La observación como arma de resistencia: Germaine Tillion
Etnóloga francesa, miembro activo de la resistencia contra los nazis, descubrió que sólo la capacidad de comprensión de su ciencia y el humor podían ayudarla a atravesar la experiencia del campo de concentración
París.- ¿Les gustaría saber adónde nos llevan?", preguntó la petisita risueña al grupo de mujeres sucias, hambreadas y temblorosas que la rodeaban en el vagón del tren. "Preguntémosles a ellos, ¡son tan sentimentales los SS, tan humanos, tan soñadores! ¡Verdaderos poetas!" Una gran carcajada fue la respuesta. La escena tenía lugar en 1943, mientras el tren de deportados, por una vez no de ganado sino, en apariencia, de simples pasajeros, pero repleto de un cargamento humano sudado y oloroso que se hacinaba en los pasillos, arrancaba ruidosamente de la Gare de l’Est. Una escena cargada de sentido, que a la propia Germaine –la petisita– le permitió captar en un chispazo los dos pilares sobre los que se apoyaría en adelante su labor de resistente: la información y… la risa. Etnóloga de formación y aguerrida por naturaleza, la discípula de Marcel Mauss se dio cuenta enseguida de que sólo ejerciendo su oficio de investigadora en ese nuevo escenario que le había tocado en suerte, comunicando a sus compañeras el resultado de sus observaciones, y haciéndolo con gracia, conseguiría sobreponerse al espanto de cada día.
Hasta ese momento, Germaine Tillion había desarrollado su labor académica en Argelia, estudiando a una tribu berberisca, los charaouis. Cuando en 1940 volvió a Francia con su tesis inconclusa, ignoraba que los nazis estuvieran allí. Fue enterarse y entrar en la Resistencia junto con su madre, en el grupo de trabajo del Museo del Hombre. Una de sus compañeras del campo de concentración diría más tarde: "Así llamábamos por entonces a lo que habíamos emprendido: trabajar. La palabra resistencia no se había inventado aún". En todo caso, para los alemanes, la distinción lingüística contaba poco. Considerados en conjunto como "inferiores", en aquel vagón de incierto destino se mezclaban judíos, "asociales", soldados del Ejército Rojo, gitanos, homosexuales, resistentes, o como quiera llamárselos, junto a una mujercita minúscula que durante los dos años de su encierro se dedicaría a tomarlos a ellos, sus guardianes, como objeto de estudio.
Ravensbrück. Cuando el tren se detuvo en ese sitio perdido en medio del invierno, es dudoso que Germaine haya sabido con precisión lo que representaba. Ya había estado presa, un año antes, en cárceles del régimen de Vichy. Pero al principio de la guerra, los mismos resistentes ignoraban lo que pasaba tras los alambrados de los campos nazis. Sin embargo no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que los alemanes realizaban, también allí, aunque menos que en Auschwitz, experiencias médicas con chicas jóvenes. Lo que sí comprobó fue que el amontonamiento, digno de la condición animal atribuida a los presos, así como la hambruna y la roña de Ravensbrück no habían impedido que los detenidos franceses celebraran algunas fechas como el 14 de Julio y la Navidad. Germaine tomó nota de esa necesidad humana –festejar algo para sentirnos vivos- y comenzó a escribir.
Complicidad escrita
Para poder hacerlo se escondía. Vivía en el bloc n° 15 y sus compañeras vigilaban para que los guardias no la encontraran de cuclillas detrás de un cartón, desoyendo la llamada al trabajo, rehuyendo las tareas agotadoras que no le hubieran permitido conservar sus fuerzas (también eso era un acto de resistencia). Todas se ingeniaban para robar un trozo de papel, un lapicito, y llegaban a hurtadillas con el tesoro. Es que el tesoro era ella, la mujer lúcida y graciosa que ideaba recetas de cocina en apariencia anodinas, aunque sarcásticas, cuando en realidad se trataba de graves denuncias pensadas para el momento de la liberación. ¿Acaso un soldado nazi, de encontrarlas, hubiera imaginado, por agudo que fuera, que la primera letra de cada receta designaba a un oficial del campo, y que cuando Germaine ponía "batir bien fuerte los huevos" (battre, en francés, también significa "pegar") estaba indicando por su nombre al hombre que les pegaba a ellas, las prisioneras? A sus compañeras, participar de la aventura las hacía sentirse depositarias de un secreto importante, y a la vez, cosa tan necesaria, reírse juntas.
Detrás de la diversión estaba siempre la transmisión del saber. Conocer y evaluar el objetivo final de los alemanes era mejor que sufrir la humillación de la víctima que no comprende nada. Ellas lo preferían así: entre la inercia del vencido y el dolor claro y vivificante del que ha logrado discernir, descifrar, atar cabos, no podían dudar. Germaine analizaba el funcionamiento del campo, en especial su economía, descubriendo hasta qué punto Himmler sacaba cuantiosos beneficios de esa suerte de fábrica tan bien organizada pero no tan perfecta como para que una etnóloga resuelta a penetrar sus vericuetos no descubriera las fallas, las grietas. Del mismo modo desmenuzaba la lengua nazi opaca y mentirosa, y daba conferencias en que explicaba a las otras, en un estilo sobrio y despojado, nunca patético, el significado profundo de lo que estaban viviendo, y su razón. "Cuando ellos dicen ‘transporte negro’, la traducción exacta es ‘va a la cámara de gas’. Comprender lo que nos aplasta es dominarlo", les decía.
No trabajaba sola, prefería asociarlas al acto de crear. Así, cuando comenzó a escribir su opereta La Verfügbar en el infierno, utilizaba fábulas conocidas, de La Fontaine, que todas se sabían de memoria, o melodías de Offenbach, de modo que si faltaba un verso o una nota, sus compañeras pudieran sentir que la ayudaban. El personaje central de la obra era un naturalista que también daba conferencias, peroratas supuestamente científicas que mostraban a las prisioneras como criaturas inmundas, flacas, feas, rapadas, y describía sus comportamientos y orígenes familiares con precisión de entomólogo.
En el momento culminante de la opereta, la autora y directora de esta verdadera obra de agit pro, teatro del absurdo que utilizaba el humor negro como un modo de elevar a la conciencia lo que hasta entonces había sido puro sufrimiento, les pregunta a sus compañeras: "¿Dónde almorzamos hoy?". Van en auto y las francesitas golosas, o que de golpe recuerdan haberlo sido, evocan los buenos platos, las grandes mesas de Francia, los vinos, los quesos, los restaurantes más prestigiosos de Toulouse o Lyon donde era indispensable ir a comer, antes, en un tiempo pasado de pronto revivido. Lejos de deprimirlas por contraste con sus sopas infectas, la evocación les devolvía la dignidad, el sentimiento de pertenecer a un país exquisito. No, no se trataba de sobrevivir entonando himnos religiosos, sino cantos alegres y sensuales, invocaciones a la vida que desde la noche oscura donde estaban hundidas rozaban, casi, la espiritualidad.
Una carta enviada por Tillion al tribunal nazi que había ordenado su detención la pinta por entero. Su madre, también presa, ha muerto en Ravensbrück, el manuscrito de su tesis sobre la tribu berberisca se ha perdido, y ella escribe: "Me arrestaron porque estaba en una zona de detención. Como yo ignoraba el motivo, me sometieron a interrogatorios tendientes a estimular mi fantasía".
¿Invulnerable? Sí, pero también humana. Liberada en 1945 junto con una inmensa población de fantasmas que emergían de los campos, una Germaine súbitamente frágil le confió a una de sus compañeras: "Me he encargado demasiado de las otras, ahora tendría que pensar en mí". Es una debilidad de corta duración. Sin embargo, cuando poco después vuelve a Argelia a continuar su estudio sobre los chaouiras, algo en ella ha cambiado. Ahora no los ve de la misma manera. A partir de ese instante las ciencias humanas se le aparecen como una interacción entre los hechos objetivos y la subjetividad del investigador.
Resulta casi imposible enumerar la lista impresionante de sus trabajos, de sus libros, varios de ellos sobre la guerra de Argelia, donde denuncia la represión y la tortura practicada por sus propios compatriotas con la misma precisión con que lo ha hecho en Ravensbrück (un tema al que regresa en uno de sus últimas obras, en 1973). Nueva consecuencia de su experiencia en el campo, en determinado momento de la guerra Germaine renuncia a todo proyecto político para dedicarse a proteger a los argelinos amenazados. Muchos escapan de la cárcel gracias a ella.
Germaine murió en 2008. El 27 de mayo de 2015, sus restos fueron depositados en el Panteón de París, gloriosa tumba de los "grandes hombres de Francia" que el presidente François Hollande se ha propuesto atinadamente feminizar. Mientras la policía de guante blanco bloqueaba el Boulevard Saint-Michel al paso del cortejo, la nueva "panteonizada" no iba sola: en el ataúd de al lado la acompañaba Geneviève de Gaulle-Anthonioz, otra compañera del bloc n° 15 que en una carta a Germaine había escrito: "Lo que entonces nos comunicaste fue el conocimiento del campo de concentración. Pudimos luchar porque pudimos comprender. Qué suerte haber atravesado el mal junto a vos".
Biografía
Nació en Francia en 1907. Etnóloga, fue discípula de Marcel Mauss e inició sus investigaciones en una tribu berberisca en Argelia.
Prisionera entre 1943 y 1945 en Ravensbrück, hasta su muerte, en 2008, se dedicó a analizar el horror nazi y fue la primera en denunciar el uso de la tortura por parte de Francia en Argelia.
Deportada al campo de Ravensbrück, se dedicó a registrar sus observaciones con ojo científico, escribió una opereta burlándose de los nazis y, una vez liberada, se dedicó a la denuncia de ese horror.Deportada al campo de Ravensbrück, se dedicó a registrar sus observaciones con ojo científico, escribió una opereta burlándose de los nazis y, una vez liberada, se dedicó a la denuncia de ese horror.