La paz, según Kant
Por Silvia Hopenhayn Para LA NACION
Hoy es el aniversario de la muerte del filósofo Immanuel Kant, quien se despidió del mundo el 12 de febrero de 1804, luego de pronunciar un "es ist gut" (está bien) propio de quien ha vaciado su tintero y muere sin el apremio de lo no escrito.
Su extraordinaria obra incluye, además de aportes fundamentales a la filosofía de todos los tiempos, breves ensayos o aforismos de índole social cuyo carácter optimista, amparado en su tinte poético, puede contrastar con las visiones oscuras de nuestro presente. Su escrito más oportuno para releer en estos tiempos de crisis de los estados es el tratado de La paz perpetua , de reciente edición como libro de bolsillo.
El título surge de la observación de una pintura satírica dispuesta por un posadero holandés en la publicidad de su albergue. Kant vio allí la imagen de un cementerio que llevaba, por epígrafe, "la paz perpetua". En aquel entonces, el mundo estaba conmocionado por los preceptos de la Revolución Francesa, lo que comprometía a los filósofos en sus reflexiones sobre las nuevas relaciones mundiales. La paz era casi una utopía de los muertos.
Kant no escamoteó comentarios. Incluso adhirió a premisas que hoy pueden resultar tan risueñas como insidiosas, algunas de vaticinio certero, otras que sólo tuvieron vigencia en su época. Aquí van algunos de sus argumentos, que buscan prevenir o anticipar la violencia que conlleva la formación de un pueblo.
El filósofo advierte que "la paz no es un estado natural en el que los hombres viven unidos. El estado natural es más bien el de la guerra, uno en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, existe un riesgo constante de que estallen.
No alcanza con evitar el inicio de las hostilidades para asegurar la paz. Por esto, la paz es algo que debe ser implantado."
Pero existen ciertas condiciones para este "implante", que figuran en sus Bases previas de la paz perpetua entre los estados . Comienza con una advertencia sobre la argucia -dícese de la argucia: argumento falso presentado con agudeza-: "No debe considerarse válido un tratado de paz al que se haya arribado con reservas mentales sobre algunos objetivos capaces de causar una guerra en el futuro".
Según Kant, no debe declararse la guerra si no existe en el adversario una dignidad que albergue un sentimiento de paz. Y éste sólo es posible manifestarlo en un marco geopolítico determinado.
"Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro Estado", señala Kant. Y sigue: "La intromisión de potencias extranjeras siempre será una violación a los derechos de una nación libre que lucha con su mal interno. Inmiscuirse en sus pleitos internos sería un escándalo capaz de poner en peligro la autonomía de los demás estados."
Después de este salpicado kantiano, sólo puede pensarse que los siglos pasan en vano, que los filósofos pierden el tiempo o que los que gobiernan retrasan la historia por falta de lectura.