La nueva resistencia de los parisinos
Ala mañana siguiente de los atentados, mi nieta me mandó desde París esta plegaria de Voltaire: "Me dirijo a ti, Dios de todos los seres. Haz que todos esos pequeños matices que distinguen a los átomos llamados hombres no sean señales de odio y de persecución; que los que cubren su vestido con una tela blanca diciendo que es así como se debe amarte no detesten a los que dicen lo mismo bajo un manto de lana negra". Eran las palabras justas en medio del silencio que sobreviene cuando los ecos de la explosión comienzan a atenuarse, y cuando uno se queda sin nada que decir. Llamar "pequeñas" a nuestras diferencias me sonó aun más atinado por el contraste con aquellas otras palabras que iríamos a oír, que ya conocíamos antes de haberlas oído, previsibles como el cucú. Envejecer aburre por esa sensación de haber escuchado todos los discursos y hasta de conocer el final de todas las novelas, en especial de las peores.
Porque no sería Marine Le Pen la única en afirmar que, además de ser "bacterias contaminantes", los migrantes clandestinos son terroristas. Inútil que el filósofo se remueva en su tumba, pensé, tratando de argumentar "pero Marine, ¿a vos te parece que el sirio indocumentado que carga a la abuela en la carretilla y al nene en brazos es capaz de amontonar explosivos en su patera, y de mantenerlos secos? ¿Cómo no te das cuenta de que los verdaderos terroristas son muchachos oriundos de un suburbio francés o inglés, bien comidos, provistos de pasaportes en regla y cargados, ellos sí, de armas ultramodernas; armas que Daesh se paga, entre otras cosas, mandando a los dueños de las pateras a esquilmar a los migrantes sacándoles sumas exorbitantes para pagarse el viaje, de modo que, sin comerla ni beberla -más lo segundo que lo primero en caso de terminar ahogados-, cada uno de éstos contribuye a solventar a ese mismo Estado Islámico del que se está escapando?".
No sería sólo Marine, querido Voltaire. También sabíamos lo que dirían otros filósofos menos modernos. Me refiero a los llamados "intelectuales de derecha", Alain Finkelkraut o Michel Onfray (me niego a considerar intelectual a ese lorito mediático llamado Éric Zemmour), que de derecha siempre fueron, y con todo derecho, pero que han lepenizado su discurso volviéndolo friolento y celoso, perorando sobre la identidad nacional, el Estado étnico y las raíces blancas y cristianas de Francia. Unas raíces históricamente comprobables -dentro de lo relativo de esa Historia que siempre ha introducido mezclas o "bacterias" donde uno menos se lo espera-, pero que hoy se ven poco: los muertos y los heridos del Bataclan, del bar Le Carillon, de la pizzería La Casa Nostra o del restaurancito camboyano formaban parte de la población normal de París, de Londres, de Bruselas o de Berlín, un mundo que exhibe los más diversos colores, salvo ese que lo aúna, el de la sangre.
Y ya que nuestro filósofo ha hablado del suburbio, deslicemos alguna palabrita sobre las dos actitudes que éste despierta, la demonización y la victimización. A ojos de Le Pen, y de su descendencia por vía directa a indirecta (entre la que se cuenta un Sarkozy cada vez más tentado de ganar votos dando miedo al modo lepenista), esas lejanas y misteriosos banlieues representan el sitio mismo de la identidad nacional amenazada y de la patria violada; mientras que para cierta izquierda que carga con la culpa colonialista sobre su corazón (el eslogan es: "ellos están aquí porque nosotros estuvimos allá"), el suburbio simboliza el territorio donde se manifiestan las faltas de Occidente.
Inmensas faltas, nada más cierto: si el colonialismo no hubiera existido, tampoco esa población multicolor llenaría las calles. Sin embargo la realidad suele ser matizada. Sólo el odio visceral o su contrapartida culposa, bastante más teórica, impiden advertir que la criminalidad y la radicalización suburbanas están lejos de abarcar el panorama completo. No hay oficina francesa, no hay consultorio médico o dental donde una hermosa secretaria de origen senegalés o una pimpante médica, una enfermera de origen marroquí no rompan los esquemas simplistas con su sola presencia. Quién les ha permitido llegar allí, sino esa misma Francia tildada de racista y xenófoba, a menudo con razón, y quiénes han tomado su vida en sus manos sino ellas mismas. Es que la inmigración suscita dos actitudes: el coraje de salir adelante contra viento y marea, y la debilidad de vivir lamiéndose unas heridas reales (aunque cicatrizables, como lo prueba esa pujante clase media estudiosa y trabajadora de origen inmigrante), en cuyo extremo se sitúa la kalachnikov. Recomiendo leer Inmigrantes, de mi amigo Daniel Muchnik, un libro que resume las posiciones de prestigiosos políticos argentinos de principios del siglo XX frente a la inmigración, considerada subversiva y extraña al ser nacional, cuando no degenerada o, en el mejor de los casos, ridícula. Varias generaciones después quién se acuerda de que "los judíos traerán, según los prejuicios, la prostitución, los españoles e italianos el homicido y la criminalidad", y todos ellos la suciedad y el ruido.
"La diferencia está en la religión", contestarán los que ganan política y económicamente presentando lo que sucede como una guerra entre el Islam y Occidente. Es olvidar, ¿pero en serio lo olvidan?, que la palabra "musulmán" no significa gran cosa si no se aclara un poco de qué bando se trata, ¿chiita, sunita? Y es dejar de lado la evidencia de que esos millones de musulmanes que a los pobres europeos llegan a sacarles el pan de la boca huyen de otros musulmanes tan perseguidos como ellos, vale decir, como cualquier "infiel" de Oriente o de Occidente.
La realidad que por desgracia no admite matices es la del integrismo. Monolítico hasta el momento en que también él comience a resquebrajarse, y ojalá sea pronto y nos encuentre en vida, el integrismo detesta la felicidad. Si el ataque hubiera sido contra los símbolos de la Francia colonialista, habrían bombardeado el Louvre o la Tour Eiffel. Los asesinos de Charlie Hebdo atacaron otro símbolo, el de la libertad de expresión, y los del supermercado casher atacaron a los judíos, símbolos de sí mismos. ¿Pero cuál es el simbolismo de ese barrio cualquiera de Faidherbe Chaligny, que para mí es el Metro donde vivía mi amiga Leonor (es terrible ponerles caras a los lugares en que ha corrido sangre), barrio donde se come y se bebe sin despilfarrar fortunas, motivo por el cual la mayoría de los muertos fueron jóvenes? La libertad de vivir. Balear a chicas y a muchachos que asistían a un concierto de rock o que comían una pizza en la vereda es asesinar la amistad, quizás el amor, seguramente la mujer, en todo caso la vida. Uno de esos ataques de los que nadie se salva, ni el representante de la supuesta raza francesa ni ese pibe palestino que también se estaba tomando su copita.
El comunicado del Estado Islámico dice que el Bataclan era el escenario de una fiesta, como todo lo occidental, perversa. En la mañana del sábado también pensé que si Voltaire pudiera interrogar a los aspirantes al martirio lo mismo que a Marine, acaso les insinuaría con su risita irónica: "¿Y también piensan balear ese texto erótico y aun pornográfico titulado Las Mil y una Noches, en especial a Sheherezade, que además de linda se permitía ser inteligente?".
Pude pensar todo eso porque antes había llamado a París y había preguntado si estaban bien. Mi hija me contestó que sí, o que en todo caso estaban vivos lo cual ya era bastante. Inútilmente insistí: " ¿Y qué van a hacer?". "Trabajar, mandar al nene al colegio, ir al cine, salir a comer", me contestó. En ese momento me di cuenta de que la nueva Resistencia consistiría en seguir viviendo.
Escritora
lanacionar