La respuesta global frente al coronavirus osciló hasta ahora entre la cooperación y el egoísmo; más allá del trabajo mancomunado de los científicos, se abre el interrogante sobre la distribución de un recurso que, en principio, será escaso; ¿Prevalecerá la solidaridad o el “sálvese quien pueda”?
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ESCENA 1: El 29 de junio, el gobierno de Estados Unidos decide comprar más del 90% stock mundial del remdesivir, un medicamento que podría usarse para reducir la mortalidad del Covid-19. La droga tiene leve (o nula) evidencia a su favor, pero al menos hasta octubre y mientras se procesan más resultados clínicos, virtualmente un solo país la tendrá a disposición. Son unas 500.000 dosis; en tanto, el laboratorio que las fabrica -Gilead Sciences- amplía su capacidad de producción.
La historia del mundo se puede resumir en una mezcla alternativa de cooperación y competencia. No solo la historia de los seres humanos, que construyen comunidades que son más fuertes que el individuo solitario; esto ocurre también entre animales de una misma especie, entre especies, entre vegetales y otros seres vivos (hongos, bacterias, virus). La deformada concepción del llamado darwinismo social, que implicaba únicamente "lucha por la vida" y "supervivencia del más apto", se ha modificado a la luz de las evidencias por ideas de cooperación y de aportes diversos y a la vez convergentes.
Entre países, cuando predominan las ayudas mutuas hay acuerdos multilaterales y áreas de decisión comunes; cuando prima la competencia por los recursos, hay guerras abiertas o guerras (más o menos) solapadas. Ejemplo de las últimas son las batallas comerciales o las que tienen que ver con el uso de tecnologías y de la información. También, sobre los productos farmacéuticos, una de las actividades más lucrativas del mundo.
Durante la pandemia, a lo largo de estos meses que sacudieron al mundo, se vieron tanto las usuales acciones egoístas como las más cooperativas. Hubo colaboración científica abierta, con resultados y avances compartidos entre naciones y grupos. Pero también, acciones que dieron la sensación de que los países más fuertes apelaban a un "sálvese quien pueda" a la hora de la compra de barbijos, de reactivos para los testeos de diagnóstico y de las posibles drogas para tratar la enfermedad, así como con la búsqueda de ese Eldorado que es la vacuna que por fin inmunice a buena parte de la población. Compras intempestivas, acaparamientos, inversiones sesgadas y hasta desvíos de aviones con insumos estuvieron y están muchas veces a la orden del día.
En el peor momento de la primera ola de casos en Europa y la costa este de Estados Unidos, hacia los primeros días de abril, el gobierno de Donald Trump desvió un avión con provisiones médicas, sobre todo barbijos quirúrgicos, que debió partir de Tailandia hacia Alemania, según denunciaron funcionarios del propio gobierno alemán. "Piratería moderna", la calificaron, según consignó el diario Financial Times. Durante esas semanas en las que no estaba claro cuál sería el recorrido de la enfermedad (menos claro que hoy, incluso), los relatos de cómo se gestionaban los recursos medicinales escasos hacían recordar a las novelas de espionaje de la segunda posguerra mundial, con espías, dinero en efectivo que modifica hojas de ruta casi al borde de las pistas de despegue y otras intrigas poco diplomáticas.
Como durante aquellas primeras décadas de la Guerra Fría, el escenario era sobre todo Europa, pero también incluyó regiones y provincias de distintos países que acaparaban insumos mientras ignoraban o competían con los gobiernos federales. Con el aumento de las producciones y cierto reemplazo de importaciones, más el descenso de los casos, la situación pareció distenderse. Pero si eso sucedió entre las potencias, es natural preguntarse qué sucederá en los próximos meses con este aprovisionamiento en los países en vías de desarrollo, que enfrenta -por otros o los mismos motivos- una debilidad estructural intrínseca.
De fines de marzo es precisamente el reclamo del presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado. "No deberíamos tener que escoger entre la curva de mitigación del Covid-19 y salvar nuestras economías y nuestra viabilidad fiscal. En la era del mayor avance tecnológico, interconectividad y acumulación de la riqueza que ha logrado la humanidad, no es aceptable que debamos enfrentar este dilema", señaló en una carta en la que reclamaba liberación de datos y piedad financiera. Alvarado sumó voluntades y dos meses después se conformó, bajo el paraguas de la OMS, un Fondo de Acceso a la Tecnología (C-TAP), al que se sumaron la Argentina, Ecuador, Egipto, México, Noruega y Panamá, entre otras decenas de países de recursos diversos. "La plataforma se basa en el éxito del Fondo de Patentes de Medicamentos para ampliar el acceso a los tratamientos para el VIH y la hepatitis C", dijo Tedros Ghebreyesus, director general de la OMS, a la vez que reconocía al sistema de patentes como importante para la innovación (dato no menor, como se verá más adelante). "Las herramientas para prevenir, detectar y tratar el Covid-19 son bienes públicos globales que deben ser accesibles para todas las personas. La ciencia nos está dando soluciones, pero para que esas soluciones funcionen para todos, necesitamos solidaridad", señaló.
Según informó el brazo panamericano de la entidad, la OPS, además del C-TAP hay otras herramientas en el mismo sentido; entre ellas, la llamada Covax, que busca acceso equitativo y asignación justa de vacunas para todos los países. "El objetivo es distribuir 2000 millones de dosis a nivel mundial para grupos de alto riesgo, incluidos 1000 millones para los países de ingresos bajos y medianos", explicaron fuentes de la Organización Panamericana de la Salud. "Si este fuera un problema de África o Sudamérica, la vacuna tardaría cinco o diez años, pero como afecta a Europa y Estados Unidos va a estar más rápido", dijo Pedro Cahn, infectólogo de la Fundación Huésped y asesor presidencial, durante una charla organizada por el Centro de Profesionales Farmacéuticos el sábado pasado.
A pesar de estos esfuerzos, la carrera parece sobre todo eso, una competencia. Y es posible que quien consiga la primera vacuna eficaz obtenga un triunfo no solo científico (y económico) sino también en las relaciones internacionales, ya que las protovacunas vienen asociadas a un país y un simbolismo particular. Así la del (laboratorio) AstraZeneca viene asociada con (la universidad de) Oxford y toda Gran Bretaña; y ya está siendo probada en Brasil, que indirectamente podría beneficiarse. Las proyectadas por China son las de los laboratorios CanSino Biologics (fundado en 1993 en Pekín) y Sinovac (con apenas once años de historia, con sede en Tianjin). Dado que en aquel país la circulación del coronavirus es hoy prácticamente nula, buscan asimismo probarlas en Sudamérica; según la prensa trasandina, están en tratativas con los gobiernos de Chile y de Brasil, además de Arabia Saudita y Rusia. En tanto, la vacuna de la asociación del laboratorio norteamericano Pfizer con el alemán BioNTech será probada en la Argentina desde agosto, así como en los países que son sedes de ambas multinacionales farmacéuticas. La otra vacuna que está adelantada en la galopada es la de un laboratorio de Estados Unidos, Moderna, aunque hasta ahora se probó solo en 45 personas.
Todo este afán se ha comparado, en cuanto a apuro y nivel de inversión, con el proyecto Apolo, que llevó a una docena de norteamericanos a la Luna (aunque el impacto semiótico fueron los dos primeros, ese 20 de julio de 1969), pero es posible que sea más bien una exageración en busca de una épica universal que por momento parece perdida a manos de una entidad microscópica.
ESCENA 2: Esta historia la cuenta un investigador argentino: "Hubo una gran disputa internacional a fines abril. Teníamos pautado comprar 250 kilos de guanidinio, una molécula que ya no se produce en la Argentina y es esencial para las soluciones que se usan para extraer el ARN del virus para hacer el testeo diagnóstico. No se pudo hacer la transferencia a un banco de China porque nos agarró un feriado de cinco días y no se acreditó el dinero a tiempo. Cuando finalmente se pudo, el producto ya no estaba: Rusia había comprado toda la producción porque les llegaba el pico".
En esto se juega lo que puede ser una de las claves de la cuestión: la disyuntiva entre el multilateralismo y la apuesta a entidades supranacionales que de algún modo regulen las maneras en que se disputará el juego de la salud versus una suerte de estado de naturaleza donde los países sean lobos de los países.
El propio Ghebreyesus señaló en la conferencia de prensa del viernes 10 de julio que "no podemos volver a hacer las cosas como eran antes [de la pandemia]. La famosa manera de hacer negocios como siempre ha fallado. Necesitamos una conversación global para generar una acción también global. El virus no es la mayor amenaza que enfrentamos, sino la falta de liderazgo y solidaridad. No podemos vencer a la pandemia en medio de un mundo dividido. Tenemos que probar que somos más que la suma de las partes".
El llamado parece desesperado ante primacías políticas y geopolíticas. Estados Unidos aparece hoy con menos ganas que nunca de sentarse a esa clase de conversaciones donde un país vale un voto. La anunciada salida del gobierno de Trump de la OMS -en cuyo financiamiento jugaba un rol crucial aunque decreciente- se suma a otros abandonos de la conversación global desde el inicio de su administración, como la Unesco o el Acuerdo de París, firmado en 2015 contra el cambio climático.
El problema, según señalan algunos, podría ser el "efecto muralla china", construida para evitar la llegada de los bárbaros extranjeros a la potencia imperial asiática, y que en realidad a mediano plazo solo supuso retraso por la falta de intercambios. Es lo que temen por ejemplo desde la Asociación Norteamericana para el Avance de las Ciencias (AAAS). Su CEO, Sudip Parikh, señaló que "nuestra salud está relacionada de manera inextricable con las fronteras, como demostró la actual pandemia", y que "salir de la OMS implicará un sufrimiento para la salud de los norteamericanos; las relaciones con naciones aliadas se verán dañadas, así como la posibilidad de mejorar el funcionamiento de la propia OMS desde adentro".
Que la primera potencia tome decisiones individuales no solo perjudica a los países del mundo en vías de desarrollo. En la carrera por la vacuna contra el Covid-19 se han generado convenios con subsidios cruzados multimillonarios. Después de que la multinacional francesa Sanofi recibiera de Estados Unidos 226 millones de euros y le diera así prioridad, el presidente francés, Emmanuel Macron, reclamó que se considerara el producto emergente un bien público mundial, a la vez que también dispuso de partidas millonarias para aportar. Y se sumó al presidente chino, Xi Jingping, quien afirmó que si alguna compañía de su país conseguía una vacuna efectiva, sería de libre acceso. Incluso así, si la vacuna se consigue por tandas no solo se requerirá de un notable esfuerzo de coordinación global sino que también habrá que tomar decisiones: irá primero para personas de riesgo y personal de la salud; bien, ¿pero de qué país? Sería justo que fuera al sitio que en ese momento tenga un brote a controlar, pero ¿cómo medir esa necesidad?
ESCENA 3: El Ministerio de Salud argentino decidió el mes pasado que un medicamento para una atrofia muscular que padecen unas pocas decenas de niños argentinos deje de pagarse más de 100.000 dólares la dosis y pase a costar 27.000, como en el mercado brasileño. Entonces, ¿cuánto cuesta un medicamento?
La India se convirtió en un gran proveedor de genéricos -por ejemplo, de antirretrovirales contra el VIH-Sida que abastecen a todo el mundo- cuando decidió que, por cuestiones de salud pública, no daría patentes de medicamentos hasta 2005. Esta, la de la propiedad intelectual sobre drogas que salvan vidas, es la otra pata del problema. El sistema mundial de patentes, aprobado en la década de 1990, juega su rol en la falta de coordinación sobre a quiénes llegan los medicamentos y a quiénes irá la (por ahora hipotética) vacuna efectiva contra el nuevo coronavirus.
Así lo explica Lorena Di Giano, del Grupo Efecto Positivo (GEP), una ONG que trabaja para el acceso a los medicamentos: "El problema que hace que esto parezca una guerra es la propiedad intelectual, las patentes farmacéuticas. A partir de este sistema, se les permite a las empresas farmacéuticas pedir monopolios por veinte años sobre un medicamento. Ese es el problema que estamos enfrentando con el remdesivir, por ejemplo". Desde GEP hicieron presentaciones técnicas al organismo argentino que otorga patentes, el Instituto Nacional de la Propiedad Intelectual (INPI), llamadas oposiciones, para evitar que ese antiviral -desarrollado en principio contra el ébola- obtenga la patente por veinte años en el país.
El sistema de patentes fue creado con la idea de que se verían beneficiados la investigación y el desarrollo de nuevas drogas. Pero el análisis que se hace es que eso no sucedió de manera perfecta y que inclinó las investigaciones hacia áreas rentables (enfermedades del mundo desarrollado sobre todo, y si son crónicas, mejor) en desmedro de las otras.
El objetivo que se plantea GEP es que se pueda producir remdesivir u otras drogas semejantes en la Argentina a un precio más bajo, algo que aparentemente el sector farmacéutico nacional privado no solo está en condiciones de hacer sino que además ha mostrado interés, dice. "El obstáculo mayor para que eso suceda es la existencia de una patente, porque una vez otorgada tiene efecto retroactivo y después vienen los litigios, como pasó con drogas contra la hepatitis C. Es un problema muy importante", explica Di Giano. La búsqueda es reformar el sistema de patentes y generar una solución de fondo para sacar a las tecnologías médicas de ese acuerdo mundial, así como evitar que fondos especulativos dentro de las multinacionales farmacéuticas rijan el mercado; también, lograr otro acuerdo global dentro de la OMS, algo que no parece intención de la actual dirección del organismo, a juzgar por sus declaraciones.
Josefina Martorell, directora de Médicos sin Fronteras para América del Sur, comparte pedidos y reclamos: "Lo que nos preocupa es que en este contexto varias farmacéuticas aprovechan para generar ganancias desmedidas. Llamamos a que se cree un sistema que sea justo para la vacuna, basado en criterios de salud pública y no en función de los países que tienen más recursos. Insistimos, las vacunas tienen que ser un bien público global. Y los países deberían luchar para que sean accesibles y con distribución equitativa. Empezando por los más vulnerables".
El hecho de que la Argentina, como Brasil, haya establecido un acuerdo para ensayos clínicos de al menos una vacuna a cambio de "prioridad y transferencia tecnológica", como mencionó el ministro de Salud, Ginés González García, para el caso del desarrollo de Pfizer y BioNTech, tampoco va en el sentido de la colaboración internacional.
Como sea, la pandemia actualiza ciertos estudios de la economía del comportamiento que señalan que la cooperación sirve si todos cooperan; en el momento en que hay uno que no lo hace, este se lleva buena parte del rendimiento colectivo a la vez que desestructura todo el andamiaje. Y el resto tiene que ponerse a remar para que no cunda el ejemplo. En definitiva, la pandemia renovó otro dicho: nadie está a salvo hasta que todos están a salvo.