La oportunidad que perdimos los educadores con la pandemia
El año pasado fuimos testigos de un acelerado avance de las tecnologías digitales en todos los aspectos de nuestras vidas. En el ámbito educativo, Internet y las pantallas pasaron, más que nunca, a ser el foco de nuestra actividad.
Es claro que en las últimas décadas la educación no estuvo avanzando a la par de otras industrias en cuanto al aspecto tecnológico. Si bien se viene apostando, en mayor o menor medida, a la incorporación de dispositivos, conectividad y propuestas tecnológicas, aún no se generó un cambio de paradigma en los procesos de enseñanza y de aprendizaje, por lo que creo que en esta pandemia se perdió una oportunidad importante de crecimiento.
Si nos enfocamos en lo que sucedió en otros sectores, observamos que en 2020 algunas plataformas lograron impulsarse y crecer a mayor escala. Durante la pandemia Netflix aumentó su facturación un 48% y sumó 36,5 millones de suscriptores (superando así los 200 millones de usuarios), quienes a su vez también incrementaron la cantidad de tiempo que pasaron en la plataforma. Pero no hace falta irse tan lejos, en el plano local tenemos a Mercado Libre, una plataforma que sumó 17 millones de nuevos compradores en América Latina, lo que desembocó en el aumento exponencial de sus ventas y en la cantidad de usuarios que compraron por primera vez.
En el sector educativo esto no sucedió, aun habiéndose dado un uso constante de plataformas para clases online y actividades virtuales. Por un lado, porque las soluciones que fueron utilizadas de forma masiva por docentes y alumnos no fueron pensadas por educadores ni diseñadas para un uso educativo, como es el caso de Zoom o Whatsapp. Por otro, porque es probable que antes de la pandemia no estuviéramos muy convencidos como educadores de que la tecnología podía mejorar las prácticas cotidianas, como sí pasaba en otras industrias. De hecho, seguramente ahora tampoco estemos convencidos de que gracias a Zoom nuestras prácticas educativas mejoraron.
Los estudiantes de hoy, a diferencia de nuestra generación, están atravesados por la tecnología en su cotidianidad (para comunicarse, realizar compras, consumir entretenimiento). La situación es que, si bien estamos unos kilómetros detrás, la educación puede (y debe) alcanzar el paso de la tecnología. No para adaptarse, sino para transformar los procesos educativos potenciados por estas herramientas que nos permiten mejorar nuestras prácticas para que los alumnos aprendan más y mejor.
¿Podemos hacerlo si seguimos comprendiendo al aprendizaje en función de la memorización y repetición? ¿O si seguimos evaluando a nuestros alumnos con instrumentos que no les permiten desarrollar su potencial de aprendizaje? ¿O si como docentes no nos corremos de la posición del saber para dar paso a la reflexión crítica que permita a nuestros alumnos dar sentido a sus aprendizajes?
Soy un convencido de que no podemos volver a desaprovechar la oportunidad de estos tiempos y que tenemos que tener en cuenta algunas tendencias globales para adoptarlas en el mundo educativo:
●Personalización académica: ¿cómo podemos pretender que nuestros alumnos estén motivados si poco de lo que enseñamos los interpela en su potencial? Seguimos exigiendo los mismos objetivos a chicos y chicas con cualidades y talentos muy distintos. Hoy las tecnologías digitales nos permiten planificar recorridos y trayectos formativos diversificados para interpelar a nuestros alumnos de manera directa.
● Ciudadanía Digital: ¿cómo podemos ser libres en un mundo repleto de algoritmos? Es fundamental que los alumnos desarrollen capacidades digitales e incorporen conocimientos de programación y robótica para poder comprender lo que sucede a su alrededor. De este modo pueden ser capaces de actuar de manera consciente frente a las tecnologías disponibles, y también desarrollar las competencias para repensarlas, transformarlas o hackearlas.
● Pensamiento crítico: ¿pueden transformar si solo repiten lo que no entienden? Un aspecto que debemos revisar con urgencia es la evaluación. Si seguimos apostando a un modelo memorístico, nos perderemos la posibilidad de acompañar a los niños y adolescentes en su potencial de creación, de transformación y de resolución de problemas.
Hoy más que nunca, los integrantes de los sistemas educativos debemos estar a la altura de los desafíos de un mundo cambiante. Dejar de lado las certezas para que la incertidumbre nos permita hacernos nuevas preguntas. Y así generar las condiciones para que la educación no sólo sea un vehículo para transmitir la cultura sino para transformarla.
Especialista en tecnología educativa, CEO y cofundador de Educabot