De la concepción al día en que sale a correr, la preparación de un pura sangre es una apuesta en la que se combinan el cálculo y el azar
Son las seis de la mañana y está por explotar la hora pico en la Villa Hípica de Palermo, mientras sale el sol. Un pequeño vecindario recluido del bullicio tecnológico, donde el movimiento fuerte dura de seis a nueve. En lugar de bocinas, se alzan cantos de gallos y radios a todo volumen. En este barrio las casas no están señalizadas por la altura de la calle, sino por el nombre de la caballeriza. Aquí, perder el trabajo frente a las máquinas da más risa que miedo. Van y vienen, del box a la pista, 1200 caballos que pertenecen a unos cien studs. Se preparan para ser los protagonistas y acaso alcanzar la gloria en algunas de las jornadas del hipódromo.
El entrenador Walter Suárez cuida a cincuenta de estos animales, y hoy, lunes, entrena a diez. Está parado en el llamado "hongo de Palermo", un triángulo de pasto en el borde de la pista de entrenamiento, ubicada al lado de la pista principal.
–Colo, ¿qué hacemos con China Viera? –pregunta Facundo Coria, jockey, desde arriba de la yegua en cuestión.
El colorado Suárez consulta la planilla, donde ayer anotó los entrenamientos previstos para hoy.
–China Viera… Trote entero caracol hasta el fondo, y bien liviano a los 6 de la raya –indica.
Coria asiente y se aleja al trote. Enseguida se acerca el peón Juan Zarza, arriba de Makaveli. Se saludan.
–Makaveli –dice Suárez–. Pasada hasta los 800 y después que vuelva al trotecito. Estacioná tranquila esa nave, petiso.
Se aleja Zarza también.
–A Makaveli le dimos duro ayer, así que hoy hay que compensar –comenta el entrenador.
El equilibrio en el entrenamiento es importante. Así como entre los propietarios y los entrenadores, y también entre el cálculo y el azar. El éxito de un pura sangre de carreras depende, en parte, del azar. De la otra parte, de todo lo que puede ser planificado o cuantificado, se encarga una industria que hoy no pasa por su mejor momento y de la que viven en el país unas 80.000 personas. Desde la reproducción, pasando por la crianza y el entrenamiento, formar pura sangre es un proceso complejo y extremadamente impiadoso.
El objetivo es formar un deportista mudo que gane carreras (dinero para su propietario) y que pueda ser vendido luego al exterior, el destino final de un caballo de turf.
Primero están los criadores. Dueños de haras o grandes campos, producen potrillos que crían hasta el año y medio. Luego, los doman y los trasladan a los centros de entrenamiento. Aquí se encargan de formarlos como grandes corredores durante otro año y medio más, hasta que están listos para debutar. El haras forma al animal y la caballeriza forma al atleta. Este proceso está aceitado por la pasión de los propietarios.
En todo momento, resulta fundamental el criterio humano. "Nada acá es dos más dos, absolutamente nada", afirma Lucho Palacios, entrenador de la emblemática caballeriza Ojo de Agua. Aquí, hace unos 90 años entrenó Lunático, el caballo más famoso de Carlos Gardel, que dio buenas ganancias en su carrera de cuatro años. Esta caballeriza vio pasar campeones como Forly, El Sembrador y Congreve. Palacios solo conoce una receta: "Para cada caballo hay que encontrar su libreto. Hay que lograr que el caballo te hable; interpretarlo. Si no, te gana".
Makaveli empezó a concebirse en el haras Masama, de La Pampa, a fines de 2012. El potrillo no nacería hasta más de un año después, pero el armado empieza mucho antes del nacimiento. El criador debe decidir con qué servicio (de un padrillo exitoso) preñar a qué yegua madre. Se piensa, principalmente, en el fenotipo (características visibles) y en el vínculo de los grupos sanguíneos, y claro, en que las morfologías de los progenitores sean compatibles.
Marcos Alfonso, criador de Masama, decidió preñar a su yegua Miss Breed, de gran pedigree. Debía elegir un servicio de calidad, de un caballo corredor y con buen pedigree, en el que invertiría entre 3000 y 5000 dólares. Alfonso se fijó en Lizard Island, ganador de dos clásicos en Estados Unidos (Vintage S. y National S.). Era la elasticidad de Lizard Island combinada con la morruda Miss Breed. Las piezas encajaban. Al menos, según el criterio de este criador. Como dice Endrigo Gennoni, criador del haras El Wing: "La genética no es dos más dos, sino el turf sería solo de los millonarios". De estos padres nació Makaveli el 11 de octubre del 2014, en el box de maternidad de Masama.
Como todos los potrillos recién nacidos, vivía pegado a su madre y comía lo mismo que ella. Principalmente, pasto de calidad. Desde pequeño, se perfiló morrudo. Makaveli está "parado de plomo", que es lo ideal para un pura sangre. Es decir, con las patas rectas, no tiradas ni para adelante ni para atrás, como las tienen las vacas.
Los que lo ven, aseguran que es lindo. Pero al pasar un rato en el hipódromo, en un stud o en un haras, es inevitable escuchar mucho la palabra "lindo", sin terminar de entender exactamente qué significa. Porque significa diferentes cosas para diferentes burreros. Sin embargo, los entendidos coinciden que gran parte de la belleza del pura sangre tiene que ver con el porte y el carácter. Juan Garat, dueño del stud El Gusy, en San Isidro, asegura que la personalidad es lo más importante. "Tenés que conocerlo y te tiene que caer bien; si no, no gana", dice.
Cuando Makaveli cumplió seis meses se hizo el destete. Se lo separó de su madre y se lo puso con otros potrillos de su género. Su dieta de pasto pasó a segundo plano y empezó a ingerir más granos proteicos, para desarrollar la musculatura. La iba a necesitar para el entrenamiento, que empezaría en poco menos de un año. En esta etapa, el criador empieza a ver con qué tipo de caballo trabaja. Alfonso notó su mirada expresiva y su personalidad inquieta. Makaveli no patea, pero muerde a todos y a todas.
Cuando terminó su crianza, llegó el momento de "encerrar" a Makaveli y llevarlo a su nuevo hogar: el Centro de Entrenamiento de Palermo. Antes de empezar a entrenar un caballo, hay que domarlo. La doma es un proceso arduo que dura uno o dos meses. Hay dos objetivos principales: acostumbrar el lomo, sacarle las cosquillas, para que el caballo acepte tener a un hombre arriba como algo natural, y controlar la boca, para que pueda acelerar, frenar y girar.
Todos los días era lo mismo: Makaveli permanecía atado en un lugar abierto mientras dos domadores le tiraban de la mandíbula con dos riendas largas, desde arriba y desde abajo. El objetivo es "quebrar" la boca para que responda a las riendas. Como en el turf se corre mucho, principalmente en línea recta, se tiene más piedad que a los caballos de polo, que hay que "quebrarlos" hasta que puedan girar rápidamente cuando el jugador de la orden.
En la Villa Hípica, Makaveli pasó a manos de su entrenador. Hoy, Walter Suárez dice que le gusta la capacidad muscular y el equilibrio morfológico del animal. Una vez que lo hizo correr un poco, más o menos al mes de tenerlo, Suárez lo interpretó: "Es veloz, morrudo. Este caballo es ideal para carreras cortas, no creo que llegue al tiro". A estos caballos, que corren mucho pero se cansan rápido, se los llama flyers.
Con esa interpretación, Suárez pensó un vareo para un caballo de carreras cortas. Su tarea es observar al caballo todos los días, ver cómo reacciona a los entrenamientos y ajustar en consecuencia. Su criterio es clave, como fue el de su criador. Por eso los burreros no le tienen miedo al auge de las máquinas. Carlos Incausti, veterinario del stud Ojo de Agua, dice que el avance tecnológico que más impactó a la industria es el WhatsApp. "Antes, cuando había que ver algún problema de un caballo, tenías que coordinar con el peón para que te mostrara, teníamos que coincidir en el stud, era un embrollo. Ahora te mandan la foto, la radiografía o lo que sea por WhatsApp y podés diagnosticar al instante. El celular es importantísimo", cuenta.
Makaveli está pronto a debutar. Se lo anotará en una carrera para caballos de más de tres años, que no hayan ganado ninguna, en Palermo o en San Isidro. Suárez cree que está para los 1400 metros. Su físico está pulido. La pasión de los profesionales que lo rodean está encendida. Lo único que resta es ver si Makaveli también entiende de pasiones.