La ópera Bomarzo: auspicio y censura
Si bien la vida es breve, el arte sigue siendo largo
El 14 de abril de 1967, el Boletín Oficial publicaba el Decreto No. 1347, fechado el 2 de marzo, cuyos considerandos decían: "Que el estreno de la ópera Bomarzo, cuyo libreto pertenece al señor Manuel Mujica Láinez y su música al señor Alberto Ginastera, durante la temporada de la Sociedad de Ópera de Washington, constituye un importante acontecimiento para la cultura argentina; que resulta conveniente aprovechar esta ocasión para auspiciar el viaje de las personas citadas, cuya presencia en Washington (DC) dará mayor relieve a la representación precitada. Que es asimismo conveniente que ambos pronuncien conferencias sobre los aspectos literarios y musicales de su respectiva competencia, acrecentando de ese modo el propósito de resaltar las más altas manifestaciones de la cultura argentina. Que por último resulta oportuno asignar a las altas personalidades que representarán en el extranjero las posibilidades creadoras de nuestro pueblo, el rango diplomático que exteriorice el respaldo del Estado Nacional a las empresas culturales".
Todo ello fue debidamente cumplido con la intervención de nuestra Cancillería, cuyo titular era entonces el doctor Nicanor Costa Méndez, asignándoles a los autores el rango de Enviados Extraordinarios y Ministros Plenipotenciarios, con los respectivos pasaportes diplomáticos que los acreditaban en tal carácter.
Apenas trasladado desde la embajada en Sudáfrica a la nuestra ante la Casa Blanca, en Washington DC, para hacerme cargo de los temas de prensa y culturales, se me instruyó de inmediato que tomara contacto con el director de la Opera Society, Hobart Spalding para coordinar todas las tareas conjuntas de organización referentes al estreno mundial de Bomarzo, lo que me permitió también seguir de cerca la excelente tarea realizada por el escritor Mujica Láinez y el compositor Ginastera, no sólo durante los ensayos de la obra sino además la intensa labor de explicación de la obra en diversas instituciones oficiales y privadas; el escritor con su habitual soltura y gracia teatral, y el compositor, con su conocido y serio rigor académico, lo cual daba a la dupla un complementario especial encanto.
El estreno mundial
Finalmente, el 19 de mayo de 1967 se produjo el esperado estreno mundial de Bomarzo en el Lisner Auditorium de la capital de los Estados Unidos, una ciudad, todavía bastante provinciana en esos años, para la que un estreno de semejante nivel constituía un hecho cultural insólito. Téngase en cuenta también que si bien el Lisner era –comparado con el Colón- un modesto ámbito para semejante evento, era lo mejor que tenía la ciudad y todavía no existía el Kennedy Center.
Al término de la función, el público aplaudió de pie y con entusiasmo durante casi diez minutos. Los corresponsales de nuestra revista Panorama y de la agencia United Press destacaron especialmente la presencia de Hubert Humphrey, vicepresidente de los Estados Unidos; de Eugene Rostow, subsecretario de Estado y de otros ya importantes personajes en ese tiempo, como Ted Kennedy, Arthur Schlesinger, James Symington, jefe de ceremonial de la Casa Blanca y de tantos otros que luego participaron también de la extraordinaria recepción que se brindó en la embajada de nuestro país, a la que concurrieron profesores y autoridades de varias universidades locales, diplomáticos extranjeros, funcionarios de la OEA, argentinos residentes e invitados que llegaron desde Buenos Aires, como Jeannette Arata de Erize y Leonor Hirsch de Caraballo, los críticos Jorge D’Urbano y Emilio Gimenez, el pianista Alcides Lanza, el pintor Honorio Morales, la pintora Silvia de Toro, sobrina de Ginastera...Una lista interminable en la que no faltaron los integrantes del elenco encabezados por Tito Capobianco, autor del verdadero lujo visual de la obra, y el famoso Julius Rudel, que ya había dirigido en el New York City Opera el estreno estadounidense de Don Rodrigo, otra ópera de Alberto Ginastera, cantada en su juventud, y grabada fragmentariamente por el tenor Plácido Domingo. En fin, la larga lista de invitados llegó a un número aproximado de trescientos, que cubrieron los salones de la embajada estupendamente decorados a la manera de Bomarzo, incluidos sus monstruos.
El otro hecho insólito, para una ciudad poco nocturna como Washington en aquellos años, fue que la recepción se prolongara hasta las tres de la mañana.
Fue a esa hora que le pedí a Mujica Láinez que me dejara un recuerdo de esa noche sobre el vidrio de un ventanal de mi oficina, pintado de un leve gris -para que no se viera una medianera poco estética- cosa que hizo de inmediato mediante un marcador verde que le facilitara, y con el que dibujó unas flores de Bomarzo. También le pedí al maestro Ginastera que en el mismo lugar agregara las primeras notas de la partitura "Yo soy Bomarzo..." sobre un pentagrama, lo que recién hizo, tal como me lo prometiera, al día siguiente a las diez de la mañana, porque con su habitual rigor, quería copiar exactamente esas líneas del canto, tal como figuraban en la partitura original. Ese recuerdo perduró algunos años hasta que durante los tiempos de nuestra última dictadura militar, una nueva forma de censura, lo hizo desaparecer.
La censura y sus artífices
El éxito de la obra fue total y así la consagró la prensa norteamericana y la nuestra, pero mucha más notoriedad internacional se la otorgó su posterior censura, sancionada paradójicamente por el mismo gobierno que la había propiciado y respaldado enfáticamente. Al parecer, ciertas descripciones periodísticas que se referían a una constante referencia a lo sexual y a la violencia en sus más variadas posibilidades, alertaron la delicada sensibilidad moral del general Juan Carlos Onganía, quien le hizo saber a su amigo, el Intendente Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, Eugenio Schettini, que si no sacaba Bomarzo del programa de ese año para el Colón, le cerraba el teatro.
Así las cosas, el 14 de julio de 1967, el gobierno municipal firmó el decreto 8276, por el cual se excluía a la ópera Bomarzo del repertorio que sería presentado en el Teatro Colón durante dicha temporada. Los considerandos del decreto señalaban que a las autoridades del Municipio les correspondía adoptar las medidas necesarias para el resguardo de la moralidad pública.
Por supuesto, después de transcurridos 45 años, nadie recuerda ya a los artífices de la censura, en cambio, Bomarzo, y toda la obra de Mujica Láinez y la de Ginastera, siguen ganando públicos en nuestro país y en el mundo entero, y la música de Ginastera lo ha convertido –junto a Astor Piazzolla, que fuera su discípulo- en el compositor argentino más difundido en Europa, Estados Unidos, en nuestro continente y ahora también en Japón, porque si bien la vida es breve, el arte sigue siendo largo.