Una lectura posible, entre Nietzsche y Borges
Evaluar la vigencia de un pensador doscientos años después de la publicación de su mayor obra es una tarea compleja y, quizás, imposible de realizar. ¿Qué elementos permitirían medirla? Se podrá pensar en la cantidad de ejemplares de sus obras que continúan vendiéndose; o en el número de textos que se producen en torno a su pensamiento; o, acaso, en la presencia que algunos de sus conceptos clave han logrado alcanzar en el lenguaje cotidiano.
Si estos son los elementos a tener en cuenta, en el caso de Schopenhauer el veredicto resulta claramente negativo. Al menos, si se lo compara con filósofos como Platón, Descartes o Nietzsche. Precisamente este último acaso sea uno de los principales canales que continúa aportando lectores a Schopenhauer. Para llegar a la "voluntad de poder" nietzscheana puede ser necesario conocer la "voluntad de vivir" schopenhaueriana; para vislumbrar los alcances de la risa del superhombre puede ser importante enfrentarse al espíritu de la pesadez que se desprende de El mundo como voluntad y representación. Tendríamos, en este caso, una suerte de vigencia subsidiaria: se llega a Schopenhauer para encontrarse con Nietzsche.
Algo semejante podría parecer que sucede con Borges. También en él encontramos una puerta que puede conducir al filósofo alemán. Pero la situación es un tanto diferente. Porque si bien uno puede ir hacia Schopenhauer buscando fuentes de pensamientos borgeanos -son innumerables los pasajes cuyas huellas pueden detectarse en los relatos de Borges- lo que mueve a adentrase en él es la desmesurada admiración que el escritor argentino le profesó. En cuanto uno se entera de que Borges aprendió alemán para leer ese libro, y que consideró que en él podría hallarse la cifra del universo, resulta imposible resistir el impulso de arrojarse a él.
En lo que se refiere al texto en sí mismo pienso que las posibilidades de despertar interés en un lector actual están más en la intensidad de algunos pasajes, que en el sistema completo propuesto por la obra. Es en ellos en los que puede degustarse la pasión y lucidez que tan seductoras resultaron al joven Borges (como también al joven Nietzsche, aunque luego abjurara de su influencia). A modo de ilustración de estas consideraciones detengámonos en uno de sus parágrafos capitales, el 57 del libro cuarto. Nos encontramos allí con una definición de la vida por vía negativa: "La vida de nuestro cuerpo es solo un morir incesantemente evitado". Se define la vida a partir de la muerte. Vivir es evitar morir. Y ese empeño no sólo es arduo, sino que está desde el comienzo condenado al fracaso: "La vida es un mar lleno de escollos y remolinos que el hombre sortea con sumo cuidado y precaución, aunque sabe que si logra abrirse camino con máximo arte y esfuerzo, con cada paso se está acercando, incluso poniendo exacto rumbo, al mayor de los naufragios, al naufragio total, inevitable e irremediable: la muerte".
Una y otra vez repite Schopenhauer que "en esencia, toda vida es sufrimiento". Batallamos para mantenernos vivos, sufrimos en la batalla e, inexorablemente, resultamos derrotados. Pero, ¿qué sucede antes de la muerte? ¿Acaso no podemos gozar de las pequeñas victorias que nos permiten superar las adversidades? El filósofo responde: "La vida como péndulo, oscila constantemente entre el dolor y el aburrimiento, que son en realidad sus elementos constitutivos". Nos movilizan las necesidades, padecemos al intentar satisfacerlas; cuando lo logramos, caemos en el hastío: "Lo que mantiene ocupados y en movimiento a todos los seres vivos es el deseo de existir. Pero, cuando tienen la existencia asegurada, no saben qué hacer; por eso, la segunda cosa que los pone en movimiento es el deseo de librarse de la carga de la existencia, de hacerla insensible, de ?matar el tiempo', es decir, de huir del aburrimiento".
¿Pensamiento pesimista, como juzgaría un nietzscheano, o lúcido, como lo haría un borgeano? ¿Osado o decadente? En cualquier caso, ¿vigente? Las respuestas quedan a cargo de cada lector.