La pasión que logra vencer al tiempo
La cultura es lo que en la muerte sigue siendo vida. Y en 33 variaciones , la obra de Moisés Kaufman que se presenta en el Metropolitan, tanto Beethoven como Catalina apuestan a la vida ante la proximidad de la muerte. Ninguno de los dos tiene en su horizonte de expectativa la muerte. Con doscientos años de diferencia, cada uno de ellos, a su manera, busca la excelencia.
La historia es conocida. Beethoven dedicó tres años de su vida a un vals mediocre de Antonio Diabelli, cuando ya había escrito ocho de sus nueve sinfonías. ¿Por qué lo hizo? Completamente sordo y enfermo emprendió una tarea desmesurada para las fuerzas que le quedaban. Y sobre ese pequeño vals escribió 33 variaciones. Catalina, musicóloga y compenetrada con la música de Beethoven, quiso descubrir algo de ese misterio. Una enfermedad grave no la detuvo a la hora de emprender el camino a Bonn, donde se encuentran los archivos del músico. Su hija trató de impedir el viaje, pero el empeño de Catalina por su trabajo fue más allá de cualquier consideración relacionada con su salud. Ambos, Beethoven y Catalina, con doscientos años de diferencia, perciben que el tiempo que les queda de vida es escaso. Y entonces se largan a vivir con la mayor energía posible.
Spinoza, en un diálogo imaginario con el gran escritor John Berger, sostiene que el deseo que surge de la alegría, en igualdad de circunstancias, es más fuerte que el deseo que brota de la tristeza. Y ahí están Catalina y Beethoven muriéndose saciados de vida. El gran músico del romanticismo se pregunta: "¿Cómo se pueden expresar nuevas ideas empleando viejas formas?", y no acepta ninguno de los plazos que Diabelli pretende imponerle. Toma el camino más difícil, quizá su última lección: de lo mediocre también puede surgir el arte, de la misma manera de que a partir de una piedra se puede levantar un monumento. Catalina, lejos de conformarse con sus primeros descubrimientos, y mientras soporta los avances de una enfermedad que afecta sus movimientos, profundiza en su tarea hasta que casi no le quedan fuerzas. Al mismo tiempo, y a manera de despedida, se reconcilia con su hija. Ante la inminencia de la muerte, Beethoven y Catalina apuestan al arte y a la creación. Cualquiera puede escuchar a Bach y mirar un Van Gogh; algunos descubren un universo. Pero Beethoven descubre un mundo donde no hay casi nada. Es como construir sobre ruinas. Catalina busca las huellas de comida que dejaba Beethoven en sus partituras, como si a partir de la intimidad del compositor pudiera acercarse al secreto de su genio. Para ellos, quizás haya sido necesario acariciar la muerte para conocer la vida.
A estas alturas hay que decir que las interpretaciones de Marilú Marini, como Catalina, y de Lito Cruz, como Beethoven, resultan excepcionales. Cada uno de ellos le otorga el tono justo a su papel. Y algo más: iluminan a sus personajes de tal manera que el espectador recibe ese efecto de enceguecimiento que es la belleza. Lo que ocurre entre Beethoven y Catalina sucede en un plano imaginario. Desde épocas distintas se encuentran con el otro en los nudos de la pasión, del trabajo, del esfuerzo y de la búsqueda de la perfección. No hay nada en ellos que no sea el esmero por llevar a buen puerto sus tareas. La muerte, que los aguarda impaciente, se convierte entonces en una nota a pie de página.
A las notables actuaciones de Marilú Marini y Lito Cruz hay que sumar el trabajo de Malena Solda, en la piel de Clara. Ella, como hija de Catalina, no sólo va a acompañarla hasta el final; también logra convertir una relación que ha sido tensa en una despedida conmovedora. Malena es una de las grandes actrices de su generación. A su sencillez interpretativa hay que agregar una enorme sensibilidad para captar los matices más sutiles de su personaje. Impecable es también el trabajo de Gaby Ferrero, como Gertie, primero la guardiana de los archivos del genio musical de la época y después la amiga de Catalina, capaz de decir cosas que nadie se anima a enunciar. Pero no se trata aquí de evaluar las actuaciones de un elenco sin fisuras, sino de detenerse en ese instante en el que los personajes deben tomar una decisión sobre el umbral de una inminente partida. ¿Por qué no pensar que algunas veces puede salir a nuestro encuentro algo sagrado? ¿Acaso no apunta a la trascendencia la música de Beethoven? Vivir sin pasiones es lo más parecido a estar muerto. Catalina y Beethoven, acaso sin saberlo, unen la cultura con la pasión. De esta forma, nunca los cerca la muerte. Mueren con la armadura puesta, como Macbeth.
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