sirve también a los catalanes para comunicarse con el resto de los españoles y con una comunidad internacional de casi 600 millones de personas.
El tema se remonta a meses atrás, cuando varias familias catalanas, hartas del absoluto desplazamiento del español en el sistema educativo –censurado, incluso, en el patio de la escuela– decidieron llevar su queja a los tribunales. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña –un órgano del sistema de justicia español– falló, finalmente, en noviembre pasado, que los responsables educativos estaban obligados a impartir un 25% de las clases en español. Las autoridades autonómicas anunciaron al instante que incumplirían esa medida, es decir, que desobedecerían a los jueces, y que no permitirían que se enseñase en español. Pese a esa advertencia, la familia de Canet decidió dar un paso al frente y solicitar a su escuela que ejecutara la sentencia judicial.
Desobedecer la ley por parte de la autoridad que jura cumplirla suele ser un hecho infrecuente y castigado en la mayor parte de las democracias del mundo, pero es bastante habitual en Cataluña. Son ya muchos los casos en los que el gobierno de Cataluña, controlado por los partidos independentistas, se burla de la ley sin que, en la mayor parte de los casos, sea objeto de sanción, ni siquiera de crítica por parte del gobierno español.
En el asunto de la lengua, que los partidos independentistas consideran un instrumento fundamental para imponer entre la población una identidad distinta a la del resto de los españoles, el incumplimiento de la ley ha sido retirado y consentido por diferentes gobiernos españoles. Una vez recuperada la democracia en España, se acometió con buen criterio la tarea de fomentar en Cataluña el uso del catalán, que se había seguido utilizando entre la población durante la dictadura, pero que había sido totalmente eliminado del aparato del Estado y de la escuela. Desde 1983 rige en Cataluña un modelo de enseñanza que se conoce con el nombre de “inmersión lingüística”, que en un principio consistía en utilizar el idioma entonces más perjudicado, el catalán, como lengua vehicular en la escuela y que, con el paso de los años, distintas leyes y tribunales han definido como un modelo en el que se exige un mínimo del 25% de la enseñanza en uno de los dos idiomas y el 75% restante en el otro, en función de las circunstancias lingüísticas de cada zona de Cataluña.
En la práctica, el gobierno de Cataluña ha incumplido siempre esta norma y ha impuesto el catalán, salvo contadas excepciones, como lengua única en la enseñanza en todo el territorio de Cataluña, pese a que el 60% de la población catalana tiene el español como lengua madre. Como una muestra del carácter xenófobo que define al independentismo catalán, los nacionalistas en el poder en Cataluña entienden que un verdadero catalán solo puede hablar catalán. Peor aún, que un auténtico catalán no debe hablar en español.
El gobierno catalán sostiene que aceptar un 25% de la enseñanza en español, incluso para aquellos catalanes para los que ese idioma es su lengua madre, pondría en peligro el futuro del catalán, que moriría aplastado por la fuerza del español. Ignoro cuál puede ser el futuro del catalán y comparto la necesidad de protegerlo como una parte de la cultura y del patrimonio cultural español. Siempre se puede hacer más, sin duda, pero si el catalán estuviese en peligro no sería por la pasividad del Estado español, que ha invertido sumas millonarias durante décadas para el fomento de ese idioma y que le muestra el merecido respeto institucional –el rey pronuncia en catalán el 50% de cada uno de sus discursos cuando está en Cataluña–, sino por el fanatismo de los nacionalistas, que utilizan el catalán como un emblema de su causa y lo están convirtiendo, por tanto, en un producto odioso para quienes no comulgan con esa causa.
Muchos de quienes lean este artículo habrán tenido experiencias personales sobre este conflicto de las lenguas en Cataluña. Algunos, limitados a una visita turística o familiar, habrán observado que no existe, en realidad, ningún problema en la calle, que cualquiera puede comunicarse con facilidad en cualquier idioma para satisfacer las necesidades básicas. Otros, que hayan vivido en Cataluña por estudios o trabajo, habrán experimentado vivencias diferentes en función del grado de tolerancia de las personas con las que les haya tocado tratar. Oficialmente, hasta ahora no ha existido un problema con la lengua en Cataluña, entre otras cosas porque son pocas las familias que, como la de Canet, se han atrevido a exigir sus derechos en un entorno político y social muy adverso. Pero lo cierto es que sí hay un problema. El problema es que cada día queda más en evidencia que el independentismo encubre con sus reivindicaciones el odio a España como encubre con su defensa del catalán la eliminación del español.ß
Exdirector de El País, de España