La noche en que el Presidente se convirtió en Mister Gardiner
“En todo jardín hay una época de crecimiento. Existe la primavera y el verano, pero también el otoño y el invierno, a los que suceden nuevamente la primavera y el verano. Mientras no se hayan seccionado las raíces, todo estará bien y seguirá estando bien”. Esto decía Chance Gardiner, el básico jardinero interpretado magistralmente por Peter Sellers en Desde el jardín, el film basado en la corta novela homónima del escritor polaco Jerzy Kosinski, que se burlaba elegantemente del mundo del poder, tan soberbio pero tan elemental en sus razonamientos y procederes.
El solitario personaje, por azares que quienes hayan visto la película recordarán, pasa del terreno que cultivaba con tanto esmero y que solo se informaba del mundo exterior por la televisión, a volverse un involuntario influyente que todos (hasta el presidente de Estados Unidos) escuchan con unción al interpretar sus humildes consejos botánicos -que no pretenden ser otra cosa que eso- en formidables metáforas sobre el rumbo de la economía y del mundo.
Anoche, en una imprevista cadena nacional, el presidente Alberto Fernández resolvió convertirse un poco involuntariamente en Mister Gardiner: nos anunció que se viene el otoño y que las vacunas tardarán en llegar, algo que ya sabe sobradamente cualquier argentino por más desinformado que parezca. No hubo ningún anuncio concreto y el mensaje de apenas doce minutos abundó en generalidades archiconocidas por todos, todas y todes. No pintó un panorama oscuro, aunque esa idea quedó picando, y terminó siendo igualmente inquietante por el sabor a nada que dejaron sus palabras.
No eran pocas las personas que en el Círculo Rojo conjeturaban que había sido un manotazo de último momento con la intención de opacar la centralidad informativa de Mauricio Macri, que ayer presentó su libro. Si fue así, de todos modos, faltó esmero para darle carnadura a una propuesta verdaderamente superadora. Incluso, en contraste con las tremebundas primeras declaraciones del flamante ministro de Justicia, Martín Soria, el Presidente contribuyó con su discurso incoloro, inodoro e insípido a subrayar la desmaterialización progresiva de su proyecto original, que contaba con auspiciosas reminiscencias alfonsinistas y pretensiones de cerrar la grieta.
Fernández ya había dejado hace rato por el camino aquellas presentaciones tripartitas, junto al gobernador Axel Kicillof y el jefe del gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que fueron un verdadero “hit” comunicacional en los primeros meses de la pandemia. Entonces su imagen positiva volaba porque al pueblo le encantaba esa representación de trabajo mancomunado entre administraciones tan distintas. Pero además del Covid, el paso del tiempo trajo el virus de la discordia sembrada sin cesar desde Vicentin en adelante, que terminó con el sueño albertista de “volvimos mejores” y entonces el ultracristinismo empezó a avanzar por acción y omisión.
La irrupción de una cadena nacional imprevista suponía anuncios de magnitud. Tras los atracones con ese dispositivo por parte de Cristina Kirchner durante su segunda presidencia para cualquier tipo de intrascendencia, por un lapso prolongado los argentinos aprendimos a no inquietarnos (sí tal vez a fastidiarnos) cada vez que la bandera argentina flameaba en la pantalla, mientras la voz de una locutora militante decía aquello de “habla a los 40 millones de argentinos la señora presidenta de la Nación, doctora Cristina Fernández de Kirchner”.
Para curarse en salud, cuando Macri llegó a la Casa Rosada restringió la cadena nacional a lo mínimo indispensable: los actos por su propia asunción al poder y los mensajes presidenciales al Congreso en cada inauguración de un nuevo período legislativo. Solo sobre el final, y a modo de despedida y de balance, apeló a la cadena para hablarle a la Nación.
Alberto Fernández siguió muy saludablemente esa costumbre para las mismas ocasiones -comienzo de su mandato y apertura de las sesiones ordinarias en el Parlamento-, y solo hizo sobrio y breve uso de la cadena nacional al inicio de la pandemia. Pero ni siquiera apeló a ella para sus celebradas conferencias de prensa con sus laderos Kicillof y Larreta que, de todos modos, se transmitían por una cadena virtual y voluntaria de canales y radios.
Por la caída en desuso de la cadena formal desde hace tiempo, volvieron los viejos reflejos de que algo muy importante se nos iba a comunicar. Pero nada de eso sucedió. Una nueva decepción en un mar de decepciones.
A diferencia de la fábula en la que el rey creía estar vestido, pero estaba desnudo, Alberto Fernández resolvió mostrarse de manera consciente en su versión bajas calorías. Y esta vez, no fue cuento.