La necesidad de un pacto republicano
La palabra "pacto" evoca emociones contradictorias y debe ser usada con precaución. Puede connotar un acuerdo honesto y duradero entre partes, pero también poner el énfasis en una sospechosa connivencia contra terceros. Ha sido pronunciada para ganar la guerra o para rendir las armas. Aquí trataremos de apropiarnos de su acepción constructiva y asociarla, dentro de lo posible, con el largo plazo. No podemos garantizar, sin embargo, una convicción definitiva que la sustente sin vacilar.
Para limitarnos a los pactos de repercusión pública que en el último siglo tuvieron que ver con la Argentina, mencionaremos sólo el Pacto o Tratado Runciman-Roca, de 1933, sobre exportación de carnes al imperio británico, por el que se creó el Banco Central, y que en el fondo subrayaba nuestra dependencia económica, y el Pacto de San José de Costa Rica, de 1969 (que en nuestro país entró en vigencia en 1984), también conocido como Convención Americana sobre Derechos Humanos, de gran importancia declarativa y asertiva, pero tantas veces violado como respetado.
Un comentario especial reclaman los Pactos de la Moncloa, de 1977, mediante los cuales España dio por terminado el régimen franquista e inició el camino hacia la democracia y la monarquía constitucional. Se ha otorgado a estos pactos el carácter de ejemplares, y ciertamente lo fueron en una primera etapa, sin contar con la crisis actual.
Falta, por supuesto, el último de los pactos a los que sobrevivió el país, y que nos servirá de frágil puente hacia la próxima escala: el llamado Pacto de Olivos, de 1993, por el que los ex presidentes Menem y Alfonsín acordaron la posibilidad de la reelección presidencial consecutiva, con lo cual Menem quedaba habilitado para aspirar nuevamente al cargo, lo que naturalmente hizo (y ganó) en 1995. El pacto incluyó la convocatoria a una asamblea reformadora de la Constitución, que introdujo varias modificaciones en la Carta Magna.
¿Cuál es, o debería ser, dadas las circunstancias en que vivimos, y el futuro al que aspiramos, la clase de pacto político-social que tendría que ponerse en marcha? No pretendemos ser objetivos ni equidistantes; tenemos una posición tomada, que influirá en el diseño final. Se trata de abolir la hegemonía populista y reemplazarla por un nuevo paradigma, una nueva mayoría, estable y creativa, que al menos durante la próxima generación sea capaz de conducir el país. Es obvio señalar que este cambio, esta transferencia hegemónica, sólo podrá darse dentro del marco de la competencia democrática y del voto popular. No se busca que el populismo desaparezca, sino que se convierta en una persistente minoría. La Argentina y sus habitantes tienen derecho a probar un sistema diferente al populista, que ha sido el principal responsable (no el único) de sus fracasos y tropiezos de los últimos 70 años.
Si este nuevo pacto se llegara a concretar, su inevitable base habrá sido el oficialismo actual, es decir, la coalición Cambiemos, formada por Pro, el radicalismo, la Coalición Cívica y otros grupos menores. (Conviene no olvidar nunca que una coalición es la que nos gobierna.) Importan más sus realizaciones que su ideología, aunque la tengan, como todo conglomerado político, y oscila, en este caso, de la socialdemocracia y el desarrollismo al liberalismo progresista.
Además del Presidente, que en 2019 pedirá al pueblo su reelección (y la tendrá si la merece), esta coalición cuenta con destacados dirigentes y cuadros políticos, algunos en el frente de batalla, otros en una reserva necesaria. Para no extendernos, sólo mencionaremos una primera línea formada por mujeres políticas: Elisa Carrió, Gabriela Michetti, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich y Mariana Zuvic. Más de una podría aspirar a la candidatura presidencial (Carrió ya la tuvo).
Llamaremos "republicano" al pacto propuesto, y con esta definición resulta casi redundante volver a hablar, en detalle, de todos los puntos que debería incluir. Ya los hemos citado obsesivamente, desde otras notas, en estas mismas páginas. Y si ha de tratarse de un pacto republicano, no podrán faltar la división de poderes y el respeto a la ley, además de la colaboración legislativa en los proyectos de infraestructura, seguridad, lucha contra la corrupción e inserción en el mundo, que impliquen la necesidad de protección de los largos plazos y establezcan garantías para la inversión local y extranjera, única forma de promover el crecimiento económico y combatir la pobreza.
La pregunta que ahora se impone es: ¿cuál podría ser el socio de Cambiemos en este pacto, sin perder su individualidad ni verse perjudicado por el acuerdo?
No existe más que una respuesta: Sergio Massa y el Frente Renovador. Se trata de un dirigente que en pocos años ha conseguido un buen respaldo social, sobre todo en clases medias y medias bajas, y que se ha mostrado resueltamente contrario a seguir por los caminos del populismo, a pesar de conservar un ingrediente peronista en su Frente. Massa es un político joven y moderado, que ha desembarcado en la escena política argentina para quedarse.
El acuerdo, el pacto entre Macri (y Cambiemos) y Massa (y el Frente Renovador) no obligaría a ninguno de los dirigentes a declinar sus candidaturas ni a eliminar la competencia electoral. Sólo ambas partes deberían aprovechar la nueva mayoría alcanzada para el cambio de paradigma que la sociedad argentina requiere, y que importa más que un ocasional triunfo en las urnas.
Así como en Cambiemos, igualmente en el massismo (y en sectores independientes o con partido propio) hay destacadas mujeres dirigentes: Margarita Stolbizer, Graciela Caamaño, Graciela Ocaña, Malena Galmarini, por ejemplo. Debería ser lo más natural, pero no fue así en el pasado.
Y por fin, quién sabe, este pacto también podría ser la antesala de una nueva Convención Constituyente que consagrará, entre otras reformas, un régimen semiparlamentario, capaz de terminar con la tradicional concentración de poder que nos caracterizó, sustentada en la proliferación de hombres y mujeres providenciales que no necesitamos más.