La oportunidad de construir una relación seria con EE.UU.
Para bien o para mal, a lo largo de los siglos un reducido número de países han tenido el arduo privilegio de impactar no solo a los habitantes bajo su jurisdicción, sino a los del mundo entero. Estados Unidos, desde los inicios de la Pax Americana, ha sido indudablemente uno de ellos. El 20 de enero, cuando Joe y Jill Biden pisen el mármol blanco y rosa de la Casa Blanca, el mundo podrá volver a respirar aires de normalidad, abandonados por la política del magnate inmobiliario, showman de televisión, promotor de Miss Universo y presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump. Veamos algunos de esos cambios para el mundo, la región y la Argentina.
Con el triunfo de Biden la visión jacksoniana, enfocada en el populismo y el poderío militar, será reemplazada por una política exterior basada en una combinación entre la visión jeffersoniana y wilsoniana, apuntalada en valores y principios democráticos. Las consecuencias se verán principalmente en países autoritarios y dictaduras. En una entrevista con Bob Woodward, Trump dejó muy claro la importancia que les asigna a los principios y valores de la democracia y los derechos humanos al expresar que "se lleva mejor con los (dictadores) más duros y malvados".
El primer desafío en política exterior será recomponer las relaciones con China, donde tiene varios frentes abiertos: la guerra comercial, la tecnológica, la territorial y la de insultos. La solución de esta nueva guerra fría es esencial para la economía de Estados Unidos y para la estabilidad mundial.
Con la asunción de Biden se recupera el multilateralismo y, por ejemplo, se frena el proceso para retirar a EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud, se regresa al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y seguramente EE.UU. volverá al Consejo de Derechos Humanos de la ONU
Con la asunción de Biden se recupera el multilateralismo y, por ejemplo, se frena el proceso para retirar a EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud, se regresa al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y seguramente EE.UU. volverá al Consejo de Derechos Humanos de la ONU. La búsqueda de consensos a través del diálogo y la diplomacia vuelve a subirse al escenario, mientras que el bullying y el unilateralismo se bajan.
La reducción del calentamiento global vuelve a ser una política de Estado y con ello el impulso a las energías renovables. El Nuevo Acuerdo Verde propuesto por el ala progresista del Partido Demócrata está orientado a encontrar respuestas al cambio climático y a la desigualdad económica. La aceleración en el cambio de la matriz energética de Estados Unidos a favor de energías renovables también impactará en la política internacional.
Se recupera la alianza atlántica entre EE.UU. y Europa, que en diciembre de 2018 recibió un golpe mortal cuando el secretario de Estado, Pompeo, excluyó a la Unión Europea de una lista de organizaciones multilaterales valiosas para EE.UU. Asimismo, el triunfo de Biden energiza la esperanza de los demócratas europeos, que buscan ponerle freno al crecimiento del populismo.
Hace unos años tuve el honor de ser invitado por el entonces vicepresidente Biden a un almuerzo de trabajo para intercambiar ideas junto a otros tres expertos en América Latina, sobre políticas hacia la región. Luego de dos horas de intercambiar ideas, quedó muy claro que tiene una gran sensibilidad hacia los sectores más vulnerables de la sociedad, y que conoce, entiende y le interesa América Latina. Sin embargo, también es cierto que la política exterior hacia América Latina, desde hace décadas, carece de proyectos que se profundicen a largo plazo, y se circunscribe a evitar crisis y a responder a asuntos puntuales. La realización de la novena Cumbre de las Américas en EE.UU., en 2021, va a ser un momento clave en la política exterior hacia la región. Desde la primera Cumbre en Miami, en 1994, hasta la de Mar del Plata, en 2005, el proceso de cumbres había logrado algunos resultados importantes. Sin embargo, en Mar del Plata, el presidente Kirchner y Hugo Chávez se encargaron de transformar el proceso de cumbres en un cóctel y una foto grupal cada tres años de presidentes que no se hablan.
Biden va a buscar que las nuevas políticas y el proceso de cumbres sean el símbolo que suplante el muro de la vergüenza de Trump. Suplantar el muro por puentes va a pasar a ser una muy trillada analogía. Pero la realidad va a ser muy distinta, y el camino para construir una agenda en común se va a enfrentar con los obstáculos de una región que, lamentablemente, siempre antepuso sus divisiones internas por sobre la unidad latinoamericana, y del otro lado un Estados Unidos al que le cuesta mucho dejar de ver a América Latina como el patio trasero.
La política entre Estados Unidos y la Argentina hay que construirla desde cero. No existen suficientes antecedentes serios que permitan hacer una comparación relevante. La recepción inicial va a ser positiva y dependerá de las propuestas del gobierno argentino para que se vayan llenando las columnas hoy vacías, con objetivos deliverables y non-deliverables (posibles y no posibles) con las que se manejan los representantes del Departamento de Estado y del Consejo de Seguridad Nacional.
El gobierno argentino tiene en su contra, ab initio, la eterna dificultad de los gobiernos de EE. UU. de descifrar al peronismo. Dicha dificultad no es caprichosa. Es racional que se pregunten si la relación será basada en la experiencia del "Braden o Perón"; o en el realismo mágico antiimperialista de CFK con Obama ("si me pasa algo, que nadie mire hacia el Oriente, miren hacia el norte", y un canciller que, alicate en mano, incautaba personalmente una valija diplomática); o la política de relaciones íntimas (más decorosa) de Carlos Menem con Bill Clinton; o la minimalista de Néstor Kirchner con George W. Bush.
Hay una oportunidad de hacer algo nuevo y superador, sin sorpresas ni golpes bajos, pero para eso hace falta primero que el Gobierno se ponga de acuerdo puertas adentro. Las relaciones internacionales son demasiado importantes como para que se vean afectadas por rencillas internas. El manejo de la situación en Venezuela es un ejemplo muy reciente, y no es irracional suponer que la diplomacia de Estados Unidos se pregunte si una situación similar puede volver a suceder. La confianza es la piedra angular de la diplomacia, y la percepción de un gobierno bicéfalo también se siente en Washington.
Resuelto el bicefalismo, el Gobierno tiene una excelente oportunidad para construir una relación seria y duradera con Estados Unidos. Biden necesita un apoyo confiable en el Cono Sur, y la Argentina no se puede dar el lujo de no construir una relación con la que continúa siendo la primera potencia del mundo.
La alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, resumió en un breve tuit el sentimiento de muchos países: "Welcome back America". Esperemos que nuestro anquilosado progresismo comprenda que ya pasó más de medio siglo desde las décadas del 60 y 70, y es urgente romper las más que oxidadas cadenas para enfrentar nuevos e inciertos desafíos. Después de todo, el triunfo de Biden es un triunfo progresista, el de la diversidad sobre el racismo, de la ciencia sobre la estupidez, de la sociedad sobre el individualismo y de la protección del planeta en lugar de su extinción. Nuestra política exterior debe mirar al sur, al este y al oeste, pero no dejemos pasar estúpidamente, una vez más, la oportunidad de mirar al norte, no para continuar profundizando desencuentros, sino para superarlos.
Exsecretario ejecutivo de la CIDH y exsecretario de DD.HH. de la provincia de Buenos Aires