La Novena sinfonía de Beethoven, una revolución humanista
Hoy se cumplen 199 años del estreno de la Sinfonía Nro. 9 en re menor, Opus 125. Si analizamos la historia desde un prisma lineal, podríamos decir que Ludwig van Beethoven tardó 7 años en escribirla: desde que fue encargada por la Sociedad Filarmónica de Londres en 1817 hasta su estreno en un día como hoy, 7 de mayo, pero de 1824.
Sin embargo, sería una simplificación suponer que una de las creaciones musicales más relevantes de la humanidad se gestó en 2555 días y por una sola persona. La Novena sinfonía fue un verdadero grito de libertad, igualdad y fraternidad. Fue la expresión de una revolución humanista que crecía en Occidente desde mediados del siglo XVIII. La Novena Sinfonía nació antes que la Novena sinfonía, y concluyó después de ella.
No busco quitarle mérito a Beethoven; por el contrario (muy por el contrario), fue él quien, con un talento inmensurable, una actitud rebelde, una ideología contraria al status quo reinante, y desde una introspección forzada por su irreversible pérdida de la audición, logró interpretar un clima de época que rompía con todos los esquemas establecidos. Fue Beethoven quien, desde su extraordinaria y genial virtud, tuvo plena conciencia del carácter colectivo de su obra. No es casualidad que una de las innovaciones musicales que introdujo haya sido un coro, un conjunto de voces que se transformó en un emblema universal de alegría y libertad.
Su sensibilidad para captar una época fue tal que no solo lo trascendió a él mismo y a su tiempo, sino también a la física. Como mencioné anteriormente, compuso atormentado por una sordera que comenzó de forma temprana y que no lo abandonó hasta su muerte. Ni siquiera pudo percatarse de los aplausos recibidos durante el estreno de la obra en el Kärntnertortheater de Viena. Uno de los ciento cincuenta músicos presentes (algunos historiadores aseguran que la contraalto austriaca Caroline Unger) fue quien lo invitó a girarse para agradecer a un público desbordado. La ovación fue tan sobresaliente para la época que, un comisionado tuvo que intervenir para interrumpirla a fin de no ofender las costumbres reales, dando por terminada no solo la función sino también la que fuera la última aparición pública del artista.
Ese último pequeño gran gesto ajeno de contención, de control social, de autoritarismo, es tal vez un símbolo que ayuda a entender la esencia de la obra. Hay que recordar que el clima de la época acompañó al compositor a nutrir parte importante de su composición de gran emotividad, alcanzando probablemente el punto más alto en la Novena sinfonía. Los valores de la ilustración, la independencia de los Estados Unidos y los vientos de cambios que anunció la Revolución Francesa, lo encontraron en un lugar abiertamente antimonárquico y abrazando los valores de un mundo que todavía no había llegado pero que supo anticipar.
Beethoven admiraba a Napoleón por liderar la Revolución Francesa, que representaba todo aquello en lo que Beethoven creía, los valores republicanos, los valores de la ilustración, la igualdad entre los hombres, la libertad y el humanismo. Tanto así que le dedicó su sinfonía Nro. 3. Sin embargo, al enterarse de la coronación de Napoleón como emperador de Francia en 1804, su decepción fue absoluta y arrancó la portada donde se leía “Sinfonía Bonaparte”, reemplazándola por “Heroica” en referencia al espíritu heroico de la revolución.
Esa voluntad revolucionaria de Beethoven sobre la sociedad de la época, que él también encarnó, aún con sus contradicciones, se expresaba nítidamente en los aspectos formales de la Novena que, a pesar de aparentar una estructura clásica de cuatro movimientos, muestra en todo momento audaces cambios rítmicos, una duración mucho más prolongada que lo habitual, la incorporación de instrumentos de percusión y el ya mencionado coro que interpreta la Oda a la Alegría de Friedrich Schiller.
Esa ruptura en defensa de la libertad creativa, y en busca de un escape a los dogmas y formalidades preestablecidas encarnó su profunda convicción sobre la necesidad de dar protagonismo a los sentimientos del hombre. Al hacerlo, generó un puente entre el clasicismo y el romanticismo que, a la vez, fue una invitación a que nuevos compositores tuvieran mayor libertad creativa y pudiesen desarrollar expresiones de mayor involucramiento emocional. La Novena fue el umbral entre la regla y la expresión y, en el fondo, la inauguración de una nueva forma de arte con alcance universal.
No en vano la obra fue declarada patrimonio cultural de la humanidad por Unesco y elegida como Himno de la Unión Europea. Hasta podríamos decir que el cuarto movimiento fue la cortina musical del siglo XX: durante la Segunda Guerra Mundial directores de ambos bandos la incorporaron con mucha frecuencia en sus repertorios, incluso sonó tanto en el cumpleaños de Hitler como en el anuncio de su muerte en la radio pública. Por parte de los aliados, Toscanini la interpretó frecuentemente desde su exilio en los Estados Unidos. Concluida la guerra, tanto la República Federal de Alemania (occidental) como la República Democrática Alemana (oriental) la utilizaron como sus himnos en los juegos olímpicos de 1956, 1960, 1964 y 1968.
Paradójicamente, a pesar de reafirmar valores de igualdad y libertad, varios gobiernos totalitarios la utilizaron para dotar de mística y emoción a ciertos momentos de su historia. El caso más emblemático tal vez sea el de Rodesia en 1974, que impuso un régimen de apartheid mientras hacía una adaptación para convertir a la Coral en su himno. También está el caso de la Unión Soviética que festejó la aprobación de su Constitución en 1936 con la ejecución del cuarto movimiento, que también sirvió para la celebración en 1959 de los 10 años del nacimiento de la República Popular China.
La vigencia y la interpelación que logró la Novena la hacen única. Fue la manifestación de un genio absoluto y la expresión de una época, de un cambio social, moral, económico y cultural. La partitura de la revolución de la igualdad, que tuvo la pretensión de “unir lo que el mundo había separado” y de que “todos los hombres se vuelvan hermanos”, tal como Schiller presagió. Una verdadera revelación que captó Beethoven, pero que fue y es de toda la humanidad. La Novena es un himno a la libertad, y hoy a 199 años de su estreno está más vigente que nunca.
Abogado. Autor de El Poder de la Educación y Presidente de la Fundación Becas Beethoven