La otra ciudad vista
Eso que se encierra bajo el nombre de una ciudad -como lo que pasa con nuestros nombres propios- mantiene unido bajo la especie de la identidad algo que de otro modo nos costaría reconocer como idéntico en la sucesión del tiempo. Para decirloclaramente: salvo por algunos puntos fijos (lo que llamamos monumentos), la Buenos Aires de 1850, la de 1920 y la de 2016 son ciudades completamente distintas. Por lo tanto, la Buenos Aires del pasado que conocemos es una invención de la literatura, de la pintura y, más que ninguna otra cosa, de la fotografía. Sí, la fotografía también inventa, aunque nos resignemos a creer que "registra".
¡Ah! La ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal, escribió Baudelaire en un momento en que esa lamentación se había vuelto históricamente posible. Así pasó también con Buenos Aires.
Hay aquí dos extremos. En los años 20, Borges lloraba en Fervor de Buenos Aires la ciudad que se iba; el fotógrafo Horacio Coppola, en cambio, se fascinaba con la que acababa de nacer.
Probablemente influían los medios de cada uno. En ese tiempo, la fotografía era todavía nueva y no podía permitirse la melancolía. Esto no impidió la colaboración entre ambos: la primera edición de Evaristo Carriego (1930), de Borges, incluía dos fotos de Coppola tomadas en los suburbios, esas casas bajas que no volvería a fotografiar nunca más.
Coppola vio Buenos Aires de una manera en la que nadie la había visto hasta entonces. Basta pensar en su foto de 1936 "Avenida Presidente Roque Sáenz Peña", que, con su perspectiva esquinada, hace pensar en el Edificio Flatiron de Nueva York.
Estuvo hace pocos días en Buenos Aires Jorge Schwartz. Años atrás, Schwartz había escrito un libro clave para entender ese período, Vanguardia y cosmopolitismo en la década del veinte (Beatriz Viterbo), y ahora profundiza y amplía esos estudios en Fervor de las vanguardias. El caso es que en ese libro hay precisamente varias páginas dedicadas a Coppola. Al margen de esas páginas, para Schwartz hay en el fotógrafo argentino una condición que lo vuelve único: igual que su arte, él nace moderno. "Y eso, antes de irse de la Argentina a la Bauhaus, donde la encontró a Grete Stern. Es como si Europa confirmase su talento moderno, en su visión imborrable tanto del centro como de los barrios de Buenos Aires. El único Coppola «costumbrista» es el que colabora con Borges. Pero en esas fotos lo vemos mucho más a Borges que a Coppola, muy distinto de lo que Coppola sería pocos años más tarde."
Para saber qué sería Coppola varios años más tarde hay que remitirse a alguien más que "nació moderno": Victoria Ocampo. Aunque no tanto Victoria; más bien la revista Sur, sin la cual la cultura Argentina no sería lo que fue y lo que, no sin dificultades, sigue siendo.
En su número 4 (primavera de 1931),Surpublicó "Siete temas. Buenos Aires". Eran fotos de Buenos Aires tomadas por Coppola. Eso se repetirá en el número 5 (verano de 1932). No hay que subestimar esta coincidencia, la revista modernizadora por excelencia publicaba por primera vez los trabajos del fotógrafo moderno por excelencia sobre la ciudad en su etapa más modernizada y universalista.
Hace falta ahora volver a citar a Schwarz: "El papel de Coppola junto a la revista Sur es importante, pero limitado.No se compara con las presencias de Borges y Bioy y es fundamental para la introducción de la fotografía moderna en la Argentina. La primera serie de fotos dedicadas a Buenos Aires aparece en los primeros números de Sur . Supongo que habrá sorprendido ver fotografías como «arte» y como un ingrediente sin duda moderno. No creo que la perspectiva urbana de Coppola sea una influencia directa de Sur. Pienso que es Sur la que se moderniza con el lenguaje fotográfico de Coppola, y no lo contrario,
Lo moderno no admite la melancolía. Pero lo cierto es que ya no somos modernos y que Buenos Aires tampoco es la ciudad que vio -y retrató, como si fuera una persona- Coppola.
De la Buenos Aires que vio Coppola, esa otra ciudad vista, no nos queda casi nada. Pero en esas fotos persiste una ilusión modernizadora, encapsulada en el plano, como una temporalidad que no terminó de desovillarse. La fotografía de Coppola nos reconcilia con lo que fuimos, pero sobre todo con aquello cuyas posibilidades esperan su consumación.