La ópera de Sydney. Un modelo de construcción
Por Antonio M. Battro
He tenido recientemente la oportunidad de visitar la Opera de Sydney, una experiencia que deseo compartir. Tuve la suerte, además, de asistir a una magnífica representación de Don Carlos de Verdi. Para mí fue recibir una lección. No sólo de arquitectura y de música, sino de moral. De moral urbana. Digna de ser imitada por nosotros.
Todo comenzó hace casi unos 40 años, cuando se decidió convocar a un concurso internacional para construir una gran sala de música para la ciudad de Sydney. Un joven dinamarqués, Jorn Utzon, presentó unos esbozos que llamaron la atención a un jurado de gran jerarquía y se le adjudicó la obra a pesar de que nadie en el mundo era entonces capaz de construirla. Alguien dijo que la única manera de mantener la estructura era tirar cables desde el cielo. Sin embargo el arquitecto estaba seguro de que su proyecto era realizable.
El proceso constructivo llevó 16 años. En ese lapso se resolvieron uno a uno todos los problemas que planteaba la obra, comenzando por los políticos y sindicales, siguiendo por los económicos y financieros, terminando por los constructivos y estéticos.
Fue un desafío formidable para un enorme conjunto de personas y de disciplinas. El emplazamiento elegido junto al mar era deslumbrante y toda la ciudad quería ver surgir allí una obra de arte que dejara una marca indeleble en las futuras generaciones. Y así fue. La Opera de Sydney no sólo es un orgullo para Australia sino para la humanidad.
La tarea fue ardua. No existía una grúa en el mundo capaz de transportar tamañas cargas, hubo de construirse grúas especiales en Francia y llevarlas desarmadas a Sydney. Tampoco existían cerramientos de vidrios de gran superficie capaces de resistir los cambios de temperatura y brindar suficiente seguridad e insonorización, además de caer como cortinas de color topacio desde los arcos de hormigón.
Pero ciertamente fue la construcción de las enormes cáscaras de hormigón lo que causó mayores problemas. El diseño pasó por varios estadios: primero una geometría parabólica, con costillas simples de hormigón, luego con costillas dobles, luego una mezcla de parábolas y de arcos circulares, para llegar a una geometría elíptica, que finalmente se descartó gracias a una intuición genial de Utzon, que se expidió por casquetes esféricos con arcos de hormigón premoldeado in situ. Una evolución conceptual digna de haber sido estudiada por Piaget.
Después hubo que resolver el problema del recubrimiento con elementos de gran calidad y se diseñaron bellísimas tejas de cerámica blanca, ajustadas al milímetro con el auxilio de computadoras. Finalmente llegó el turno de la caja sonora de las dos grandes salas, una para la ópera, otra para los conciertos.
Todo se fue realizando sobre la marcha como quería Comenius, el gran pedagogo del siglo XVII: "aprender a construir construyendo". No había posibilidad de contar con un plan detallado a priori, teniendo en cuenta la enorme complejidad de la obra, que aún continúa pues se acaba de decidir la renovación integral de las salas. La historia de la Opera de Sydney merecería ser tenida en cuenta por los educadores de todas las latitudes. Es el himno de un pueblo a la audacia de la razón.
El autor es doctor en Medicina y en Psicología Experimental. Es consultor en educación y nuevas tecnologías
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