La peronización de una memoria que nos pertenece a todos
¿Por qué pretender universal algo que siquiera pertenece como memoria a todos los argentinos? La flamante embajadora argentina ante la Unesco llegó a París con un pan debajo del brazo: inscribir el centro clandestino de la Escuela Mecánica de la Armada como patrimonio de la humanidad. Nuestra vergüenza. No un orgullo para exhibir. ¿Por qué no? Si Auschwitz, el mayor campo de concentración del nazismo, y la cárcel de la isla sudafricana Robben, donde estuvo preso Mandela, integran la lista de la Unesco. Una analogía entendible si no fuera porque la mal llamada ex-ESMA –nadie diría ex-Auschwitz– desde 2004 se ha convertido en una unidad básica de la memoria peronista. No de todos los argentinos, siquiera de los sobrevivientes que en su momento no fueron escuchados en sus objeciones para hacer un museo inconsulto, con claras irregularidades, que dejó de lado a todos aquellos que venían trabajando con cuidado, pluralidad e independencia para hacer de la memoria un hecho colectivo.
La novel embajadora no tiene por qué saberlo, por eso le sugiero ir a la versión taquigráfica de la reunión en el Senado del 25 de marzo de 2014, a la que acudieron estos sobrevivientes integrantes del Instituto Espacios de la Memoria, un organismo autárquico, autónomo y sobre todo, plural, que desde su creación en 2002 en la ciudad de Buenos Aires había mantenido su independencia de los gobiernos. Entonces, los senadores del oficialismo se negaron a asistir a la reunión que convoqué porque se trataba de una senadora de la oposición. De modo que el proyecto se impuso por la mayoría, sorda a las objeciones que siguen siendo las mismas, desde la irregularidad de buscar una legitimidad a las apuradas para un proyecto inconsulto, sin licitación, hasta la profanación de un lugar de muerte convertido en un sitio juvenil de celebración.
“Es como si los alemanes habilitaran los campos de concentración para bailar en Carnaval o jugar al fútbol”, escribió en su época el autor Osvaldo Bayer. El gobierno de la ciudad dócilmente cedió su dominio a la Nación, que se apuró en firmar un convenio con la Universidad de San Martín para hacer un museo que incluye una extraña “cláusula de confidencialidad” para proteger a la entonces presidenta. En tiempo récord, lo que a los museos alemanes les llevó medio siglo, entre nosotros se museologizó un lugar de tortura, el Casino de los oficiales, la casa en la que vivía el jefe de la ESMA, contraalmirante Rubén Chamorro, donde nacieron en una maternidad improvisada algunos de los actuales funcionarios, nietos “recuperados”, donde funcionó un siniestro centro de propaganda para alimentar la megalomanía de Massera para ser el nuevo Perón. Esa es la cara siniestra de la ESMA, haber utilizado a las desaparecidas, carentes de voluntad u elección, como cómplices ya no solo de los delirios políticos de Massera, sino del mismo sistema represivo. Una verdad que les pertenece a los sobrevivientes, los que allí estuvieron, pero la memoria nos pertenece a todos.
Todos somos sobrevivientes del hecho histórico más traumático que les es dado a los países que viven bajo tiranías y guerras civiles y también el más universal, cómo lidiar con ese pasado trágico. Si pedagogía o venganza.
Los museos son hechos culturales, instituciones abiertas a la comunidad con el propósito de estudio, educación, deleite. ¿Cuál es el valor cultural de la ESMA? ¿La pedagogía democrática para evitar que nos sigamos matando a perpetuidad? ¿O la historia congelada como memoria mítica con pretensión de totalidad y por eso doctrinaria? El sufrimiento convertido en martirologio heroico. Ya al entrar se nos recibe con un videoclip estridente que nos ametralla con el sonido, y las imágenes se suceden: mezclan a Perón con Fidel Castro, relatan en minutos medio siglo de golpes militares. Sin ninguna referencia a la violencia que antecedió al golpe del 76.
Como el museo cumple una función casi turística, mostrarlo a los visitantes extranjeros, uno de esos ilustres visitantes, el búlgaro Tzvetan Todorov, reaccionó ante la jactancia “los argentinos somos ejemplares en la búsqueda de verdad y justicia”. Con la sensibilidad de un intelectual asfixiado por la opresión del régimen comunista antes de la caída del muro de Berlín, al regresar, escribió en el diario El País de España: “Una sociedad necesita conocer la historia, no solo tener memoria. En el caso argentino, un terrorismo revolucionario precedió al terrorismo de Estado de los militares y no se puede comprender uno sin el otro”. Una amnesia que se comenzó a institucionalizar con el acto del 24 de marzo de 2004, el hito fundacional de la peronización de la historia, congelada como memoria, exaltada como martirologio revolucionario.
Hasta el hartazgo debemos repetir que nada puede equipararse con el terrorismo que cometen los agentes del Estado, pero nada justifica que eliminemos de la historia la parte que la explica en su totalidad. La Argentina, efectivamente, integra el repertorio de las masacres administradas del siglo XX, pero ¿qué queremos compartir con el mundo, qué ofrecemos con la ESMA para que la humanidad nos adopte patrimonialmente? Con solo mencionar Auschwitz, se remite al horror del nazismo, su plan de exterminio de los judíos. La figura de Mandela se impone sobre la isla Robben, donde vivió encarcelado. Pero su legado no es su sufrimiento, sino haber vencido el odio, que es el que esclaviza. Los argentinos, ¿por qué aspectos de la ESMA queremos que la humanidad nos tome como parte de la familia humana, si muchos de nosotros vivimos como profanación el que se baile en los lugares de muerte? Algo que no sucede en ninguna parte del mundo, lo que deja la sospecha de que una vez más se exalta la originalidad argentina como rasgo diferenciado.
Resulta paradójico que, cuando se despotrica sobre el sistema internacional y la Argentina se niega a insertarse en el mundo, el pasado trágico se utiliza como propaganda para ser parte del sistema universal de los derechos humanos. La equiparación de los campos de exterminio del nazismo con los campos de detención clandestina es ya un lugar común, sin embargo, no reconocemos la ejemplaridad de Alemania: sobre las lecciones del nazismo construyó una democracia sólida, respetada en el mundo, basada en los valores de tolerancia y pluralismo.
En la Argentina, la manipulación del pasado congeló la historia, destruyó el consenso del Nunca más, profanó los lugares de muerte y, sobre todo, nos impide la convivencia democrática en torno a un pasado trágico que nos pertenece a todos. La intención de inscribir a la ESMA como patrimonio de la humanidad le sirve al oficialismo de los derechos humanos como propaganda mundial para distraer de sus recientes posturas de apoyo a regímenes que claramente violan los derechos humanos. Una lápida sobre la verdadera historia que es plural; nos pertenece a todos los argentinos, antes de ofrecerla al mundo.