La pelea por el espacio público
Responden con herramientas penosamente insuficientes a la depredadora maquinaria de ocupación
La imagen de humildes empleados del Ministerio de Espacio y Ambiente del Gobierno de la Ciudad rasqueteando y despegando los infinitos avisos de prostíbulos, que cubren cuanta superficie fija haya en las calles de Buenos Aires, es conmovedora. Lo que impresiona, sobre todo y sin embargo, es la colosal disparidad de los contendientes.
La prostitución es hoy un negocio formidable y en expansión. La eliminación del rubro 59 en los diarios de mayor venta ha colocado al negocio del sexo ante las únicas posibilidades de vender su producto: Internet o vía pública. A toda hora, ejércitos de "tarjeteros" cubren de anuncios de "masajes" desvencijadas e inútiles cabinas telefónicas. Ni las empresas ya se ocupan de a estos adefesios oxidados y feos. Nadie las obliga a retirarlos, pese a que han quedado obsoletos ante la supremacía avasalladora de los celulares. Las viejas cabinas son hoy sólo superficies de apoyo para que la propaganda política y publicidad comercial se pegotee sobre sus ruinosas chapas. Ofrecen un espectáculo deprimente. No se entiende cómo empresas multinacionales tan conscientes del valor de sus marcas y del costo de sus propias campañas, no han reaccionado para sacar, al menos, un porcentaje grueso de esas cabinas, lo que permitiría una depuración y embellecimiento del contaminado espacio público porteño.
A toda hora, ejércitos de "tarjeteros" cubren de anuncios de "masajes" desvencijadas e inútiles cabinas telefónicas
Pero lo concreto es que los cartelitos de "modelos" y seudo masajistas cubren, además, columnas de alumbrado, instalaciones de semáforos, energía eléctrica y todo lo que ofrezca un lugar donde pegarlos. La tarea de la fijación se hace de día y con toda naturalidad. Y aun cuando la actividad promocionada suele ser asociada con la trata de personas o con situaciones de profunda degradación de las mujeres que la practican, he visto en muchos casos a chicas pegando las "prosti-tarjetitas" con clara y evidente dedicación: alguien les paga por su trabajo. De modo que montones de personas de escuálida condición laboral pegan los anuncios de ofrecimientos sexuales, tras lo cual otros batallones de personas de evidente precariedad social las despegan, raspando superficies con agua y espátulas.
Más allá de esto, la ciudad de Buenos Aires, o al menos el gobierno local, libran una batalla en plano inclinado. Además de las "prosti-tarjetitas", infinidad de anuncios son colgados de las columnas de alumbrado: tarotistas, albañiles, profesores, psicólogas, inmobiliarias. Todos son perfectamente ilegales. El Gobierno de la Ciudad ha sido claramente impotente y/o incompetente para armar una mínima flotilla de camionetas con personal a bordo que podría sacarlas de la vista armados apenas con alicates.
Un diseminado e incontenible espíritu de flagrante e impune trasgresión gobierna la vida urbana de Buenos Aires. No es que esta ciudad pierda, en ese sentido, con Hamburgo, Oslo o Viena. No. Pierde comparada, incluso, con Montevideo, Santiago, Lima y Río. Lo que sucede en y con Buenos Aires es una mezcla perfecta en la que se asocia el arrasamiento total de las normas por parte de quienes usan a la ciudad como soporte bobo, con una capacidad de policía rayana con lo patético. Este escenario incluye, además, otros capítulos que potencian el cuadro de ingobernabilidad urbana. Restaurantes y cafeterías avanzan impunemente sobre las veredas, tapizándolas de mesas y sillas, y convirtiendo a la acera en un angosto y sofocante desfiladero, al igual que mayúsculos puestos de revistas y flores. Ni hablar de la venta de mercadería, a la que ya nadie llama "artesanía" por elemental sensación de vergüenza propia.
Un diseminado e incontenible espíritu de flagrante e impune trasgresión gobierna la vida urbana de Buenos Aires
En el Ministerio de Ambiente y Espacio Público han hecho mucho para mejorar esta situación, pero en escala pierden claramente la batalla. Responden con herramientas penosamente insuficientes a la formidable y depredadora maquinaria de ocupación y colonización del espacio público. Para peor, una gran noticia y un gran avance, como ha sido la licitación e instalación del nuevo inmobiliario urbano, ha comenzado a ejecutarse mostrando la patética devaluación del orden público. En vez de haber ordenado que primero se le pusiera nombre al damero urbano de la ciudad, devolviéndole identidad a calles y avenidas, para seguir luego con los refugios para colectivos y finalmente con las inútiles y ofensivas pantallas comerciales, se hizo todo a la inversa.
Intrusada, abusada, dañada, la ciudad de Buenos Aires sigue siendo hoy una metrópolis cuya decadencia es apenas ocultable. Advertirlo sin eufemismo es una manera de quererla.