La obsesión por impartir lecciones desde un pedestal moral
Critiqué al Gobierno en relación con el Covid, y el Gobierno respondió. El canciller, para ser precisos. ¿Será porque soy extranjero? En la medida en que puede ser extranjero un italiano en la Argentina, o un argentino en Italia. Le estoy agradecido, aun si me ha maltratado. Se lo notó muy molesto. Será que le he tocado un nervio.
La polémica personal no interesa a nadie; el Covid, a todos
La polémica personal no interesa a nadie; el Covid, a todos. Al respecto, hago presente que seré aún más crítico. Pero primero una aclaración: el canciller me llama terraplanista. Es un viejo truco, el espectro de Apold flotando: desacreditar al adversario. Lástima que no soy Miguel Bosé, no marcho contra los barbijos, no niego la oportunidad de la cuarentena. Contra los negacionistas escribí palabras duras. Como todo el mundo debería, tengo dudas sobre la mejor forma de afrontar la pandemia. Pero la viví de cerca, no la subestimo en absoluto.
En mi artículo escribí que en la Argentina "algo ha salido mal" con el Covid, que "la cuarentena ha resultado ser un escudo de hojalata" y que "es difícil no deducir que no se aprovechó el tiempo ganado con el cierre anticipado". Dada la obsesión del Gobierno por subirse a un pedestal moral desde el cual impartir lecciones, también agregué: "La lucha contra el Covid no es un concurso de premios, nadie será el ganador y todos necesitaremos a todos". ¿Cómo me responde el canciller? Presumiendo de éxitos: "Según la Universidad Johns Hopkins, la Argentina padeció 170 muertes por cada millón de habitantes". Se fía tan poco de las estadísticas de su gobierno que se escuda en la Universidad Hopkins. Pero la Hopkins no hace más que recoger los datos de los sistemas nacionales de salud, o sea ¡de los gobiernos! Por eso hay varios datos que son ridículos.
La idea de que alguien tome al pie de la letra esas estadísticas sobre el Covid y las use como bandera es un poco penosa. En mi país, hasta las piedras saben –y prestigiosos institutos de investigación lo han demostrado– que esos números son aproximados. Aun si fotografiaran la realidad, por otro lado, tendría cuidado: el héroe de hoy es a menudo el villano del mañana; ¿es posible que las autoridades argentinas todavía no se hayan enterado? Si los tomáramos en serio, en Rusia, la India o Bangladesh descorcharían champán: tienen tasas de mortalidad mucho más bajas que las de la Argentina. Lo cierto es que, especialmente al comienzo de la pandemia, en Europa y en Asia se infectaron y murieron de Covid muchas más personas de las que dicen las estadísticas. ¿En la Argentina?
El motivo de la subestimación es que se realizaban pocas pruebas. He tenido amigos enfermos, conocidos muertos que nadie testeó. Algunos virólogos decían que las pruebas son inútiles. Se arrepintieron. Desde entonces, entre muchas opiniones encontradas, un consenso ha madurado en el mundo: testear, testear, testear. No es suficiente, pero es necesario. Sin pruebas masivas, el virus no se identifica a tiempo y es más difícil curarlo; los contactos de los infectados, especialmente los asintomáticos, no se rastrean ni aíslan; la pandemia no se contiene. Por eso las pruebas han aumentado tanto en todas partes. Junto a los efectos de la cuarentena, esto frenó o depotenció el virus. ¿Está volviendo a levantar cabeza? ¿Habrá nuevos cierres? No lo sé. Pero gracias a las pruebas estamos mejor equipados que antes.
¿Y la Argentina? Tuvo el diario del lunes, habrá tomado las medidas necesarias. Para nada. Después de seis meses, la cantidad de pruebas es ridícula; el porcentaje de positivos, altísimo: para la OMS no debería superar el 10%, en muchos países está entre el 1% y el 5%, y en la Argentina no baja del 40%. ¿Qué significa eso? Simple: que los infectados son muchos más de los declarados. ¿Los muertos también? Es probable. El virus está fuera de control y, estando fuera de control, solo queda imponer más cuarentena, que la población soporta cada vez menos, lo que la hace ineficaz. Un círculo infernal, un túnel sin salida. Pero en lugar de hacer más pruebas hoy, el Gobierno anuncia que fabricará la vacuna mañana. Todo el mundo está trabajando en la vacuna; la misma que producirá la Argentina también se fabricará en Europa. Pero ningún gobierno lo anunció con el estrépito con que lo hizo el gobierno argentino. Sonó un poco bananero, para mi gusto.
¿Ineptitud? ¿Mala fe? Una cosa no quita la otra. Pero es inevitable preguntarse: ¿al gobierno argentino le importan más las vidas o los números? ¿Las estadísticas para exhibir o los seres humanos de carne y hueso? ¿El relato o la realidad? ¡Si el ministro supiera cuán fuera de lugar está su ironía sobre el "populismo"! Manipular números es un antiguo arte populista; el cinismo sobre las pruebas es hijo de la misma cultura que se apoderó del Indec. ¿De qué sorprenderse? ¿Acaso no se le cambió el nombre a la cuarentena?
Si el Gobierno realmente se preocupa tanto por compararse con otros países, podría hacerlo de otra manera. Por ejemplo: todo el mundo afectado por el Covid está debatiendo cómo reabrir las escuelas y volver al trabajo; estos son los temas que más importan a los ciudadanos. ¿O no? Pero en la Argentina, la prioridad, en medio de la pandemia, es reformar la "Justicia", es decir, someterla. ¿Será normal?
Una última cosa, más ligera (incluso las cosas más dramáticas tienen un lado cómico). El canciller enumera los extranjeros "buenos": Potash, Rouquié, Gillespie, James, Page. A su lado, yo soy un paria. Me hizo acordar al primer canciller de Evo Morales. Al asumir, declaró no haber leído libros durante años para evitar la influencia del "pensamiento occidental". Atado como Ulises al mástil para no sucumbir al canto de las sirenas, ¡debía de tener muy poca fe en sus creencias! Como los libros de esos distinguidos profesores tienen treinta o cuarenta años, me temo que el canciller siga los pasos de su colega boliviano. Lástima, yo estaría feliz si leyera uno de los míos. No le haría daño.
Ensayista y profesor de Historia de la Universidad de Bolonia