La patria no cabe en un instituto
La patria no es un instituto, no cabe en un instituto. Aunque parezca obvio, es bueno que todos lo sepamos. Y también vale una reflexión, porque el intento implícito de apropiarse de un concepto, una noción, un sentimiento, un proyecto que nos abarca a todos, es revelador de la mentalidad de quienes gestaron el uso de un denominador común a todos para darle vida a una entidad de acentuado carácter ideológico que hoy funciona, por añadidura, como un paralelo gobierno en las sombras.
Alter ego de la Casa Rosada, el Instituto Patria está integrado por políticos y académicos que exhiben una manifiesta complicidad ideológica y trabajan en un ámbito de cerrada facción. Desde allí planifican un país que poco tiene que ver con el estructurado por la ecuménica Constitución Nacional reformada en 1994 con un nivel de consenso político nunca antes logrado.
Sus pensamientos dominantes pueden seguirse a través de sus publicaciones y conferencias, extraordinarios ejercicios de abstracción teórica frente a las crudas realidades de la Argentina y América Latina. En conjunto representan un gran elogio a la intervención del Estado como moderador del Leviatán del mercado, antes de su captura y destrucción para lograr, por fin, la felicidad del pueblo a través de la jefatura de un líder iluminado, versión de Dios en la tierra.
Los escritos de los académicos, arropados con el pretencioso lenguaje de "los maestrandos y doctorandos", delinean, a través de la convicción con que son expresados, los trazos de una nueva fe
Los escritos de los académicos, arropados con el pretencioso lenguaje de "los maestrandos y doctorandos", delinean, a través de la convicción con que son expresados, los trazos de una nueva fe. En verdad, parecieran estar más cerca de una teología, aunque anclada a dioses terrenos, que de una propuesta política.
Basta leer algunos capítulos del libro Más y mejor ESTADO (así, con mayúsculas). Una Administración Pública al servicio del Proyecto Nacional, para entender hacia dónde dirigen sus pasos, y por qué quieren cambiar la Constitución Nacional heterodoxa que nos rige. Es en el empeño de limpiar hasta su última brizna liberal, valioso nutriente de sus raíces antiabsolutistas.
La obsesiva motivación de quienes escriben y planean en esa cueva política es el neoliberalismo. Fenómeno notable porque en la Argentina, atada como un fardo por infinitas regulaciones, y con el Estado como actor principal de la economía por vías directa e indirecta, queda poco y nada del liberalismo. Y lo cierto es que, con sus sucesivos cambios de piel, el peronismo, incluidas sus versiones menemista y kirchnerista, ha gobernado la mayor parte de los 37 años transcurridos desde el restablecimiento de las instituciones de la Constitución.
En ese largo recorrido, nobleza obliga, no hubo linealidades, porque Raúl Alfonsín, presidente de la Nación por el radicalismo, estuvo lejos tanto del neoliberalismo como del populismo, mientras que Carlos Menem, surgido de las entrañas del peronismo, encarnó la máxima expresión de neoliberalismo en la Argentina.
Durante su gobierno, Oscar Parrilli, actual presidente del Instituto Patria, promotor de "Más Estado", fue quien fundamentó por la bancada oficialista en Diputados la necesidad de privatizar YPF, la empresa pública insignia de la Argentina. En ese tiempo mandaban los intereses petroleros de Santa Cruz y, como ahora, las órdenes de los Kirchner. En aquella ocasión se enarboló sin sonrojos el pabellón de la provincia en medio de la patria entonces olvidada.
La amnesia selectiva del Instituto Patria ya pasó el tema al archivo, como tantas otras cuestiones que lo impugnan. Hoy vuelve a desvelarlo la patria, adherida, como si le perteneciera, a la piel de la asociación civil que ejerce el doble comando de las políticas del país.
El norte de sus adherentes y militantes es la impregnación del Estado en el tejido de la sociedad tras el sueño de la construcción de un dinámico nacionalpopulismo que, de paso, retomando una frase de Perón, les abra sus brazos a los "hermanos latinoamericanos", que en general nos cuestionan, para hacer realidad el sueño de una América (sin el norte) unida. Se trata de una renovada utopía que puede terminar en una aterradora distopía. Lo importante, siempre, es evitar poner los pies sobre la tierra. Y los resultados hablan por sí mismos.
Entre los profesores de las universidades de La Plata, La Matanza, José C. Paz y la UBA que integran sus "tanques de pensamiento" resulta habitual leer u oír cuestionamientos al racionalismo, a la lógica racional, como ordenadora de la convivencia. Es, por lo tanto, la enemiga a derrotar. Esa pulsión involucra, por cierto, a uno de sus vectores principales, la libertad de prensa, percibida como cómplice de crímenes contra la sociedad por ellos imaginada.
Leamos un párrafo de Carlos Ciapina, licenciado en Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de la Plata. Escribe en la ya citada biblia del Instituto: "Un rol central en esta nueva ‘construcción de sentido’ sobre el Estado lo juegan, quizás hoy como nunca antes, los medios masivos de comunicación. Los medios masivos de comunicación son hoy en América Latina grandes oligopolios mediático-empresariales cuyos intereses y perspectivas están en colisión con cualquier tipo de construcción político-social que se plantee algún control estatal de las variables financiero-empresariales… Es prácticamente imposible encontrar hoy –en las diversas modalidades radiales, visuales, gráficas, virtuales– que han adquirido los medios masivos hegemónicos de comunicación alguna perspectiva que no remita a una definición ‘por la negativa’ sobre el rol estatal en la vida social (independientemente, incluso, de las preferencias políticas a derechas o izquierdas)."
El autor cita a Florencia Saintout, exdecana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, que le confirió un premio a la libertad de prensa a Hugo Chávez Frías, cuyo legado en Venezuela está a la vista. Y olvida la fabulosa transferencia de recursos del sector privado al Estado nacional, a través de una de las presiones impositivas más altas del planeta, alimento del imparable e ineficiente gasto público. La mitad de la población en la pobreza es evidencia triste y suficiente.
Si hablamos de Patria, prefiero los textos breves y profundos a las abrumadoras argumentaciones del estatismo militante. Por eso cierro estas líneas con la "Oda poética", de Jorge Luis Borges, que expresa en su remate: "Nadie es la patria, pero todos lo somos. / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, / ese límpido fuego misterioso". O el comienzo del poema "Definición de la Patria", de la sensible Julia Prilutzki Farny: "Se nace en cualquier parte. / Es el misterio, / –es el primer misterio inapelable– / pero se ama a una tierra como propia / y se quiere volver a sus entrañas".