La patada voladora perdió fuerza
La ventaja que Massa tiene sobre Guzmán para intentar estabilizar no es su propia ductilidad, sino el susto que parece haberse pegado la vicepresidenta con las últimas corridas
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En la tarde de su renuncia a la Cámara de Diputados, horas antes de asumir en el Palacio de Hacienda y presentar ahí sus primeras medidas, Massa se había despedido de sus pares legisladores con la energía propia de un debutante. “Mañana salgo con patada voladora”, les anticipó. Diez días después, todavía con parte del programa sin anunciar y equipo incompleto, el establishment económico se siente tentado de modificar la figura retórica: lo que se anticipaba como implacable golpe de arte marcial se parece más a un arrebato de zancadillas inconexas. No hay plan.
Es cierto que el modo en que fue configurado el Frente de Todos tampoco ayuda a entender la metáfora. Lo más probable es que al momento de equiparar sus anuncios a movimientos de karate el ministro de Economía estuviera pensando más en adversarios de su propio espacio que en opositores. Porque la primera a la que está obligado a convencer con sus decisiones es a Cristina Kirchner. Ahí donde, con un plan menos audaz, fracasó Guzmán.
Lo que en su momento fue para el exalumno de Columbia el acuerdo con el Fondo representa ahora para Massa la política tarifaria, aspecto troncal de su ajuste. Tensión inevitable de la que por ahora no participa La Cámpora, pero que ya empezó a insinuarse esta semana en la paritaria de Aerolíneas Argentinas, que el equipo económico imagina por debajo de la inflación. Hasta ahora, el único que le contestó al ministro fue Pablo Biró, líder de los pilotos. “Que la ajusten a Moria”, dijo.
La ventaja que Massa tiene sobre Guzmán para intentar estabilizar no es su propia ductilidad, sino el susto que parece haberse pegado la vicepresidenta con las últimas corridas. En esa debilidad cambiaria, que para Cristina Kirchner significa no llegar a 2023, está su única fortaleza. Ella solo le prometió silencio: le dijo que no lo respaldaría en público, pero que hiciera lo que creyera conveniente, menos devaluar.
La dificultad es que, dada la magnitud de los problemas, el silencio de la expresidenta resulta insuficiente. A Batakis no le alcanzó. Porque callar no equivale a apartarse de las decisiones. Y el liderazgo de Cristina Kirchner es tan fuerte que a veces ni siquiera necesita del veto explícito para obstaculizar: así como hay quienes la interpretan de manera equivocada, también están los que sobreactúan tratando de complacerla. Todavía no está claro si la demora en la designación de Rubinstein como secretario de Política Económica partió de dudas ajenas o del propio economista, pero sí se sabe que ya afectó la autoridad de Massa. No porque el cargo de viceministro merezca en sí mismo consideración alguna, sino por lo que representó esa designación frustrada en cuanto a atribuciones del nuevo ministro. El jueves por la noche, momentos después de la patada voladora infecunda, Massa les anticipó a los periodistas acreditados en el Palacio de Hacienda que el nombramiento sería al día siguiente. Ese viernes, mientras empezaban a difundirse los posteos de Rubinstein en Twitter, ese plazo de horas se corrió al martes. La promesa seguía siendo todavía que, no bien volviera de un viaje, el economista asumiría. Pero tampoco ocurrió: si había existido, la urgencia se terminó de disipar esta semana. “No hay ningún apuro”, concluyó Massa.
Quienes han podido hablar con el ministro no atribuyen el incidente tanto a Twitter como a razones ideológicas. El kirchnerismo tiene mecanismos internos de control de calidad: es difícil que prosperen decisiones sin el aval de aquellos a quienes Cristina Kirchner les tiene algo de respeto intelectual. Kicillof, Augusto Costa. A menos que la necesidad obligue a digerirlas. Es lo que, por ejemplo, pasa con el dólar y los depósitos. “Con los bancos no se jode”, les decía Néstor Kirchner a sus ministros de Economía. Por eso el Instituto Patria viene haciendo la vista gorda con los intentos de convencer a las cerealeras de liquidar divisas a un dólar más atractivo. Aun así, como pasa con el silencio de la “jefa”, la medida no surte efecto. ¿Faltó explicarla, la desconfianza del sector superó las previsiones, cambiaron las condiciones o ya es demasiado tarde? ¿O todo al mismo tiempo? En el sector agropecuario dicen que el dólar soja podría haber estado en consideración cuando se lanzó, hace dos semanas, con un dólar MEP a 350 pesos, pero ya no a 280, el valor actual.
Massa intentó ayer acercarle a la Mesa de Enlace algunas propuestas. Corre contra el tiempo y las reservas. En la medida en que quienes deberían liquidar intuyan la posibilidad de una devaluación, más tentados estarán a sentarse sobre sus cosechas, y eso agrava la escasez. El problema es que de eso pende no solo la estabilidad cambiaria, sino también la actividad de muchas empresas. El martes, en un almuerzo en la Unión Industrial Argentina y en su nuevo rol de secretario de Producción, José Ignacio de Mendiguren les propuso a sus antiguos compañeros conformar una mesa de trabajo para evaluar “día por día” qué sectores podían tener acceso a dólares para importar. Los anfitriones prefirieron no confrontar, pero en el fondo sabían que era una charla estéril. Las empresas no planifican por día: eso es en todo caso lo que vienen haciendo los funcionarios. “No alcanza: nos estamos consumiendo los stocks”, dijeron después a La Nación en una productora de alimentos. Si no aparecen soluciones, los plazos que planteó en junio el Banco Central para restringir las importaciones, 180 días, empezarán a vencerse sin que hayan entrado dólares. “Hay una deuda comercial en divisas impaga de no menos de 5000 millones de dólares”, dijo un empresario.
La escasez es fuente de tironeos. Y ese martes, en la UIA, Carlos Garrera, de la industria metalúrgica, y Matías Furió, de la Cámara Argentina del Juguete, volvieron a quejarse de que siguen entrando, dicen, “bienes terminados”. Los criterios de autorización no parecen estar claramente determinados, pero los industriales que se sienten afectados describen vías de ingreso que van desde recursos de amparo hasta permisos excepcionales otorgados por el Gobierno. Son cuestiones que quedaron bajo las atribuciones de Matías Tombolini, secretario de Comercio, funcionario que aún no tiene cargo formal y, como consecuencia, tampoco capacidad de firma. “Tengo miedo de que estén dilatando su designación justamente porque se trata de un hierro caliente”, dijo un industrial mal pensado.
Cualquier demora es cara para los empresarios en este contexto. Las distribuidoras de gas, aun en la espera de anuncios sobre tarifas, dicen estar ya muy encima de la fecha límite prevista para los nuevos aumentos, el 31 de este mes. Se quejan de que será imposible emitir las facturas sin dos elementos que todavía no tienen: las listas de usuarios de los formularios y los cuadros tarifarios. ¿Podría postergarse la medida? Aunque lo lógico sería poner toda la atención en Flavia Royón, secretaria de Energía, la historia reciente empuja a los empresarios a escudriñar también los movimientos de Federico Bernal, subsecretario de Hidrocarburos y el de mayores vínculos con el kirchnerismo.
Son actos reflejos que instaló la interna. Hay empresarios que hasta prefieren no preguntar. “Ya ni me meto: hay demasiado fuego amigo y con alguno voy a meter la pata”, dijo uno de ellos a La Nación. El trasfondo de todo es un esquema de decisiones trabado. El miércoles, en Saliquelló, Alberto Fernández desanduvo en un discurso de 17 minutos parte del plan con que Massa pretende que las contratistas y las petroleras inviertan en energía: “Nunca más queremos que las tarifas en la Argentina estén dolarizadas. Nunca más. Estamos en la Argentina, tenemos gas: ¿por qué vamos a pagar el gas a precios internacionales si tenemos gas nuestro que podemos distribuir entre los argentinos y que lo paguen en pesos a precios razonables?”, dijo. Son argumentos del kirchnerismo 2003-2015. ¿Estaba objetando el plan energético de Massa? En medio de la aprobación general del público, la cámara enfocó en ese momento a dos asistentes que no aplaudían: Marcelo Mindlin, uno de los constructores del Gasoducto Néstor Kirchner, y Javier Rielo, presidente de Total. El mensaje de Fernández parecía más bien reivindicar a Bernal, que denunció a Aranguren por dolarizar las tarifas, y hasta homenajear al célebre objetor de Guzmán, Federico Basualdo, que presentó la renuncia con la llegada de Massa. Basualdo es sociólogo, y parece improbable que el Presidente estuviera citando con su argumentación al abogado Massa o a la ingeniera Royón. “Las tarifas, como dicen los sociólogos, deben obedecer a un tiempo determinado”, reforzó. ¿Boicot deliberado, desconcierto personal o falta de coordinación en el rumbo? La mala intención es a veces la alternativa menos dañina.