La necesidad del partido del desarrollo
La Argentina precisa imperiosamente desde hace varias décadas un partido político que la lleve al desarrollo. Para comprender el alcance de esa necesidad es ineludible hacer un somero análisis histórico del devenir de los partidos políticos en el país, admitiendo que desde una perspectiva de síntesis no hay más alternativa que omitir, abreviar o simplificar situaciones y procesos que en los hechos fueron mucho más complejos.
En la primera etapa de la vida nacional organizada, el partido dominante fue el PAN (Partido Autonomista Nacional) de raigambre conservadora, cuya misión fue consolidar el sistema y la estructura política que concibieron los ideólogos (fundamentalmente Alberdi y Sarmiento) de lo que fue la Argentina del gran crecimiento y la modernidad de finales del siglo XIX y principios del XX. Luego vino un período relativamente breve -de 1916 a 1930- donde el partido que ejerció el poder (la Unión Cívica Radical) tuvo por misión incorporar a la gran clase media que surgió de la inmigración europea y del proceso de culturización e integración económica y social que aquella Argentina generosa brindó.
A continuación sobrevino un interregno -de 1930 a 1946- donde la tradición conservadora volvió al centro de la escena política, en una etapa que unos y otros calificaron como “restauración conservadora”, “década infame” o “fraude patriótico”, de donde se podrá deducir cual fue la práctica política dominante. El tercer gran movimiento partidario -el peronismo- tuvo por cometido reivindicar a los sectores surgidos fundamentalmente del mestizaje de los pueblos originarios con los estratos más bajos de la inmigración europea. Paradójicamente, ese partido extendió su dominancia -ejerciendo el poder o condicionándolo- mucho más de lo que requerían las circunstancias. Lleva ya más de 70 años influyendo de manera decisiva en la vida del país, de lejos la gravitación más fuerte y prolongada en la historia de la Argentina.
Fue Frondizi quien a finales de los años 50 del siglo pasado y con enorme lucidez vislumbró que era el tiempo de ese partido del desarrollo (precisamente, su corriente se llamó desarrollismo). Frondizi accedió al poder en 1958 catapultado desde un sector del partido radical pero con votos también del peronismo. Sin control de las bases que lo habían depositado en el poder, le tocó ejercerlo en tiempos donde las fuerzas dominantes eran el peronismo -que tenía otro proyecto y otro líder que promover- y el recientemente encumbrado militarismo (o partido militar), al cual nos referiremos a continuación, que interpretaba de otra forma su misión histórica y cuyas reiteradas injerencias desestabilizaron su presidencia para culminar en el golpe de estado que lo sacó del poder pocos años más tarde.
Si bien el militarismo era un movimiento que se venía gestando desde el golpe de Uriburu que truncó el ciclo de poder del radicalismo en 1930, su irrupción se tornó evidente a partir de 1955 ejerciendo un papel preponderante en la vida del país hasta su ocaso en 1983, o sea durante 28 años. Esa irrupción se produjo a partir del aura que le daba el haber “liberado” al país de la dictadura de Perón y del respaldo de una poderosa y profesional organización militar que el propio Perón ayudó a forjar. El encumbramiento del partido militar significó para el objetivo del desarrollo y para la vida política del país una verdadera tragedia, sin entrar en otras consideraciones donde podrían extraerse conclusiones aun más severas. El establishment -particularmente el empresariado- interpretó erróneamente que el militarismo era el partido del desarrollo. Para el sector empresario implicaba una gran comodidad y un ahorro, ya que no había que gastar plata ni ocuparse de campañas para ganar elecciones porque ese partido llegaba al poder mediante un golpe de estado. Pero el partido militar adolecía -además de muchas otras- de dos grandes limitaciones. Carecía de legitimidad democrática -lo cual a finales del siglo XX era un valor universal- lo cual limitaba y condicionaba su accionar, y por otro lado era un partido corporativo: se entendía mejor con los sindicalistas que con los empresarios. La combinación del militarismo con la prolongación de la influencia del peronismo -fueron mutuamente funcionales- produjo una serie de desequilibrios estructurales nada fáciles de revertir.
Por tomar una referencia temporal desde cuando el partido del desarrollo pasó a ser una imperiosa necesidad en el país, por caso, la década de los años 60 del siglo pasado, la Argentina tenía a la par de otras mediciones un índice de pobreza que rondaba el 6 o el 7% de su población, indicador que a nuestros días supera el 40% en un país quebrado financieramente y lleno de vicios y anomalías de todo tipo. Cuando un partido se sale de la temporalidad histórica que le corresponde o no asume el rol del nuevo tiempo, se altera la evolución de los procesos que debían acontecer. Para citar un solo ejemplo, el partido radical, que volvió efímeramente al gobierno con Illia en los años 60, anuló el desarrollo petrolero que habían iniciado Perón y sobre todo Frondizi. Lo reflotó luego Menem, décadas mas tarde y lo frenó a continuación el kirchnerismo -la versión actual del peronismo- para favorecer al consumidor. Ahora se pretende nuevamente resucitarlo por la escasez mundial de energía.
¿Cuánto perdió el país con esas marchas y contra marchas? En otro orden, el ejercicio tan prolongado del poder o de vivir en sus proximidades desarrolló en grado sumo las habilidades discursivas y de manejo político del peronismo; mientras que para los cultores de otras corrientes la carencia de esas experiencias derivó en la atrofia de esas cualidades necesarias para la vida política. Bien se podría señalar que entre los primeros intentos de crear un partido autónomo para el desarrollo con la pretensión de ser competitivo electoralmente estarían las agrupaciones que promovió el ingeniero Álvaro Alsogaray. Pero sin una particular capacidad para formar coaliciones y tejer alianzas y sin el apoyo de la administración de una base distrital en la cual apalancarse para saltar al gobierno nacional, se trataron de esfuerzos efímeros y de corto alcance. El único distrito donde tal vez en aquellos años su fuerza podría haber triunfado en las urnas, la ciudad de Buenos Aires -llamada entonces Capital Federal- era un coto reservado al presidente de la Nación para la designación de sus autoridades.
Gracias a la reforma que derivó del Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín, una década más tarde un partido de derecha -el Pro- pudo por fin hacerse de un distrito importante, y desde allí y en base a alianzas saltar al poder nacional. Por primera vez, en 2015, asume un partido donde su misión sería llevar a la Argentina al desarrollo. En un contexto económico y político dificilísimo y en minorías legislativas, y seguramente también por exceso de arrogancia y falta de experiencia -las carencias recién señaladas para las eternas oposiciones-, esa primera experiencia resultó un fiasco. Sin embargo, está tan arraigada en una parte importante de la sociedad la conciencia de la necesidad de un partido del desarrollo, que si la actual oposición se maneja con un mínimo de habilidad y se mantiene unida en el año y medio que faltan para las elecciones presidenciales del 2023, es muy probable que el electorado le brinde una nueva oportunidad. Si uno “peinara” de manera figurativa el país de norte a sur y de este a oeste, vería en los pueblos y ciudades del interior un espíritu de emprendimiento y de generación de riqueza que clama por ese partido del desarrollo que posibilitaría la explosión de esas fuerzas productivas para reinstalar a la Argentina en pocos años en el primer mundo. El potencial del país sigue siendo inconmensurable, a pesar de la prolongada decadencia.