La paradoja china en medio de la pandemia del coronavirus
La pandemia del coronavirus Covid-19 ha puesto a China en el ojo de la tormenta global. Una sospecha creciente se cierne sobre el Partido Comunista Chino por su falta de transparencia en el manejo de la crisis sanitaria en Wuhan, donde se originó la enfermedad. Una acusación desde los Estados Unidos sostiene que el Politburó ocultó o demoró en comunicar los hechos que condujeron a una tragedia de escala mundial. Con independencia de la realidad científica, lo cierto es que la situación aceleró los acontecimientos geopolíticos, que estaban vertebrados, antes de la pandemia, en torno a un creciente enfrentamiento entre los Estados Unidos y China.
Después de dos siglos de declinación, China ha vuelto a ocupar el rol central en los acontecimientos globales acorde a su inmensa población, su tradición de gran potencia y su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Acaso haciendo caso a la máxima atribuida a Napoleón Bonaparte sobre que el mundo se estremecería cuando China amaneciera, una serie de circunstancias decisivas llevaron a que Beijing se convirtiera en la actualidad en uno de los dos polos de poder más importantes del mundo actual.
A partir de 1949, Mao Tse Tung fundó la República Popular convirtiéndose en el padre de la China moderna. China dejaba atrás tres siglos durante los cuales el "Imperio del Medio" asistió a su declinación, la profundización de su aislamiento, el desplome de su última dinastía (1912) y una interminable guerra civil. En tanto, tras la muerte de Mao y de su primer ministro Chou en Lai, ambas ocurridas en 1976, Deng Xiaoping lanzó una serie de reformas pro-mercado y de apertura que llevaron a que China alcanzara un desarrollo económico formidable. El socialismo "con características chinas" fue explicado magistralmente por Deng cuando graficó que "no importa el color del gato, mientras cace ratones". Aquel crecimiento vertiginoso llevó a China a desplazar a Japón en su rol de segunda potencia económica mundial, detrás de los Estados Unidos. A su vez, aquellas reformas de mercado y la adopción del capitalismo permitieron una asombrosa expansión de la economía que elevó a la clase media a cientos de millones de chinos que hace tres décadas vivían en un sistema cuasi-feudal, dotando al Politburó de una fuente de legitimidad interna de considerable envergadura.
En tanto, la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética en 1989/1991 ofrecieron lecciones históricas imborrables para el liderazgo chino. En 2013, el presidente Xi Ximping explicó que el imperio soviético se había desmoronado por la ausencia de una figura fuerte en condiciones de defender la subsistencia del sistema. A partir de entonces, Xi acumuló prácticamente la suma del poder chino alcanzando un status político solo comparable al de Mao, al reunir bajo su mando la jefatura del Partido, de las fuerzas armadas, del Estado y del gobierno, que conforman -en ese orden- la estructura de poder del país. El régimen, por su parte, se fue volviendo más cerrado extremando los controles ciudadanos y fortaleciendo la censura interna.
La combinación de totalitarismo político y éxito económico ha llevado a que China se convirtiera, en las presentes circunstancias, en el segundo país más poderoso del mundo. Ese ascenso de China llevó a que algunos ensayistas comenzaran a preguntarse si el siglo XXI no le pertenecería.
Ese interrogante incluye, a su vez, una adivinanza adicional. Aquella que encierra la duda sobre si -como ha sucedido en numerosas ocasiones a lo largo de la Historia- el ascenso de China la llevará a una confrontación directa con la potencia establecida que son los Estados Unidos. Una guerra eventual entre Washington y Beijing envuelve la pregunta del siglo. ¿Escaparán China y los Estados Unidos a la "Trampa de Tucídides"?
A las pretensiones chinas por consolidar su poder regional en el Mar del Sur de la China, -acaso un equivalente asiático al del Caribe en nuestro hemisferio-, las acusaciones a Beijing por su presunta manipulación de monedas, su impetuoso rol en el comercio mundial y su inquietante despliegue de influencia a través de la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, se ha sumado un nuevo virus de la discordia. Uno tal vez inimaginable hasta hace tan solo unos meses, surgido inesperadamente en la lejana Wuhan.
El drama del Covid-19 está provocando una recesión dramática a escala global. Los daños en vidas humanas y las inmensas pérdidas materiales serán un serio revés en la estrategia de poder blando de Beijing. Sin embargo, todo indica que serán Asia en general y en China en particular los primeros en iniciar un proceso de recuperación económica que probablemente empuje al mundo nuevamente a la ruta de crecimiento. Acaso asome absurdo y contradictorio imaginar que esta tragedia pueda haber comenzado y haber terminado en el mismo lugar. Talleyrand explicó alguna vez que, a menudo, este mundo estaba más plagado de paradojas que de prejuicios.
El autor es exembajador en Israel y Costa Rica