La oposición en su laberinto
A casi cuarenta años del adiós a la dictadura, la cultura democrática de la Argentina parece haber involucionado. La guerra por las candidaturas desatada tanto en el oficialismo como en la oposición exhibe la falta de altura de una dirigencia que libra batallas banales con el solo objeto de alcanzar el poder, de espalda a los problemas de la gente. Todo político busca ganar. Los buenos, los valiosos para la salud del sistema, saben perder. Se reconocen parte de algo más grande. Y cuando son derrotados suman allí donde sea necesario. Los otros, los que solo conciben la política como una disputa a todo o nada por llegar a lo más alto, restan. La ambición, cuando se pierde el sentido de la medida, es destructiva.
En las elecciones de 2019, tras la paliza de las PASO, Juntos por el Cambio recuperó parte de su mística y logró cosechar el 40% de los votos en la derrota. A la luz de las encuestas, buena parte de esos votantes hoy se sienten defraudados por la virulencia de la disputa entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta por la candidatura, conflicto en el que está involucrada toda la coalición. En medio de las refriegas, ambos han repetido que la unidad de Juntos no estaba comprometida. Pero lo que vale, más que las palabras, son las conductas.
La idea de Larreta de incorporar al peronista Juan Schiaretti a Cambiemos puede ser analizada desde distintas perspectivas, todas opinables. En principio, está en línea con su convicción de que el próximo gobierno necesita contar con un apoyo grande que incluya al peronismo no K (categoría más que sinuosa). Sin embargo, el modo y el momento en que lanzó la iniciativa dicen que la futura gobernabilidad fue solo la excusa para buscar un avance desesperado en la carrera presidencial. Una excusa endeble, además, porque el alto costo de la movida era previsible: Luis Juez y Rodrigo de Loredo están a punto de disputarle al peronismo cordobés que lidera Schiaretti una permanencia de 24 años en el poder de la provincia. ¿Cómo explicar que, a punto de enfrentar a su adversario en una batalla política decisiva, de pronto tuvieran que saludar a Schiaretti como uno de los suyos?
"Si hoy Juntos por el Cambio no es una fuerza bien cohesionada se debe al desborde de las ambiciones personales, que afectaron la consistencia de la coalición"
Es saludable buscar avales para la gobernabilidad futura, pero no de cualquier modo. En el acuerdo con José Luis Espert, por ejemplo, existe una coincidencia de fondo. El problema es que hay apoyos o proyectos de apoyo que parecen encaminados, a la luz de los antecedentes, a jugar a favor de la perpetuación del sistema corporativo que nos trajo hasta aquí, más que del cambio. O, peor todavía, llegan desde un peronismo transformista que hasta hace poco depositaba su supervivencia en la banca del kichnerismo. Es decir, que ha sido cómplice de la desmesura y lo seguiría siendo si la revolución nac&pop no hubiera perdido su brillo y sus votos. Incluirlos en un frente “por el cambio” sería adulterar con aguas servidas el combustible con el que se pretende poner en marcha al país.
En el fondo, el tema que subyace en el affaire cordobés es qué actitud debe adoptar la fuerza gobernante en relación al peronismo cuando está en el llano. Al margen de Schiaretti, aquí hay una diferencia entre la visión de Bullrich y la de Larreta. Sin anestesia, podría plantearse así: ¿lo resistís con la ley para intentar sanear el sistema de un corporativismo retrógrado o lo sumás a la administración para que no te bajen a cascotazos? Hay un punto en que la opción por la segunda alternativa neutraliza el objetivo de la primera.
La sombría perspectiva electoral del oficialismo anuncia la migración de peronistas hacia donde calienta el sol del poder, antes y después de las elecciones. Los que se abrazaban a Cristina y acompañaban en el Congreso al kirchnerismo de pronto sentirán en el pecho una renacida vocación republicana. O liberal a ultranza. Al margen: ¿habrá alguna sanción moral del sistema democrático hacia aquellos que atentaron abiertamente contra él? ¿O el oportunismo los absolverá una vez más?
Es cierto que entre Bullrich y Larreta hay diferencias. Pero, ¿dónde están? Ninguno de los dos se encargó de enunciarlas en un programa y, según afirman, los equipos económicos de uno y otro trabajan en buena sintonía. Si hoy Juntos no es una fuerza bien cohesionada se debe al desborde de las ambiciones personales, que crecieron al punto de afectar la consistencia del conjunto. Por querer ir a más, todos se quedaron con menos. Eran casi número puesto y ahora deben remontar desde una posición más comprometida, sobre todo por el crecimiento de Javier Milei, que con su mensaje monolítico fue metiendo en su bolsa los votos que Juntos por el Cambio se empecinaba en perder.
Eclipsada la amenaza del kirchnerismo, Juntos podría consolidarse como una fuerza de centro amplia, capaz de ofrecer la vuelta a la razón y la ley. Acaso esa, la posibilidad de un país normal, sea la aspiración de aquel 40% que lo votó en medio de la malaria. Es más difícil que recupere ese apoyo si se confunde en acuerdos de fondo con expresiones que, desde un extremo o el otro, expresan la vieja política o el fanatismo.