La pandemia, solo el síntoma de un mal mayor
A primera vista, padecemos los efectos de una enfermedad generalizada, lo que llamamos epidemia y luego pandemia. En esa percepción, creemos que cuando nos curemos, nuestros problemas habrán terminado. Pero la pandemia es solo el síntoma de un mal mayor, es la consecuencia de unas condiciones que nosotros mismos hemos creado. Un desequilibrio ambiental producto de la intensidad de los sistemas de producción de los que la era industrial se ha hecho esclava.
Somos nosotros los que, en busca de una mayor productividad, hemos concentrado los animales de cría de un modo totalmente ajeno a su propia naturaleza, consistente en el continuo desplazamiento por la pradera. Concentrándolos en áreas reducidas y alimentándolos por sistemas mecánicos, hemos creado también las condiciones de estrés ambiental que favorecen las mutaciones virales.
Porque así hemos roto la relación ecológica entre la pradera y el rebaño, una relación milenaria que comandó la evolución de ambos, según ha descripto el biólogo Jared Diamond. La misma relación que la técnica agropecuaria aplicó sabiamente durante buena parte del siglo XX, siguiendo los principios del pastoreo racional, como teorizara Andre Voisin, donde el ganado y la hierba establecen una relación ecológica y productiva. Sin embargo, en todo el mundo avanza sin pausa la mudanza a la cría en corrales. Estos criaderos concentrados que existen en número cada vez mayor para los vacunos, los cerdos y las aves de consumo, son precisamente el lugar donde se dan las condiciones propicias para las mutaciones donde un virus pasa del animal al hombre. Al menos así era esperado por los científicos con justificado temor, por lo menos desde los años 90. Las autoridades sanitarias eran tan conscientes del peligro incalculable de esa posible mutación, cuyas probabilidades se incrementan geométricamente en tales condiciones de concentración y contacto con los humanos, que en 1997 Hong Kong sacrificó 1,3 millones de pollos luego de que una mujer muriera y se registraran 12 infectados del virus H5NI de gripe aviar. Un sacrificio económico impresionante, pero insignificante comparado con el daño capaz de producir la posible propagación del virus. La operación resultó exitosa porque el virus no tenía aún la capacidad de propagarse de humano a humano.
Sin embargo, la probabilidad de que ello ocurra se multiplica exponencialmente a medida que hay más contagiados. Como ha explicado Yuval Harari, los virus evolucionan. Cuando saltan de los animales a los humanos, como sucedió con el coronavirus, inicialmente no están bien adaptados, pero mientras se multiplican dentro del organismo humano sufren mutaciones que eventualmente los hacen más dañinos. Ya que una persona puede portar trillones de virus individuales que están en constante multiplicación, cada enfermo ofrece al virus trillones de nuevas oportunidades de adaptarse mejor a los humanos.
La frecuencia con que estos brotes emergen en las grandes concentraciones de los criaderos modernos como una amenaza incontrolable quedó registrada el año pasado cuando China se vio forzada a sacrificar el 40% de todos sus cerdos para detener el avance de la peste porcina africana. Aunque ese virus no amenazaba directamente la salud humana, lo hizo de modo indirecto, al afectar nuestras fuentes de alimentación: dado que China tenía la mitad de los cerdos del mundo, eso significó el exterminio de casi un cuarto de la población mundial de cerdos.
Resulta perturbador volver a escuchar la charla TED ofrecida por Bill Gates en 2015, donde explicaba que la posibilidad de que el mundo enfrente 10 millones de muertos no proviene ahora tanto de la guerra como de las pestes derivadas de la adaptación de los virus animales a los humanos
Actualmente, el 50% de los antibióticos que se fabrican en el mundo tienen como destino estos criaderos concentrados, que solo son posibles suministrando antibióticos en forma preventiva. Tales dosis masivas, de baja gradación pero continua administración, constituyen unos de los mayores factores por los que los patógenos que afectan al ser humano están desarrollando creciente resistencia a los antibióticos conocidos.
De manera que la crianza concentrada de animales de consumo humano ha creado las condiciones propicias para las mutaciones, como la del Covid-19, que permiten a los virus saltar del animal al humano y es, al mismo tiempo, la causa de la creciente resistencia antimicrobiana a los antibióticos, conocida por la sigla RAM, una de las mayores preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud. Según algunas estimaciones, para mediados de siglo esa resistencia habrá hecho inútiles a los actuales antibióticos, produciendo millones de muertes, a menos que se descubran nuevos antibióticos al ritmo necesario, algo que no está sucediendo.
La Argentina y Uruguay tienen una bien ganada fama mundial respecto de la calidad de sus carnes, directamente relacionada a la calidad de sus praderas y al tipo de crianza a campo, alimentando los animales con forrajes naturales. La ventaja comparativa de esta modalidad, no solo se aprecia en la calidad y precio de sus productos, sino también en la calidad del proceso: es una producción más sustentable.
Cuando ya se hace visible que los muertos por el Covid-19 superarán el millón, resulta perturbador volver a escuchar la charla TED ofrecida por Bill Gates en 2015, donde explicaba que la posibilidad de que el mundo enfrente 10 millones de muertos no proviene ahora tanto de la guerra como de las pestes derivadas de la adaptación de los virus animales a los humanos. Reclamaba entonces que los gobiernos del mundo invirtieran en prevención de la próxima pandemia sumas, si no equivalentes, al menos del orden de lo que invierten en sus presupuestos de defensa militar. Eso significaría inversiones en salud pública, epidemiología y desarrollo de vacunas, así como una ampliación de las infraestructuras hospitalarias.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que una inversión e inteligencia similares deberán aplicarse para desarrollar un modo de producción de alimentos más natural, si deseamos evitar catástrofes bioambientales como las que ha padecido recientemente China. Investigación y desarrollo para producir alimentos más sanos, certificados, cuyo origen pueda ser conocido por el consumidor. Una tarea para el que la Argentina estaría comparativamente bien posicionada.
El convenio con China para abrir la cría masiva de cerdos en la Argentina a sus inversiones, al que el Gobierno parece decidido, debería considerar las salvaguardas ambientales y sanitarias necesarias, so pena de sepultar esas ventajas comparativas y la buena fama de nuestras carnes y alimentos.
Profesor en la Universidad de Palermo, integrante de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente