La oportunidad de Malcorra en la ONU
En días recientes se conoció la candidatura de Susana Malcorra a la secretaría general de las Naciones Unidas. El anuncio es auspicioso y el camino para alcanzar el objetivo es complejo.
Por lo pronto, es una buena noticia simplemente por el hecho (que debería ser obvio en nuestro país) de que cada vez que un compatriota es electo para una alta función en el mundo, el país se beneficia y su imagen mundial -mitad prejuicio y mitad verdad- mejora. No son muchas las oportunidades de ocupar estos puestos de relevancia mundial, por lo tanto, cuando aparecen debemos aprovecharlas y realizar el mejor esfuerzo para ganar la posición.
En nuestro caso, sólo una vez estuvimos cerca de que un argentino fuera electo para ese cargo. Fue en 1971, cuando Francia (no la Argentina) propuso a Carlos Ortiz de Rosas, quien podría haber obtenido el cargo de no mediar el veto de la Unión Soviética en el Consejo de Seguridad.
Pasando al mundo de las complicaciones, precisamente el voto en el Consejo de Seguridad es una de las mayores que Susana Malcorra debe resolver.
El reglamento de la Asamblea General de la ONU dice en el artículo 141: "Cuando el Consejo de Seguridad haya presentado su recomendación sobre el nombramiento del Secretario General, la Asamblea General la estudiará y procederá a votación secreta en sesión privada".
Sin embargo, la cuestión más difícil no es el voto en la Asamblea General, sino la recomendación del Consejo de Seguridad. Esa votación debe ganarse cumpliendo dos condiciones: tener la mayoría y que ninguno de los miembros permanentes vote en contra. El voto negativo de Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido o Rusia, de cualquiera de ellos, implica un veto al tema y su consiguiente rechazo.
Si Malcorra pasa la consideración en el Consejo sin que se exprese el veto de alguno de los llamados miembros permanentes, buena parte del camino estará hecho.
Entre esos miembros permanentes hay uno, el lector adivina, que no es sencillo: el Reino Unido. Las razones de la dificultad no necesitan explicación.
La campaña que implica hablar con cada uno de los países para obtener el apoyo llevará, lógicamente, a un encuentro con el Reino Unido. Esa reunión no debería convertirse en una negociación en la cual la cuestión Malvinas esté en el centro de la discusión. La Argentina deberá reafirmar su posición sobre la solución diplomática y eventualmente avanzar hacia alguna idea innovadora que cuente con apoyo del gobierno y la mayoría de la oposición.
Me parece indispensable que en esas reuniones estén presentes dos miembros de la oposición parlamentaria. Los motivos son sencillos de imaginar: todo acuerdo de palabra debe tener testigos que aseguren su cumplimiento y conviene que en un tema de esta naturaleza haya una representación más amplia que la del gobierno. Un procedimiento sencillo que dará seguridad para el Reino Unido y para la Argentina.
Si el trabajo de Malcorra llegara a buen término, el desafío que enfrentará es enorme y apasionante: reactivar la diplomacia multilateral, condición indispensable para que el secretariado de las Naciones Unidas tenga sentido.
En los últimos años se ha perdido este ejercicio. El uso de la fuerza contra un Estado, expresión última del sistema mundial, ya no es discutido en el Consejo ni en la práctica se requiere su autorización real. Primero la Organización del Tratado del Atlántico Norte y luego alianzas circunstanciales de los países fueron tomando las decisiones sobre el uso de la fuerza.
Estas prácticas han terminado por debilitar los instrumentos que la Carta de las Naciones Unidas entrega al sistema para garantizar la paz y la seguridad internacionales.
Hoy esos dos grandes temas, paz y seguridad, que fueron la razón de la creación de la Organización, están fuera de ella.
En breve, lector, si además de ser argentina la Secretaria General pudiese imaginativamente avanzar en este tema, nuestro país jugará un importantísimo papel en la organización del sistema mundial.
Canciller de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín