La paciencia de los pobres
La actual recesión económica ha aumentado nuevamente la pobreza y la indigencia en la Argentina. Según datos del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, uno de cada tres argentinos vive en condiciones de pobreza. Casi uno de cada diez se ubica debajo de la línea de indigencia.
Frente a los nuevos datos, el mensaje oficial no es la negación. No se intenta -como se ha hecho en el pasado más y menos reciente- cuestionar los datos, sino reconocerlos y resignificarlos. Estamos mal, se admite, pero vamos bien. No se objetan los números, sino que se pide paciencia. A quienes menos tienen, y a aquellos a quienes la inflación y el desempleo les hacen tener aún menos, se los insta a que sepan esperar. Sean pacientes y podrán experimentar los resultados positivos de este modelo económico.
La raíz latina de la palabra "paciencia", que el Diccionario de la Lengua Española de la RAE define como "la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse", es pati: "sufrir, soportar". Padezcan hoy, dice el discurso oficial haciendo eco del discurso católico, que de ustedes será el reino de la bonanza futura.
La espera, escribió el sociólogo francés Pierre Bourdieu en sus Meditaciones pascalianas, es una de las más claras formas de experimentar los efectos del poder. "Hacer esperar a la gente... demorar, sin destruir la esperanza... suspender, sin decepcionar totalmente" son, según Bourdieu, elementos fundamentales a la hora de ejercer la dominación.
Quienes más están padeciendo los resultados de la actual política económica están acostumbrados a esperar. Esperan en los hospitales, esperan en las salas de los ministerios, en las municipalidades, esperan por un trámite, por un subsidio, por un techo, por un pavimento, por un alumbrado público, por un lugar en una lista, por un título de propiedad, por una relocalización, por un desalojo... Como Vladimir y Estragón en la obra de Beckett, y el coronel en la historia de García Márquez, ellos están siempre esperando. Muchas veces ignorados, frecuentemente pospuestos, quienes más necesitan del Estado saben -porque lo aprenden a diario cada vez que hacen un trámite, que solicitan un subsidio, cada vez que van a un hospital público- que tendrán que someterse a los largos, arbitrarios e inciertos tiempos de la burocracia estatal.
Pero no siempre los pobres esperan. A veces, como en el maravilloso cuento de García Márquez, gritan. "Mierda", exclama el coronel al final del relato, sintiéndose "puro, categórico e invencible", dejando trascender sus sentimientos después de tantos años de sufrimiento, desilusiones y frustraciones, y una eterna espera por una pensión del gobierno que él solicitó por "haber arriesgado (su) cuello en la Guerra Civil".
Cuando los marginados pierden la confianza en que se cumpla aquello que esperan (del latín sperare: "tener esperanza"), cuando no pueden aguantar más en un hospital, cuando el beneficio con el que les dan de comer a sus hijos no alcanza, cuando el agua que les prometieron sanear sigue contaminada, ellas y ellos acuden a la política para intentar acortar esos interminables tiempos estatales.
A veces protestan en las calles. Otras recurren a otra manera, menos pública, menos disruptiva, de hacer política. Ofrecen su apoyo en un acto, en una marcha, en una elección para que algún dirigente local no los haga esperar más, para que les acelere el trámite, les consiga el subsidio, el medicamento, etc.
"Hace cinco años que estoy tramitando mi pensión... en la municipalidad me dicen que perdieron mis documentos. Tuve que esperar muchísimo; no me querían atender. Me tuvieron de acá para allá". Silvia estuvo media hora contándome los detalles de todo el trámite, los distintos niveles administrativos -desde el municipal hasta el nacional- por los que tuvo que pasar, todo el esfuerzo que implicó obtener su magra pensión: "Un tipo me dijo una cosa y después desapareció... y después fui a la municipalidad y ahí me dijeron que volviera en seis meses. Y después un político del barrio me dijo que se iba a ocupar pero después no hizo nada y...". Eso fue en 1995; Silvia vivía en un sector extremadamente pobre de una villa miseria en el conurbano bonaerense y yo estaba haciendo trabajo de campo etnográfico para el libro La política de los pobres. En ese momento, mi principal interés no era el peregrinaje de Silvia por los pasillos de la burocracia estatal, sino aquello que había acelerado ese proceso. Así lo dijo Silvia: "Empecé a participar en la unidad básica de Andrea y ella me dio una mano. Si alguien no mueve estas cosas [en referencia a su pensión], no conseguís nada. Andrea fue muy buena conmigo. Ahora si tengo un problema la voy a ver a ella... Tenemos que ser agradecidos con ella; si me pide que vaya a un acto [del partido], yo voy".
"Yo pensé mucho el tema del clientelismo", nos contaba la semana pasada Roxana, una vecina de Ingeniero Budge, "yo creo que algunos ilustrados pensaron esa palabra para denigrar la acción política del pueblo. Uno les da algo a los políticos, y la vez que da, es para recibir algo... ¿Vos cómo hacés para que los políticos te devuelvan tu parte del voto? Se supone que vos les das algo para mejorar tu situación y tu entorno...". Roxana encapsula y critica muchos de los malentendidos sobre el tema -hacer clientelismo, desde el punto de vista del cliente, es una manera de resolver problemas acuciantes creados por el mercado y no resueltos por el Estado-. Es una de las pocas formas que ellos tienen para esperar menos.
Pobres los pobres, hagan lo que hagan, la condena simbólica recaerá sobre ellos. Si se rehúsan a esperar y "des-esperan" manifestando su impaciencia en las calles, se los acusará de disruptivos y/o desestabilizadores. Si, para abreviar los tiempos de espera, "hacen clientelismo", se dirá que son objetos -no sujetos- de la política, "choriplaneros", en el estigma biempensante de turno. Pero gente como Roxana sabe que ese estigma está basado en una profunda ignorancia sobre las condiciones de profunda marginalidad política y social en las que hoy viven los sectores populares.
Profesor de Sociología en la Universidad de Texas, autor de varios libros, entre ellos La política de los pobres y Pacientes del Estado