El crimen de un estanciero propició la creación del Parque Nacional El Impenetrable, que impulsa el trabajo local y la recuperación de fauna autóctona
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PARAJE LA ARMONIA, CHACO.- El asesinato todavía se recuerda en este paraje en pleno monte del Impenetrable chaqueño, aunque cada poblador fue elaborando su propia versión de los hechos, muy bien mitificada por el paso de los años y el cimbronazo que significó.
La violenta muerte de Manuel Roseo, en 2011, fue el inesperado desencadenante de un cambio radical en la zona, una bocanada de futuro en una región de difícil acceso, a casi 400 kilómetros de Resistencia. Roseo era el dueño de la estancia La Fidelidad, de 128.000 hectáreas del lado chaqueño y otras tantas en Formosa, atravesadas por el río Bermejo, que le daba trabajo a muchos pobladores de la comunidad, en un espacio de gran biodiversidad de ambientes, pero que estaba perdiendo animales como el yaguareté y el venado de los pantanos, que solían vivir en estas tierras por la caza indiscriminada.
La historia oficial dice que Roseo, un italiano que junto con su hermano había comprado varios años atrás la estancia, no quería vender sus tierras, aunque tenía muchas ofertas. Lo estafaron inventando un boleto de compraventa fraudulento y lo torturan hasta darle muerte simulando un robo, en su casa de Castelli, poblado dónde vivía, a 60 km de la estancia. Querían, como sea, apropiarse de esas tierras con montes altos de quebrachos, algarrobales, bosques ribereños en galería, palmares, cardonales, pastizales y hasta uno de los últimos humedales de la región. Y también una gran diversidad de fauna. Roseo había formado pareja con su cuñada Nélida Bartolomé, luego de la muerte de su hermano Luis, a quien también mataron.
La truculenta historia incluye dos hijos no reconocidos legalmente por Roseo, pero que todos en la zona conocían, que luego reclamaron las tierras que habían sido expropiadas por el gobierno provincial y un sinfín de intrigas policiales hasta que dieron con los tres asesinos. Uno de ellos Luis Raúl Menocchio, un viejo conocido de Manuel, que hacía tiempo quería comprarle la estancia.
El sector de La Fidelidad del lado chaqueño, luego que las tierras fueron tomadas por el estado (todavía sigue el proceso de indemnización a la herederos), se convirtió en 2014 en el Parque Nacional El Impenetrable, una de las áreas protegidas más nuevas del país, que atesora la riqueza del monte chaqueño, de vegetación tupida y espinosa. Y todo, muy lentamente, como si hubiera sido tocado por una varita mágica, empezó a cambiar en la zona.
El paraje rural La Armonía, donde no viven más de 10 familias dispersas entre caminos arcillosos y ganado que pasta libremente, quedó estratégicamente ubicado en el ingreso formal al nuevo parque nacional.
Con la apertura del parque y la llegada de viajeros que se animan a desafiar a una región a la que solo se llega en vehículos doble tracción, surgieron nuevos recursos para los habitantes, que antes inexorablemente se veían obligados a emigrar en busca de oportunidades laborables.
Mucho no podían pretender de un paraje dónde todavía hoy no hay tendido de luz eléctrica, (muchos vecinos tienen paneles solares), tampoco red de agua potable, gas natural ni señal de celular. Cuando llueve se hace intransitable el camino de tierra hasta Miraflores, el poblado más cercano y se suspenden las clases, pero todos aprovechan para juntar agua de lluvia en los techos de las casas para el consumo, en muchos casos la única fuente de agua potable.
“Antes pensábamos que no teníamos nada y ahora nos damos cuenta que lo tenemos todo. Esto es pura naturaleza”, reflexiona César Luna, un joven de 28 años que volvió a su tierra
“Antes pensábamos que no teníamos nada y ahora nos damos cuenta que lo tenemos todo. Esto es pura naturaleza”, reflexiona César Luna, un joven de 28 años que volvió a su tierra luego de trabajar varios años con caballos de polo en una estancia de Pilar. Es uno de los que eligen quedarse y apostar por un futuro mejor. César hizo varias capacitaciones destinadas a los pobladores de la región y ahora es guía de salidas de kayak por el río Bermejito, un curso de aguas tranquilas color leche chocolatada, que baña las costas del parque nacional. Además sabe de flora autóctona, aves y plantas medicinales.
“De a poco empezamos a ver lo que teníamos alrededor, a utilizar productos que habían quedado olvidados, cómo la algarroba, por ejemplo, con la que se hace harina para diferentes postres y hasta bebidas”.
Así como César comenzó a trabajar como guía, otros lugareños de parajes cercanos se sumaron a una red de emprendedores locales, que ofrecen gastronomía y artesanías. Incorporaron a su vida una visión comercial, que no tenían, que no esperaban.
Desde el año pasado, cuando se inauguraron las carpas El Bermejito, una especie de glamping a pasos del ingreso al parque nacional, llevado adelante por la Asociación de Vecinos de La Armonía, aumentó la llegada de visitantes. Las tres carpas con vista al río, camas, baño con agua caliente, electricidad y desayuno son la única opción de alojamiento en La Armonía. Y si lo viajeros duermen en la zona y visitan el parque un par de días, también tienen que comer.
Zulma Argañaraz siempre tiene la mesa lista, al aire libre, en una especie de glorieta de su casa, alumbrada apenas por un farol, porque no siempre funcionan las baterías de los paneles solares. Las pocas opciones gastronómicas son en casas de familia. Ella es una de las nuevas cocineras, que apuestan por el turismo para generar ingresos. “Con el parque vinieron otras oportunidades –cuenta mientras sirve un guiso de chivito–. Yo antes me dedicaba a mi casa, pero me pedían comida y empecé a cocinar. Ahora aprendí varias recetas con Alina Ruiz, una chef de Castelli e incorporé otros ingredientes, como verduras, que casi no se utilizaban”, explica.
María Elena Mercado se encarga de recibir a los visitantes en el glamping, aunque aclara que prefiere llamarlas carpas, porque le faltan algunos servicios, como calefacción y aire acondicionado para llegar a esa categoría, coordina las comidas y paseos y vende las artesanías que se realizan en la zona. “Me sorprende que haya tantos jóvenes que quieran quedarse acá, antes no solía pasar, aprovechan las capacitaciones para hacer algo diferente y poder trabajar en su tierra, antes no les quedaba otra que irse”, cuenta.
Así como hay varias mujeres que se volcaron a la cocina, también son varios los pobladores que revivieron artesanías tradicionales. Como Leoncia Moreno que hace tejidos. Ella esquila sus ovejas, ovilla la lana y teje en telar mantas, ponchos y alfombras. Incorporó pigmentos que dan las plantas del monte para teñir la lana.
Juan Garay, albañil de profesión, modela figuras de arcilla, que saca de la orilla del río y hornea en el horno de barro de su campo y Cándido y Jesús Molina (padre e hijo) tallan tablas, animales y cucharas con maderas de árboles caídos en la zona. Son sólo algunos de los muchos que comenzaron a ver a su tierra con otros ojos.
Qaramtá, el rey del monte
La Fundación Rewilding Argentina es como un hada madrina del Impenetrable: se esfuerza por capacitar a los lugareños para recibir turistas, de concientizar sobre la importancia de la preservación y también de restaurar el ecosistema originario que ahora protege el parque nacional. El principal objetivo es que la fauna ecológicamente extinta en la zona vuelva, tarea para nada sencilla, cuando se habla por ejemplo del yaguareté. En un sector del parque, de acceso restringido a los visitantes, la fundación tiene su Estación de Campo, donde varios biólogos viven en carpas soportando el calor asfixiante del verano, la permanente invasión de mosquitos y el frío en las noches invernales, pero empeñados en que los animales que el hombre fue exterminando, vuelvan a habitar estar región.
Según explican, hay registros de 1889 donde exploradores vieron 27 yaguaretés en 3 días. Ahora solo hay uno. El ciervo de los pantanos se extinguió en la zona hace 100 años, era uno de las presas favoritas para la caza. Ahora, dos ejemplares, están en proceso de adaptación y pronto llegarán 60 ejemplares más traídos de Iberá. Y ya llegaron 40 tortugas yabotí de Paraguay, extintas hace años, que pronto se reinsertarán en el parque.
El yaguareté que bautizaron Qaramtá, un macho de 114 kilos, es el símbolo de esa recuperación. En este caso, apareció de casualidad hace tres años, quizás en un largo viaje desde el Norte. Solo veían sus huellas, pero nunca a él, hasta que pusieron cámaras trampa para rastrearlo y más adelante lo capturaron para ponerle un collar con GPS. El proyecto del yaguareté era el último, luego de hacer un registro de las especies del parque y de reintroducción de otros animales, como los ciervos de los pantanos y las tortugas yabotí, pero la inesperada llegada de Qaramtá adelantó los planes. Para anclarlo al lugar, trajeron a una hembra y luego a Tania, una yagureté de Iberá (donde también trabaja Rewilding) que había nacido en cautiverio, para intentar cruzarlos. Así comenzaron las periódicas vistas de Qaramtá a Tania, por medio de una reja, donde jugaban y se hacían mimos.
Hasta que lograron un encuentro y Tania quedó preñada. Nacieron Nalá y Takajám, que primero estuvieron con su madre que les enseñó a cazar, porque ese instinto no lo pierden y ahora con un año y medio de vida están en un recinto de presuelta, esperando alcanzar la adultez y ser liberados en el parque. Nunca tuvieron contacto con humanos, esa es la clave para poder asegurarles una vida en libertad, segura para ellos y para el hombre.
“Les damos presas vivas, les soltamos animales, como yacaré, tapir, oso hormiguero, carpincho y ellos se encargan de cazarlo y comerlo, nunca nos vieron, no podemos tener contacto con ellos para asegurarnos que se críen de manera silvestre”, cuenta Débora Abregu, la única mujer del campamento integrado por cinco personas. Esta bióloga cordobesa, que en plena pandemia tomó la decisión de dejar un doctorado sobre arañas para instalarse en el Impenetrable, asegura que fue la mejor decisión de su vida, que no cambia nada por estar rodeada de tanta la naturaleza.
Mientras Tania esperaba sus cachorros, trajeron a Isis, para seguir reteniendo a Qaramtá, pero con ella no se pudo cruzar: “Está muy improntada por el hombre, se crió como animal doméstico, dormía en la cama con su dueño, por eso no se la puede reinsertar, porque sería muy peligroso si se encontrara con un humano”, explica Débora.
“Además de este proyecto de suplementación del yaguareté en el parque, de que se logre una población sustentable en el tiempo, es importante que los pobladores los dejen de ver como una amenaza. Tienen que generar un nuevo vínculo, por eso hay que concientizarlos que el mejor recurso es que estén vivos y evitar la caza. Que sepan que un animal vivo también genera ganancias. Traemos a los vecinos y les mostramos cómo trabajamos con ellos y qué hay que hacer si uno se topa con un yagureté, que por lo general se va a escapar”, agrega.
Ver a Qaramtá en un recorrido por el parque es como acertar un pleno: todos saben que está, pero nadie lo ve, más allá de los encuentros registrados por las cámaras. Es un animal solitario que recorre grandes extensiones por día, que deja sus presas a medio comer y que acude ante el llamado de una hembra.
Se podría tener más suerte con tapires, carpinchos, osos hormigueros y mulitas. Aunque el monte del parque nacional, cerrado, tupido, al que solo se puede acceder en vehículos para recorrer los 34 km hasta el río Bermejo, donde se acaba de inaugurar un camping y un restaurante, decide qué deja ver y qué esconde.