La palta que condena a los millennials
La última vez que los argentinos escucharon hablar de la palta en forma masiva fue por culpa de Eugenia “la China” Suárez. ¿Se acuerdan? Aquel día en que Carolina “Pampita” Ardohain se encontró –dijo ella– en un motorhome con “lo peor que puede ver una mujer” y que la “China” estaba –dijo ella– envuelta en “una manta de Nepal y comiendo una palta”.
Fuera “lo peor” o una inofensiva fruta (sí, la palta es una fruta), aquel enfrentamiento anticipaba lo que sucede hoy en buena parte del planeta; se habla más que nunca de la palta, del aguacate, del avocado, como es conocido por los anglosajones.
Tim Gurner es un nombre que no le dice nada a nadie fuera de Australia, pero que hace un par de semanas dio la vuelta al mundo con un análisis tremendamente provocador en 60 minutos, el noticiero de mayor audiencia en su país: “Cuando era joven e intentaba comprar mi primera vivienda no estaba tirando el dinero todos los días en tostadas con palta por 19 dólares o café a cuatro dólares”.
El detalle es que Gurner es un multimillonario de 35 años que se dedica al negocio de la construcción de viviendas de lujo. Achacar a la tostada con palta las dificultades para ser propietario es, en boca de él, algo más que un sarcasmo. Curioso tratádose de un millennial, que es el grupo al que apunta. Fuera de eso, el debate es interesante y puede resumirse en una pregunta dirigida a aquel sector afortunado de la población que tiene un relativo buen pasar: ¿se están excediendo en hedonismo los jóvenes de hoy? Los jóvenes de buen pasar, se insiste.
Varios medios estadounidenses sacaron la cuenta de qué implicaría dejar de comer la cada vez más popular avocado toast. La revista Time les presentó a sus lectores una calculadora que toma en cuenta 575 áreas metropolitanas y una tostada con palta promedio de nueve dólares: ¿cuántas tostadas con palta debo sacrificar para poder reunir el dinero del 20 por ciento de anticipo para una hipoteca? En San Francisco, 10.000. En Nueva York, 21.000. Si, a dos por semana, uno consumiera anualmente cien de esas hoy discutidas tostadas, queda claro que la palta no es el problema. Aun olvidándose de ella se necesitarían 100 años de abstinencia en San Francisco y 210 en Nueva York. La vida humana es, al menos por ahora, bastante más corta.
Se pregunta otro australiano, el columnista Bernard Salt: “¿Cómo puede la gente joven darse esos gustos? ¿No deberían economizar comiendo en casa? ¿Cuántas veces a la semana salen a comer afuera?” Para que nadie se confunda, Salt se presenta a sí mismo como “moralizador de la mediana edad”.
No da la impresión de que vaya a tener muchos adeptos entre aquellos que sí pueden permitirse ese placer. El consumo, las exigencias y las expectativas se han ido inevitablemente sofisticando. A muy pocos argentinos se les ocurría hace 20 años irse a un bar a desayunar huevos con tostadas, sumarle una palta fileteada y hacer un culto del café. Nacían y morían en las tostadas con manteca, mermelada o dulce de leche y el tan entrañable café semiquemado, hirviente y sin gusto.
Hoy es diferente. Hoy el brunch –otro concepto inexistente hasta hace poco en nuestras orillas– nos lleva no sólo a los baristas de café y los platos más inverosímiles, sino a algo esencial: la comida no está exclusivamente para comerla, sino para disfrutar y experimentar. Es, palabra de moda, una experiencia. A veces notable, a veces una estafa culinaria, pero siempre un desafío.
Pedirles a los millennials que dejen de comer tostadas con palta es, seguramente, un sinsentido. Si lo hicieran, muy probablemente seguirían sin acceder a la vivienda propia (¿es la palta lo que está caro o es la vivienda?) y afectarían severamente a los agricultores mexicanos. Nadie sabe, en cambio, si frenarían la creciente deforestación derivada del avocado boom en el Primer Mundo. Golpearían a ese México que busca salidas ante la encerrona en la que lo metió Donald Trump y que vende seis de cada diez paltas que produce a los Estados Unidos. El guacamole podría ser, para México, parte de la solución.
Como dijo esta semana Eduardo Levi Yeyati en Más mundo de LN+: “Las nuevas generaciones son mucho más proclives al ocio que nosotros. Quizás se venga una era en la que trabajemos menos y en la que el Estado redistribuya más”.
O como posteó un amigo días atrás en Facebook: “No puedo ni imaginar el placer que habrá sentido el hombre primitivo que mordió por primera vez una palta”.