La noche también pasará
¿Qué es asfixia? ¿Ahogo? ¿Es estrés o es una profunda tristeza al salir y estremecernos de encontrar vecinos devenidos marcianos con barbijos caminando por las calles del barrio? ¿Qué nos agobia y nos empuja al abismo? Posiblemente sea constatar en algunos momentos, que ya se nos acabaron las fuerzas para sostenernos y sostener a los nuestros. Tanta angustia al ver hundirse nuestros trabajos, borrados de las planillas de Excel nuestros salarios, cerradas las puertas de los hogares que añoramos. Tal vez sea todo esto y más aún. Una cuarentena que nos obliga a tocar límites que rozan el pánico, que nos anulan al punto de percibir el olor nauseabundo de la muerte. La derrota del no poder más. El volver a ponernos de pie para seguir, sin saber muy bien cómo ni por dónde.
Un virus pequeño que arrasó con lo obvio. Que ubica nuestra existencia frente al precipicio de lo insoportable. Esa angustia aguda que penetra y perfora los huesos. Un lugar que el alma conoce y al que no quiere regresar.
¿Qué nos da tanto miedo? ¿Morir? ¿Caminar a ciegas? ¿El descontrol de no saber que nos espera mañana?
Un manto negro cubre nuestro planeta; aquel que supo ser, a su manera, refugio. Lo conocido, lo cotidiano, nuestras rutinas barridas de un cachetazo. ¿A dónde fueron a parar nuestros saludos, nuestros encuentros, esas sonrisas espontáneas y gratuitas que sabemos regalarnos? Las personas sencillas que colorean y alegran nuestras mañanas. Las de todos los días.
La tristeza nos atraviesa. ¡Extrañamos tanto! Un padre, un hijo, el café con el amigo, nuestro compañero de oficina. Los cómplices de siempre que hacen de nuestra vida una sencilla pero inmensamente bella. Habitada por personas y tareas que dan sentido a nuestros pasos peregrinos. Cuantas ganas de abrazar a aquellos a quienes hoy, tímidamente podemos tocar con nuestros ojos y oídos en esas lejanas pantallas de Zoom. Lo virtual que no es real.
La noche pasará. Algún día también esto pasará. Y quedará seguramente lo que el virus no pudo aniquilar: la fuerza del amor, que puede poner de rodillas al padecimiento. Eso que hoy posiblemente experimentemos de modo más intenso. Tal vez el apremio de la muerte nos haya vuelto más sinceros, o desinhibidos para ser capaces de escribir por WhatsApp un "te quiero" sincero. Que sin coronavirus no hubiese existido.
Los vínculos, todos, se han vuelto más profundos. El virus caló hondo, sí, pero el cariño está brotando también de un manantial desconocido. Y quizá sea ese un bastón de esperanza. Una luz capaz de iluminar y sostener la inexplicable oscuridad de esta noche. Noche del cuerpo, noche del alma. Pero que no tendrá, o no dejaremos que se lleve, la última palabra.