La disputa por los aranceles comerciales que el gigante asiático mantiene con Estados Unidos esconde la verdadera puja entre las dos potencias, que pasa por controlar el cambio tecnológico y el ciberespacio
En China hay un proverbio para casi todas las situaciones de la vida. "Distintas cerraduras deben abrirse con diferentes llaves", dice uno de ellos. La frase, que alude a que cada problema requiere diferentes habilidades, refleja la estrategia de Pekín en su rivalidad con Washington: mostrarse flexible en ciertas áreas e implacable en otras. En el plano comercial, la dirigencia china parece estar dispuesta a hacer ciertas concesiones frente a los reclamos de Estados Unidos; sin embargo, cuando la discusión se traslada a la agenda tecnológica, su postura se endurece. Ahí muestra los dientes.
Las negociaciones en curso entre ambos países para sellar la paz comercial, por un lado, y el conflicto en torno a la compañía telefónica Huawei, por el otro, ponen de manifiesto la pulseada estratégica que libran en estos días las dos mayores economías del planeta. Una rivalidad que moldeará el orden internacional de los próximos tiempos.
"No hay duda de que el déficit comercial bilateral que tiene Estados Unidos con China es un factor irritante para la administración norteamericana, pero las raíces y el contenido del conflicto son mucho más profundos", advierte Roberto Bouzas, director de la Maestría en Política y Economía Internacionales de la Universidad de San Andrés (UdeSA).
Carlos Pérez Llana opina que estamos frente a una disputa por la hegemonía global. "La pulseada estratégica entre China y Estados Unidos es global y abarca casi todas las dimensiones, pero se destacan la economía y la tecnología, donde ambas potencias se disputan el liderazgo", dice Pérez Llana, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
Cuando falta poco para que venza el plazo de la tregua gestada durante la cena que mantuvieron Donald Trump y Xi Jinping en un hotel de Buenos Aires tras el cierre del G20, ambas partes aún buscan alcanzar un acuerdo final que evite una nueva guerra arancelaria.
En este terreno, China viene exponiendo su lado más dócil a través de algunos gestos de buena voluntad. La votación de una nueva ley de inversión extranjera, hace una semana, se interpretó como un guiño a Estados Unidos, sobre todo porque recoge la demanda de garantizar una competencia más equilibrada entre las empresas extranjeras y las locales.
Estancamiento
El toma y daca arancelario ha provocado un relativo estancamiento del comercio exterior chino, además de una merma sensible en el comercio bilateral con Estados Unidos. Según los últimos datos, China exportó 9,9% menos hacia ese país, mientras que las importaciones se hundieron 32,2% en relación con los dos primeros meses de 2018, antes de que se desatara la escalada arancelaria.
Jorge Malena, director del Programa Ejecutivo sobre China Contemporánea de la Universidad Católica Argentina (UCA), señala que ambos países son aún los dos principales motores del crecimiento económico mundial, con economías muy interdependientes. "China sería uno de los actores que más perdería si el mundo se volviera proteccionista", opina Malena. "Lo que está en juego es crucial para China, dado que la legitimidad del Partido Comunista depende del crecimiento, y dicho crecimiento depende de que el comercio mundial permanezca abierto".
Más alla de la relación comercial, China no cederá en su pretensión de transformarse en una potencia tecnológica en 2030, afirma Sergio Cesarín, investigador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref). "Estados Unidos se niega a que China sea la futura rule maker e imponga condiciones, y por lo tanto las tensiones profundas persistirán", dice. Añade que el escenario de incertidumbre que esto supone para el sistema económico mundial llegó para quedarse.
"Es evidente que la agenda comercial ya no es el núcleo de las negociaciones", observa Gustavo Girado, director de la especialización en Estudios Chinos de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), aludiendo a la competencia tecnológica que enfrenta a los dos gigantes.
La aprobación de la nueva ley de inversión extranjera durante la reciente sesión anual de la Asamblea Popular Nacional (APN), el máximo órgano legislativo chino, no fue la única noticia relevante: el primer ministro chino, Li Keqiang, anunció un paquete de medidas de estímulo fiscal, confirmando que las expectativas siguen a la baja. Las previsiones para este año indican una meta de crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) de entre el 6% y el 6,5%, un poco menos del año anterior. La desaceleración de la economía será combatida con una batería de medidas keynesianas, principalmente a través de recortes de impuestos y aumento del gasto público.
"Debemos estar preparados para una dura lucha. No hay que subestimar las dificultades que encaramos, pero nuestra confianza no debe debilitarse", enfatizó el primer ministro chino ante casi 3000 diputados durante la inauguración de la sesión anual de la APN, en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín.
Un año atrás, en esa sala, el Legislativo chino encumbraba al presidente Xi Jinping como el líder con más poder desde Mao Tse-tung, al abolir los límites de su mandato. Si el mensaje por entonces era de autoridad, ahora la dirigencia china busca mantener la confianza pese a los obstáculos. El gigante asiático se despide así de una época de oro marcada por tres décadas de un crecimiento promedio de dos dígitos.
Como era de esperar, este discurso avivó las preocupaciones por el impacto que puede generar en el comercio global la ralentización de uno de sus principales motores. Sin embargo, los analistas no ven motivos para alarmarse.
Ninguna economía, incluso una del tamaño y con los niveles de pobreza y población rural que tenía China hace dos décadas, puede crecer a tasas de casi dos dígitos durante un plazo indefinido, afirma Bouzas. "Hay un componente de la desaceleración del crecimiento chino completamente previsible -señala-. Las fuentes de alarma no provienen tanto de la desaceleración del crecimiento, como de los riesgos de una crisis financiera. Según el profesor de UdeSA, si las políticas anunciadas logran eludir una crisis financiera y la desaceleración del crecimiento, habrá que reconocer la competencia de la dirigencia en esta transición marcada por la sustitución del estímulo exportador por un mayor foco en la demanda doméstica.
Telón de fondo
Pero, como se dijo, las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China son un emergente de tensiones más profundas. En el horizonte de esta pulseada se vislumbra la competencia tecnológica. En este sentido, el caso que mejor refleja esto es el escándalo Huawei, desatado en diciembre pasado tras la detención de Meng Wanzhou, directiva de la firma e hija del fundador (ver aparte).
A primera vista, la ofensiva de Estados Unidos contra la empresa china de telecomunicaciones podría parecer otro episodio de la guerra comercial que Donald Trump viene librando con su par chino. El mismo Trump se encargó de alimentar la confusión. Mezcló el caso de Meng con la guerra comercial cuando aseguró que podría interceder en la extradición de la alta ejecutiva -un caso muy sensible para China- si esto lo ayudaba a lograr un buen acuerdo comercial con Pekín. Sin embargo, el asunto va más allá.
En efecto, las investigaciones del Departamento de Justicia estadounidense sobre Huawei son previas a la llegada de Trump a la Casa Blanca. Ya en 2012, un reporte del Congreso alertaba sobre potenciales riesgos a la seguridad nacional debido a iniciativas impulsadas por el gobierno chino de espiar a los Estados Unidos mediante el proceso de equipamiento hecho por Huawei.
En definitiva, no se trata ya de un simple reajuste de las balanzas comerciales, sino de una jugada clave para dirimir cuál de las dos potencias liderará el planeta en las próximas décadas. El campo de batalla son las telecomunicaciones y la forma que adoptará la inteligencia artificial, terrenos donde se desarrollará la economía del futuro, también llamada Cuarta Revolución Industrial.
En palabras de Sergio Cesarín, lo que está en juego es "quién diseñará las reglas de la economía mundial del siglo XXI". Según Pérez Llana, profesor también en la Universidad Siglo 21, en algunos capítulos de la revolución tecnológica, como en inteligencia artificial, "China puede contar con ventaja".
La polémica esconde una despiadada puja por el control de las nuevas tecnologías y el poder global. En este caso, las autoridades chinas se han mostrado muy firmes y salieron en defensa de Huawei.
La empresa, una de las firmas más internacionales del país asiático, se encuentra en plena disputa legal con el gobierno de Trump, que está presionado a sus aliados para que dejen de utilizar equipos Huawei. Alegando razones de "seguridad nacional", insiste en que sus dispositivos pueden ser herramientas de espionaje al servicio de Pekín.
Huawei se describe a sí misma como una empresa privada que lleva la tecnología digital al mundo. Sin embargo, algunos cuestionan esa caracterización. "El conocimiento extendido en Washington es que Huawei ?es' el Estado chino, o como mínimo, una extensión de la gestión global de China en ámbitos high-tech", señala Girado. En el fondo, lo que está en disputa, dicen los expertos, es en qué idioma se desarrollarán las plataformas que adoptarán los sistemas de defensa nacionales, así como en manos de quién quedarán los esquemas de comunicación de última generación (5G).
Ante la consulta sobre qué hay detrás del affaire Huawei, Girado responde: "Mucho, muchísimo. Estados Unidos y China mantienen una competencia creciente sobre el control de las palancas modernas del poder: reglas e instituciones globales, estándares, comercio y tecnología. Tener capacidades para innovar constituye una fuente de poder nacional y, en la era digital, la seguridad y el poder nacional tienen diferentes requisitos determinados por el cambio tecnológico y el ciberespacio. Lo que se disputan China y Estados Unidos son espacios de hegemonía que marcarán a fuego el devenir de una industria más valiosa y con más conocimiento incorporado; quienes dominen la tecnología establecerán los estándares para esas manufacturas en el futuro", concluye el experto.
Escapar a la trampa
Las tensiones entre China y Estados Unidos son además consecuencia de las turbulencias que genera el choque entre un poder en ascenso y otro en proceso de repliegue.
En su famoso relato sobre la Guerra del Peloponeso, el historiador griego Tucídides escribió: "Fue el ascenso de Atenas y el temor que esto inculcó en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable".
El prestigioso académico norteamericano Graham Allison usó el término "La trampa de Tucídides" para aludir a casos de choque entre una potencia imperante y otra desafiante. "Cuando una potencia en ascenso amenaza con desplazar al poder gobernante, la violencia es el resultado más probable", advierte Allison en su libro Destinados a la guerra: ¿podrán América y China escapar a la trampa de Tucídides?
La respuesta a esa pregunta dependerá de que ambos países logren -o no- hacer los cálculos estratégicos correctos y eviten caer en sus propias trampas. Final abierto. Lo que está claro es que el terreno clave de esta disputa será el tecnológico.
¿Qué hay detrás del conflicto de Huawei?
Huawei es la primera gran víctima que se ha cobrado la pulseada estratégica entre Estados Unidos y China. La firma de telecomunicaciones china está en el centro de la disputa desde que en diciembre Meng Wanzhou, directora financiera e hija del fundador de la empresa, fuera arrestada en Canadá (luego fue liberada bajo fianza), acusada de fraude por violar las sanciones impuestas por EE.UU. a Irán.
La disputa se trasladó luego a Barcelona, en el marco del Mobile World Congress (MWC), realizado en febrero. La presión ejercida por los funcionarios enviados desde Washington contra Huawei fue tal que algunos medios estadounidenses afirmaron que el MWC se convirtió en un "referéndum sobre Huawei".
Una semana atrás, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, apoyó la presentación de una demanda por parte de Huawei contra el gobierno de Estados Unidos por una ley que -dicen- bloquea las ventas de sus productos en aquél país. Advirtió que China "tomará las medidas necesarias" para salvaguardar los intereses de la empresa. Tanto Huawei como el gobierno chino han rechazado las acusaciones de espionaje y ven en los movimientos de EE.UU. un intento de evitar el ascenso de Huawei en el desarrollo global de la tecnología 5G. "Lo que defendemos no es sólo los intereses de una empresa, sino también el derecho legítimo de un país a innovar y a su desarrollo científico y tecnológico", dijo Wang.
Washington busca evitar que otros países, principalmente en Europa, hagan tratos con la multinacional china, no sólo por las sospechas de espionaje a través de sus dispositivos, sino porque además podría verse obligada a entregar datos al Partido Comunista Chino. La ley de Inteligencia Nacional china dispone que, en casos de seguridad nacional, las empresas chinas deben cooperar compartiendo datos. "Conforme a esta ley, espiar para el Estado es un deber de los ciudadanos y corporaciones chinas, al igual que pagar impuestos", escribió Yi-Zheng Lian en su artículo "Donde espiar es la ley", publicado días atrás en The New Yort Times.
Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda han puesto restricciones contra Huawei, prohibiendo que sus operadores locales de telefonía hagan negocios con la compañía. Alemania está evaluando sumarse a la lista. El temor es, claro, que detrás de Huawei se proyecte la sombra global de China.